Un Dra­ma Shakesperiano

Corio­la­nus. Gran Bre­ta­ña, 2011. Un film de Ralph Fiennes

UN DRAMA SHAKESPERIANO

Esta pro­duc­ción bri­tá­ni­ca repre­sen­ta el debut del cono­ci­do actor Ralph Fien­nes como direc­tor ade­más de reser­var­se el papel pro­ta­gó­ni­co. Corio­la­nus está basa­do en la pie­za de William Sha­kes­pea­re y a pesar de que muchas obras del inmor­tal autor han sido lle­va­das repe­ti­da­men­te al cine, esta obra lo es por pri­me­ra vez. 

Fien­nes deci­dió tras­la­dar la acción de la pie­za a la épo­ca actual, más pre­ci­sa­men­te en 1994. Aun­que el perío­do pue­da resul­tar poco impor­tan­te para lo que el autor deseó trans­mi­tir, la auda­cia del direc­tor tie­ne efec­tos mix­tos; por un lado, no hay nin­gún pro­ble­ma en obser­var a los per­so­na­jes con atuen­dos moder­nos y con armas de la épo­ca actual, sin embar­go la pin­tu­ra de la Roma que pre­sen­ta dis­ta de la reali­dad y se ase­me­ja más bien a lo que podría obser­var­se en la región de los Bal­ca­nes duran­te la encar­ni­za­da gue­rra que la enlutó. 

El guión de John Logan, que resu­me el con­te­ni­do de la obra pero res­pe­tan­do su esen­cia, pre­sen­ta a Cayo Mar­cio (Fien­nes), un arro­gan­te gene­ral romano, poco aman­te o dúc­til con la ple­be. Al haber logra­do un impor­tan­te triun­fo mili­tar en la gue­rra empren­di­da con­tra los vols­cos don­de lle­gó a apo­de­rar­se de la ciu­dad de Corio­li, a su regre­so reci­be el apo­do de Corio­lano. Su recien­te vic­to­ria, moti­va a que el Sena­do lo pos­tu­le para ser nom­bra­do Cón­sul suje­to a la apro­ba­ción del pue­blo, pero su actua­ción alti­va y anti­de­mo­crá­ti­ca lo vuel­ve com­ple­ta­men­te impo­pu­lar; a pesar de los esfuer­zos de Mene­nio (Brian Cox), su leal con­se­je­ro, no pue­de evi­tar que dos tri­bu­nos (James Nes­bitt, Paul Jes­son) lo trai­cio­nen logran­do su des­tie­rro. Su resen­ti­mien­to hace que Corio­lano se alíe con Tulo Aufi­dio (Gerard Butler), su acé­rri­mo enemi­go y gene­ral de los vols­cos, para lide­rar a su ejér­ci­to y mar­char sobre Roma. Volum­nia (Vanes­sa Red­gra­ve), la influ­yen­te madre de Corio­lano con quien guar­da una com­ple­ja rela­ción entre edí­pi­ca y per­ver­sa, logra per­sua­dir­lo de sus inten­cio­nes; des­pués de con­cluir con los vols­cos un tra­ta­do favo­ra­ble para los mis­mos, éstos con­si­de­ran que Corio­lano trai­cio­nó los intere­ses de su pue­blo, hecho que con­du­ce a una reso­lu­ción trá­gi­ca para el guerrero. 

Corio­la­nus, no cons­ti­tu­ye una tra­ge­dia en el sen­ti­do estric­to de las gran­des obras de Sha­kes­pea­re como Ham­let, Mac­beth y El rey Lear, sino más bien un dra­ma his­tó­ri­co sobre un anti­de­mo­crá­ti­co gue­rre­ro; con todo, siem­pre tras­cien­de la dimen­sión huma­na de su valio­sa pro­duc­ción literaria. 

La direc­ción de Fien­nes es muy bue­na y su actua­ción memo­ra­ble al igual que la de Read­gra­ve com­po­nien­do con pasión y exce­len­cia a la madre del valien­te sol­da­do. Lo obje­ta­ble del guión son sus diá­lo­gos. Tra­tán­do­se de una pues­ta moder­na, resul­ta poco con­vin­cen­te ape­lar al len­gua­je isa­be­lino que no siem­pre resul­ta cla­ro para el que no domi­na la len­gua ori­gi­nal que Sha­kes­pea­re uti­li­zó en sus obras y que ade­más no con­di­ce con la for­ma de hablar de esta época. 

Con­clu­sión: Un buen film audaz y pro­vo­ca­ti­vo que esen­cial­men­te está diri­gi­do a un públi­co fami­lia­ri­za­do con Sha­kes­pea­re. Jor­ge Gutman

Un Méto­do Peligroso

A DAN­GE­ROUS METHOD. Gran Bre­ta­ña-Ale­ma­nia-Cana­dá-Sui­za, 2011. Un film de David Cronenberg.

UN MÉTODO PELIGROSOUn pro­vo­ca­ti­vo e inte­lec­tual film sobre el naci­mien­to del psi­co­aná­li­sis es lo que David Cro­nen­berg con­si­de­ra en Un Méto­do Peli­gro­so. El guión de Chris­topher Ham­pton adap­ta­do de su obra tea­tral “The Tal­king Cure” y del libro de no fic­ción “A Most Dan­ge­rous Method” de John Kerr, explo­ra por una par­te la tumul­tuo­sa rela­ción exis­ten­te entre Carl Jung (Michael Fass­ben­der) y su pacien­te Sabi­na Spiel­rein (Kei­ra Knightley) así como el víncu­lo y pos­te­rior sis­mo pro­fe­sio­nal que se pro­du­ce entre Jung y su men­tor Sig­mund Freud (Vig­go Mortensen).

En las pri­me­ras esce­nas se obser­va a Sabi­na, una joven rusa de ori­gen judío, quien en 1904 es tras­la­da­da a Sui­za para ser tra­ta­da en una clí­ni­ca psi­quiá­tri­ca a car­go de Jung; el esta­do his­té­ri­co de la pacien­te es deplo­ra­ble y su esta­do de abier­ta vio­len­cia y agre­si­vi­dad cons­ti­tu­ye un gran desa­fío para el psi­quia­tra quien está deci­di­do a apli­car la teo­ría y méto­do psi­co­ana­lí­ti­co de Freud a quien aún no había lle­ga­do a cono­cer­lo per­so­nal­men­te sino a tra­vés de sus artícu­los pro­fe­sio­na­les. Len­ta pero afir­ma­ti­va­men­te, la téc­ni­ca comien­za a brin­dar resul­ta­dos posi­ti­vos a medi­da que su pacien­te va exor­ci­zan­do las heri­das de su som­brío pasa­do de humi­lla­ción y cas­ti­go físi­co reci­bi­do de su padre. Cuan­do dos años des­pués Jung via­ja a Vie­na para encon­trar­se con el autor de “La Inter­pre­ta­ción de los Sue­ños” un lazo de comu­ni­ca­ción cien­tí­fi­ca se pro­du­ce entre ambos . Sin embar­go, la situa­ción se com­pli­ca para Jung cuan­do Sabi­na, a medi­da que se sien­te recu­pe­ra­da reve­la avi­dez en man­te­ner una expe­rien­cia sexual con él; cuan­do la rela­ción estric­ta­men­te pro­fe­sio­nal lle­ga a con­ver­tir­se en per­so­nal ‑a pesar de que Jung esta­ba ena­mo­ra­do de su espo­sa (Sarah Gadon)-. éste come­te una seria trans­gre­sión éti­ca que de nin­gún modo com­pla­ce a Freud pues­to que el hecho pue­de ser­vir de seria crí­ti­ca para quie­nes se opo­nen a la prác­ti­ca del psicoanálisis.

La par­te más intere­san­te del film des­can­sa en el momen­to en que comien­zan a sur­gir diver­gen­cias entre las posi­cio­nes pro­fe­sio­na­les asu­mi­das por estos dos renom­bra­dos cien­tí­fi­cos. Jung se resis­te a admi­tir que el tra­ta­mien­to psi­quiá­tri­co esté basa­do exclu­si­va­men­te en la sexua­li­dad tal como lo con­ci­be Freud y este últi­mo no pue­de admi­tir la expe­ri­men­ta­ción rea­li­za­da por su dis­cí­pu­lo al demos­trar inte­rés en aspec­tos espi­ri­tua­les, tele­pa­tías y esta­dos sobrenaturales.

Es loa­ble el ries­go asu­mi­do por Cro­nen­berg al tra­tar de invo­lu­crar­se en los com­ple­jos labe­rin­tos de la men­te huma­na y sobre todo en lo que con­cier­ne a los mis­te­rios de la sexua­li­dad como ele­men­to fun­da­men­tal que rige nues­tra con­duc­ta. Con todo, y a pesar de su serie­dad, el film con­ser­va dema­sia­do su esque­ma tea­tral y en deter­mi­na­das ins­tan­cias los diá­lo­gos tien­den a dis­mi­nuir su impac­to cine­ma­to­grá­fi­co; más allá de esta obser­va­ción, esta obra ‑sin duda absor­ben­te resul­ta mucho más cere­bral que emo­cio­nal y podrá ser goza­da mejor por un públi­co que ten­ga un cono­ci­mien­to pre­vio del méto­do psicoanalítico.

La inter­pre­ta­ción es de pri­mer nivel. A pesar de que en los pri­me­ros momen­tos Knightley pue­de apa­re­cer un tan­to sobre­ac­tua­da, a medi­da que trans­cu­rre el metra­je logra amplia con­vic­ción con todos los mati­ces emo­cio­na­les de Spiel­rein, pasan­do des­de la ator­men­ta­da enfer­ma para con­ver­tir­se en aman­te de Jung y lle­gar final­men­te a ser una de las más inte­li­gen­tes y pres­ti­gio­sas psi­co­te­ra­peu­tas de su épo­ca. Fass­ben­der, en otra remar­ca­ble actua­ción de su bre­ve carre­ra, es el Jung apo­ca­do y tími­do has­ta la médu­la para cam­biar a par­tir de su rela­ción con Spiel­rein y ter­mi­nar sien­do víc­ti­ma emo­cio­nal de su pro­pia expe­ri­men­ta­ción. En un papel más bre­ve pero sus­tan­cio­so, Mor­ten­sen sale más que airo­so como el padre del psi­co­aná­li­sis, en tan­to que el actor fran­cés Vin­cent Cas­sel se luce como un dis­cí­pu­lo psi­co­ana­lis­ta de Freud par­ti­da­rio de no repri­mir los ins­tin­tos sexua­les y que Jung toma a su car­go para tra­tar de exor­ci­zar­lo de sus pro­pios demo­nios interiores.

Con­clu­sión: Un intere­san­te dra­ma filo­só­fi­co sobre la sexua­li­dad huma­na a tra­vés de la dife­ren­te con­cep­ción psi­co­ana­lí­ti­ca de Carl Jung y Sig­mund Freud. Jor­ge Gutman

La Dama de Hierro

THE IRON LADY. Gran Bre­ta­ña-Fran­cia, 2011. Un film de Phy­lli­da Lloyd

Al pasar revis­ta crí­ti­ca a este film sobre la vida de Mar­ga­ret That­cher resul­ta difí­cil olvi­dar los comen­ta­rios del Pri­mer Minis­tro de Gran Bre­ta­ña David Came­ron quien jun­to a nume­ro­sos polí­ti­cos con­ser­va­do­res lamen­ta­ron que se la pre­sen­te como una ancia­na frá­gil y con pro­ble­mas de demen­cia senil. Más allá de cual­quie­ra con­si­de­ra­ción ideo­ló­gi­ca, debo admi­tir que la obser­va­ción no es des­acer­ta­da; aun­que de nin­gu­na mane­ra podrá con­si­de­rar­se que los res­pon­sa­bles del film hayan insul­ta­do a la Dama de Hie­rro, lo cier­to es que el guión de Abi Mor­gan pudo haber uti­li­za­do una apro­xi­ma­ción dife­ren­te para refle­jar la per­so­na­li­dad y pasión polí­ti­ca de la Sra. That­cher sin tener que recu­rrir a su esta­do actual que pro­du­ce una inne­ce­sa­ria pero inmen­sa lás­ti­ma con­tem­plan­do el dete­rio­ro men­tal pro­du­ci­do por el impla­ca­ble enve­je­ci­mien­to físico.

LA DAMA DE HIERRO

Hecha la con­si­de­ra­ción que ante­ce­de, la direc­to­ra Phy­lli­da Lloyd logró un buen film que con el paso del tiem­po será espe­cial­men­te recor­da­do por la insu­pe­ra­ble actua­ción de Meryl Streep quien es sin duda una de las más gran­des y dúc­ti­les artis­tas del cine inter­na­cio­nal. No encuen­tro las ade­cua­das pala­bras que hagan com­ple­ta jus­ti­cia a la inter­pre­ta­ción anto­ló­gi­ca que Streep logró de Mar­ga­ret That­cher; es ella en cuer­po y alma, en el fra­seo que logra con su tono de voz, en las dife­ren­tes mira­das que echa al momen­to de tomar deci­sio­nes así como en los movi­mien­tos físi­cos que adop­ta fren­te a las dife­ren­tes alter­na­ti­vas que su per­so­na­je le hace vivir.

Con la ayu­da de un asom­bro­so maqui­lla­je (J. Roy Helland), las pri­me­ras imá­ge­nes mues­tran a Streep meti­da en el cuer­po de la ex Pri­me­ra Minis­tra a la hora actual. Movién­do­se en for­ma pesa­da y con­si­de­ra­ble­men­te debi­li­ta­da, en el depar­ta­men­to don­de habi­ta com­par­te su vida con el fan­tas­ma de quien fue­ra su ama­do mari­do Denis (Jim Broad­bent) y que sigue vivien­do en su ima­gi­na­ción. Aun­que el guión no sigue un orden estric­ta­men­te cro­no­ló­gi­co, los recuer­dos frag­men­ta­dos de la vie­ja dama pasan revis­ta a sus años de juven­tud cuan­do en ese enton­ces, la Mar­ga­ret Roberts (Ale­xan­dra Roach) ‑hija de un alma­ce­ne­ro- iba demos­tran­do la natu­ra­le­za de su carác­ter y su fir­me posi­ción femi­nis­ta recha­zan­do en for­ma deci­di­da el rol tra­di­cio­nal de ama de casa asig­na­do a la mujer; ése es pre­ci­sa­men­te el prin­ci­pal aspec­to que le hace notar a su pre­ten­dien­te Denis (Harry Lloyd) cuan­do éste le pro­po­ne matrimonio. 

Pos­te­rior­men­te, se la verá en su pri­mer y falli­do inten­to de ser elec­ta como miem­bro del par­la­men­to, sus pri­me­ras luchas cuan­do pos­te­rior­men­te debe des­en­vol­ver­se den­tro de un mun­do mas­cu­lino sexis­ta de esa épo­ca, el momen­to en que ella se da cuen­ta que pue­de lide­rar al par­ti­do con­ser­va­dor y ‑des­pués de haber­lo logra­do- su lle­ga­da al poder en 1979 como la pri­me­ra mujer que tie­ne a su car­go el gobierno de Gran Bre­ta­ña. Los años ini­cia­les de su ges­tión esta­rían sig­na­dos por su con­duc­ción férrea y su deci­di­da deter­mi­na­ción de cor­tar gas­tos, no obs­tan­te la rece­sión y el alto des­em­pleo impe­ran­te; tan­to la inquie­tud social gene­ra­da como los sin­sa­bo­res pro­du­ci­dos por el IRA con la huel­ga de ham­bre, hace que su popu­la­ri­dad estu­vie­se en los nive­les más bajos. Sin embar­go, la ocu­pa­ción de las Islas Mal­vi­nas por par­te del gobierno argen­tino en 1982 habría de cam­biar su for­tu­na; con com­ple­ta con­vic­ción y en total opo­si­ción hacia su pro­pio gabi­ne­te y la opi­nión públi­ca, empren­de una acción béli­ca con­tra Argen­ti­na, con­du­cien­do a Gran Bre­ta­ña a su vic­to­ria y moti­van­do a que obtu­vie­se un éxi­to arro­lla­dor en las elec­cio­nes de 1983. A pesar de ser nue­va­men­te reelec­ta por un ter­cer perío­do en 1987, su esti­lo auto­crá­ti­co de lide­raz­go así como su polí­ti­ca eco­nó­mi­ca ultra­con­ser­va­do­ra que pola­ri­zó a la nación, pro­du­jo la deser­ción de algu­nos de sus minis­tros por dis­cre­par con su filo­so­fía, entre ellos la dimi­sión de su prin­ci­pal alia­do Geof­frey Howe (Anthony Head) lo que pre­ci­pi­tó su abrup­to final al renun­ciar como líder de su par­ti­do y como Pri­me­ra Minis­tra en 1990 tras 11 años y medio de gobierno.

Tenien­do en cuen­ta que des­de una pers­pec­ti­va his­tó­ri­ca, los acon­te­ci­mien­tos narra­dos son prác­ti­ca­men­te recien­tes, no es mucho lo que el film pue­da ofre­cer como nove­dad. Hay algu­nos epi­so­dios que aun­que no hayan tras­cen­di­do públi­ca­men­te, uno pudo haber­los supues­to como es el caso de que la voca­ción polí­ti­ca de esta dama haya sido a expen­sas de colo­car en un segun­do plano la aten­ción a su mari­do y a sus dos hijos; de todos modos, que­da cla­ro que el film tra­tó y logró huma­ni­zar su per­so­na demos­tran­do que a pesar de su fir­me­za y obs­ti­na­ción, sin clau­di­car jamás en sen­ti­men­ta­lis­mos, emer­ge no obs­tan­te la pre­sen­cia de una madre que lamen­ta y sien­te el dolor de quie­nes han per­di­do a sus hijos en el dolo­ro­so tran­ce béli­co. En lo per­so­nal y en aque­llos momen­tos de inti­mi­dad, resul­ta agra­da­ble ver a la afec­ti­va espo­sa bai­lan­do con su cón­yu­ge Shall We Dan­ce, el tema cen­tral del film musi­cal The King and I que la pare­ja goza­ba viéndolo.

A pesar de que el rela­to se sigue con inte­rés dado que su ágil rit­mo nun­ca decae, el espec­ta­dor no pue­de pasar por alto que una con­si­de­ra­ble par­te del mis­mo esté cen­tra­do en una mujer que a los ochen­ta y tan­tos años de edad le toca vivir en un com­ple­to esta­do de sole­dad, sobre todo des­pués que expe­ri­men­tó la pér­di­da de su entra­ña­ble com­pa­ñe­ro, con el dolo­ro­so estig­ma de la seni­li­dad y a la espe­ra de la hora final. Así en las últi­mas esce­nas del film cun­de en el áni­mo del espec­ta­dor una sen­sa­ción de melan­co­lía y tris­te­za al com­pro­bar que quien fue­ra una per­so­na inte­li­gen­te y diná­mi­ca gober­nan­do a una nación pode­ro­sa con un lide­raz­go indis­cu­ti­ble, que­da aho­ra redu­ci­da a un ser débil, per­di­do e inca­paz de valer­se por sí mis­mo. ¿Era nece­sa­rio brin­dar un retra­to tan peno­so? Cada espec­ta­dor halla­rá su pro­pia respuesta.

Con­clu­sión: Aun­que más no fue­ra que por con­tem­plar la titá­ni­ca carac­te­ri­za­ción que Meryl Streep hace de la Sra. That­cher, este film hones­to y bien rea­li­za­do es reco­men­da­ble. Jor­ge Gutman