Dos Madres Inmorales

ADO­RE. Fran­cia-Aus­tra­lia, 2013. Un film de Anne Fontaine

Naomi Watts y James Frecheville en ADORE

Nao­mi Watts y James Fre­che­vi­lle en ADORE

Incur­sio­nan­do por pri­me­ra vez en el cine angló­fono la cono­ci­da rea­li­za­do­ra fran­ce­sa Anne Fon­tai­ne ofre­ce un film deci­di­da­men­te medio­cre que más le val­dría eli­mi­nar­lo de su curri­cu­lum. Basán­do­se en The Grand­mothers, una bre­ve nove­la de Dorig Les­sing,  la adap­ta­ción de Chris­topher Ham­pton deja bas­tan­te que desear al no exis­tir pro­fun­di­dad ni pro­gre­sión dra­má­ti­ca algu­na en la des­crip­ción de los per­so­na­jes; para peor, duran­te inter­mi­na­bles 110 minu­tos de dura­ción el rela­to adop­ta un letár­gi­co nivel al repe­tir­se inde­fi­ni­da­men­te sin que exis­ta ten­sión alguna.

Ubi­ca­do en algún lugar para­di­sía­co de la cos­ta del este de Aus­tra­lia, vemos a dos ami­gas de infan­cia, Lil (Nao­mi Watts) y Roz (Robin Wright), trans­cu­rrir sus días con sus res­pec­ti­vos hijos de 20 años de edad, Ian (Xavier Samuel) y Tom (James Fre­che­vi­lle), quie­nes tam­bién son ami­gos entre sí. El res­to del mun­do pare­cie­ra no exis­tir para este cuar­te­to humano en la medi­da que Lil es viu­da y Roz no se sien­te muy cer­ca­na a su mari­do Harold (Ben Mendelsohn).

Des­de las pri­me­ras esce­nas, todo pare­cía indi­car que el ínti­mo víncu­lo de Lil y Roz adop­ta una rela­ción de les­bia­nis­mo, pero eso que­da rápi­da­men­te des­men­ti­do. Cuan­do Harold par­te para Syd­ney para ocu­par una posi­ción uni­ver­si­ta­ria y Roz no acep­ta acom­pa­ñar­lo –posi­ble­men­te para no sepa­rar­se de su ami­ga Lil- Ian repen­ti­na­men­te se acues­ta con ella sin que has­ta ese momen­to exis­tie­ra algo que pudie­ra indi­car deseo o atrac­ción entre ambos. Para no ser menos, Tom deci­de hacer lo pro­pio con Lil.

He ahí una doble rela­ción sexual cru­za­da de dos madres con dos hijos para una his­to­ria que ade­más de nada creí­ble más podría ase­me­jar­se a una far­sa o come­dia hila­ran­te que a un dra­ma realista.

Lo que sigue des­pués es tan dis­pa­ra­ta­do como lo des­crip­to ante­rior­men­te sin que el espec­ta­dor pue­da vis­lum­brar la exis­ten­cia de un míni­mo con­flic­to emo­cio­nal que expu­sie­ra la natu­ra­le­za mis­te­rio­sa que pue­de adop­tar el deseo humano.

Hacién­do­se car­go de los pape­les pro­ta­gó­ni­cos, la cla­se y/o esti­lo que tan­to Watts como Wright han evi­den­cia­do a lo lar­go de su carre­ra aquí se encuen­tra ausen­te por­que resul­ta prác­ti­ca­men­te impo­si­ble sal­var a los per­so­na­jes de este lamen­ta­ble melo­dra­ma. Algo seme­jan­te se pue­de afir­mar del res­to del bre­ve elen­co, agra­va­do por la cir­cuns­tan­cia de que la direc­to­ra no tuvo la pre­cau­ción de pres­tar aten­ción al cas­ting don­de no hay varia­ción de edad entre las madres y sus hijos en la medi­da que pare­cen per­te­ne­cer a la mis­ma gene­ra­ción; evi­den­te­men­te ese error es uno más que se agre­ga a esta pobre expre­sión de pasio­nes descontroladas.

Con­clu­sión: Un film com­ple­ta­men­te pres­cin­di­ble.  Jor­ge Gutman