Sabo­res de la India

THE LUNCH­BOX. India-Ale­ma­nia-Fran­cia-Esta­dos Uni­dos, 2013. Un film de Ritesh Batra 

Una ori­gi­nal y huma­na his­to­ria es lo que el rea­li­za­dor Ritesh Batra ofre­ce en su ópe­ra pri­ma The Lunch­box. Dis­pues­to a ganar fácil­men­te la adhe­sión de cual­quier tipo de audien­cia, el rela­to des­ti­la una gran dosis de huma­ni­dad uti­li­zan­do como excu­sa la caji­ta de comi­da que sir­ve para trans­por­tar el almuer­zo o merien­da para los que tra­ba­jan en las fábri­cas o empre­sas de la inmen­sa ciu­dad de Mum­bai en India. El film intro­du­ce a los dab­ba­wa­las que son aque­llas per­so­nas que tra­ba­jan­do en una indus­tria de ser­vi­cios se encar­gan de reco­ger la comi­da calien­te recién pre­pa­ra­da por las amas de casa y colo­ca­da en las dab­bas (con­te­ne­do­res o cajas) para su trans­por­te des­de sus hoga­res has­ta los luga­res don­de sus mari­dos están emplea­dos para lue­go devol­ver­las vacías al sitio de origen. 

Irrfan Khan

Irrfan Khan

En base a lo que ante­ce­de, el rela­to enfo­ca a Ila (Nim­rat Kaur), un ama de casa que para ganar la aten­ción de su mari­do (Nakul Vaid) que la ha deja­do un poco aban­do­na­da le envía a su ofi­ci­na, median­te el sis­te­ma de ser­vi­cios seña­la­do, una comi­da espe­cial con ape­ti­to­sos ingre­dien­tes sumi­nis­tra­dos por una veci­na. Aun­que gene­ral­men­te el pro­ce­di­mien­to del envío al des­ti­na­ta­rio asig­na­do no sue­le fallar, a cau­sa de una con­fu­sión pro­du­ci­da, la famo­sa caja con­te­nien­do la comi­da no ter­mi­na en el escri­to­rio del mari­do sino en el de Saa­jan (Irrfan Khan), un con­ta­dor que vive soli­ta­ria­men­te des­de que su mujer murió y que aho­ra está a pun­to de jubi­lar­se. Cuan­do el mari­do de Ila retor­na al hogar, ella se da cuen­ta que la comi­da pre­pa­ra­da no lo tuvo a él como des­ti­na­ta­rio sino que a otra per­so­na. Tenien­do en con­si­de­ra­ción el equí­vo­co incu­rri­do, al día siguien­te la mujer en un ges­to impul­si­vo colo­ca una nota en la caja don­de le reve­la al des­co­no­ci­do algu­nas de sus frus­tra­cio­nes per­so­na­les. A par­tir de allí se esta­ble­ce una sin­gu­lar corres­pon­den­cia manus­cri­ta don­de Ila y Saa­jan van inti­man­do pla­tó­ni­ca­men­te, algo pare­ci­do de lo que suce­día en el film Cha­ring Cross Road (1987) entre los per­so­na­jes ani­ma­dos por Anne Ban­croft y Anthony Hopkins. 

La comu­ni­ca­ción esta­ble­ci­da de dos extra­ños vivien­do apar­ta­dos den­tro de una gigan­tes­ca metró­po­li ofre­ce momen­tos poé­ti­cos a la vez que trae remi­nis­cen­cias de algu­nas de las narra­cio­nes de rea­lis­mo mági­co de la lite­ra­tu­ra lati­no­ame­ri­ca­na. Con­cen­tran­do la aten­ción del espec­ta­dor duran­te todo el rela­to, esta pelí­cu­la deli­ca­da, melan­có­li­ca a la vez que humo­rís­ti­ca, logra cáli­das inter­pre­ta­cio­nes por par­te de Kaur y Khan. Tam­bién y como una suer­te de his­to­ria secun­da­ria pero que de nin­gún modo dis­trae de la prin­ci­pal se encuen­tra Shaikh, el asis­ten­te con­ta­ble, ani­ma­do con gran sen­si­bi­li­dad por Nawa­zud­din Sid­di­qui, quien está des­ti­na­do a reem­pla­zar a Saa­jan en sus fun­cio­nes cuan­do éste se jubi­le. Como un joven opti­mis­ta y de buen cora­zón, Shaikh con­tri­bu­ye a rom­per la cora­za de ace­ro de Saa­jan com­par­tien­do con él sus horas de ofi­ci­na y el trans­por­te dia­rio des­de y hacia el lugar de trabajo. 

El film es un buen ejem­plo de cómo par­tien­do de una pre­mi­sa sen­ci­lla se pue­de lograr un peque­ño y gra­ti­fi­can­te film don­de ade­más de ilus­trar una idí­li­ca his­to­ria román­ti­ca entre dos almas soli­ta­rias comu­ni­cán­do­se a tra­vés de la pala­bra escri­ta manual­men­te, brin­da tam­bién algu­nas face­tas cul­tu­ra­les de inte­rés sobre la gran metró­po­li que es Mum­bay; así, entre otros ele­men­tos rele­van­tes, resul­ta curio­so apre­ciar que apa­ren­te­men­te la comu­ni­ca­ción elec­tró­ni­ca no es de uso corrien­te en los luga­res de tra­ba­jo dado que el mane­jo de archi­vos y lega­jos de ofi­ci­na es efec­tua­do como en la épo­ca en que aún no exis­tían las compu­tado­ras personales. 

Con­clu­sión: Gra­ta y cáli­da his­to­ria de amor pla­tó­ni­co entre dos des­co­no­ci­dos.  Jor­ge Gutman