Un Wes­tern Caricaturesco

Casa de mi Padre. Esta­dos Uni­dos, 2012. Un film de Matt Pied­mont. Elen­co : Will Ferrell, Gael Gar­cía Ber­nal, Die­go Luna, Pedro Armen­dá­riz Jr., Géne­sis Rodríguez 

Will Ferrell y Génesis Rodríguez

Will Ferrell y Géne­sis Rodríguez

Con un film que apun­ta a la cari­ca­tu­ra de sus per­so­na­jes y medio ambien­te, el novel direc­tor Matt Pied­mont deci­dió sati­ri­zar a los nar­co­tra­fi­can­tes mexi­ca­nos median­te una dis­pa­ra­ta­da his­to­ria que incur­sio­na en el géne­ro del wes­tern mez­cla­do con el de las tele­no­ve­las lati­no­ame­ri­ca­nas. Sin que resis­ta un serio aná­li­sis, este cóc­tel ofre­ce al espec­ta­dor una mode­ra­da diver­sión, siem­pre y cuan­do pue­da con­ven­cer­se de que lo que obser­va, des­de la pri­me­ra has­ta la últi­ma esce­na, no es más que una ama­ble far­sa sin con­no­ta­ción social o men­sa­je alguno.

Casi todo el film es habla­do en espa­ñol y aun­que su pro­ta­go­nis­ta sea Will Ferrell, cuya pro­nun­cia­ción his­pa­na dis­ta de ser ideal aun­que sea pasa­ble, su inclu­sión cons­ti­tu­ye un ejem­plo más de la gen­til paro­dia que ani­ma al rela­to. El popu­lar actor es Arman­do Alvá­rez, un ran­che­ro mexi­cano que siem­pre ha sido con­si­de­ra­do por su padre (Pedro Armen­dá­riz Jr.) una per­so­na de poco carác­ter y fir­me­za para mane­jar su hacien­da. Cuan­do su her­mano menor Raúl (Die­go Luna) regre­sa de los Esta­dos Uni­dos como un triun­fan­te hom­bre de nego­cios, acom­pa­ña­do de su atrac­ti­va novia Sonia (Géne­sis Rodrí­guez), su padre igno­ra que la for­tu­na ama­sa­da ha sido como tra­fi­can­te de dro­gas; menos aún sos­pe­cha que Raúl debe­rá enfren­tar a Onza (Gael Gar­cía Ber­nal), un temi­do padrino de la dro­ga que no esca­ti­ma­rá en recur­sos para tra­tar de eli­mi­nar­lo como así tam­bién al res­to de su fami­lia. Para com­pli­car las cosas, Arman­do se ena­mo­ra de Sonia que resul­ta ser nada menos que la sobri­na de Onza.

Den­tro de un esce­na­rio abso­lu­ta­men­te paró­di­co, es irre­le­van­te hablar de actua­ción, ya que deli­be­ra­da­men­te las tor­pe­zas, ges­tos, reac­cio­nes y en gene­ral cual­quier tipo de com­por­ta­mien­to de los per­so­na­jes están al ser­vi­cio de situa­cio­nes son­rien­te­men­te ridí­cu­las. Entre las mis­mas se inclu­ye una dra­má­ti­ca boda de san­gre don­de mue­ren casi todos los invi­ta­dos, peli­gro­sos coyo­tes inmo­vi­li­za­dos fren­te a sus poten­cia­les víc­ti­mas, Arman­do y Sonia mon­tan­do como vaque­ros en “fal­sos” caba­llos, el empleo de vacas de uti­le­ría, la inte­rrup­ción momen­tá­nea del film para anun­ciar lo que habrá de pasar, así como un irri­so­rio encuen­tro a muer­te entre las dos ban­das riva­les del nar­co­trá­fi­co. Quien al leer estas líneas esté dis­pues­to a invo­lu­crar­se en esta far­sa, pasa­rá 80 minu­tos entretenidos.

Con­clu­sión: La casa de mi padre es un diver­ti­men­to diri­gi­do espe­cial­men­te al públi­co latino quien es el que más goza­rá con las dis­pa­ra­ta­das ton­te­rías que emer­gen de su rela­to. Jor­ge Gutman