Tris­tes Secue­las de la Guerra

THE RAIL­WAY MAN. Aus­tra­lia-Gran Bre­ta­ña, 2013. Un film de Jonathan Teplitzky 

El tema de la Segun­da Gue­rra Mun­dial ya vis­to en innu­me­ra­bles pelí­cu­las es con­si­de­ra­do nue­va­men­te en The Rail­way Man toman­do como refe­ren­cia el dra­ma real vivi­do por Eric Lomax como inte­gran­te de las fuer­zas arma­das bri­tá­ni­cas en el con­ti­nen­te asiá­ti­co duran­te ese dra­má­ti­co perío­do. El rea­li­za­dor Jonathan Teplitzky se ins­pi­ró en dichos acon­te­ci­mien­tos narran­do una his­to­ria de per­dón y recon­ci­lia­ción en un rela­to que aun­que bien inten­cio­na­do nun­ca logra cun­dir emo­cio­nal­men­te como debiera.

 Colin Firth y Nicole Kidman

Colin Firth y Nico­le Kidman

El rea­li­za­dor se basó en el libro auto­bio­grá­fi­co que Lomax publi­có en 1995 y que adap­ta­do por los guio­nis­tas Frank Cot­trell Boy­ce y Andy Pater­son comien­za en 1983 cuan­do Eric (Colin Firth) se encuen­tra via­jan­do en un tren esco­cés y cono­ce a la boni­ta Pat­ti (Nico­le Kid­man); de inme­dia­to que­da esta­ble­ci­da una sim­pa­tía recí­pro­ca que con­du­ce al roman­ce y pos­te­rior casa­mien­to. Poco tiem­po des­pués de la boda, y sin que nada lo pre­sa­gia­ra, Lomax demues­tra sig­nos del pro­fun­do trau­ma que lo embar­ga a tra­vés de dra­má­ti­cas pesa­di­llas que le revi­ven el dra­ma vivi­do duran­te el con­flic­to béli­co cuan­do en 1942 es apre­sa­do en Sin­ga­pur como pri­sio­ne­ro de gue­rra por par­te del ejér­ci­to japo­nés. De esta mane­ra, el comien­zo román­ti­co del rela­to cede lugar a una his­to­ria de horren­das alu­ci­na­cio­nes sufri­das por Eric quien explí­ci­ta­men­te se nie­ga a hablar sobre el tema con su espo­sa. Pat­ti, en su inten­to de ayu­dar­lo, recu­rre a Fin­lay (Ste­llan Skars­gard), un ami­go de Eric que corrió su mis­ma suer­te, quien le hace saber lo que real­men­te acon­te­ció duran­te el cau­ti­ve­rio de su esposo. 

A tra­vés de flash­backs que­dan refle­ja­dos el vía cru­cis de Lomax (inter­pre­ta­do de joven por Jeremy Irvi­ne) quien como exper­to en tre­nes fue for­za­do a tra­ba­jar en Tai­lan­dia en la cons­truc­ción de la línea ferro­via­ria que uni­ría a ese país con Bir­ma­nia; como con­se­cuen­cia de haber fabri­ca­do una secre­ta radio recep­to­ra de infor­ma­ción, Lomax es some­ti­do a las más exe­cra­bles tor­tu­ras por par­te de Naga­se (Tan­roh Ishi­da), un joven ofi­cial nipón. Esa dolo­ro­sa expe­rien­cia mar­ca el futu­ro de su exis­ten­cia al tener que con­vi­vir en for­ma trau­má­ti­ca con los fan­tas­mas del pasa­do. Lo sor­pren­den­te es que al fina­li­zar la gue­rra el cri­mi­nal logra esca­par sin ser cas­ti­ga­do y vol­vien­do al pre­sen­te se lo ve a Naga­se (aho­ra inter­pre­ta­do por Hiro­yu­ki Sana­da) tra­ba­jan­do como guía turís­ti­co en los mis­mos cam­pos don­de los pri­sio­ne­ros estu­vie­ron inter­na­dos y tor­tu­ra­dos. Cuan­do Lomax lle­ga a ubi­car­lo y lo con­fron­ta con el pro­pó­si­to de ven­gar­se por haber­le arrui­na­do la vida, sur­ge enton­ces una acti­tud de increí­ble gene­ro­si­dad de su par­te per­do­nan­do a ese sádi­co inhumano. 

Si bien lo que el film quie­re refle­jar es la con­duc­ta de un indi­vi­duo sufri­do que a tra­vés de un acto de catar­sis tra­ta de expul­sar defi­ni­ti­va­men­te los demo­nios que lo ago­bian, la narra­ción de Teplitzky impi­de com­pren­der el com­por­ta­mien­to psi­co­ló­gi­co de quien fue espan­to­sa­men­te tra­ta­do. Pero lo más obje­ta­ble del rela­to es que no crea el cli­ma nece­sa­rio como para que el espec­ta­dor pue­da acep­tar con con­vic­ción el lazo de comu­ni­ca­ción que se enta­bla entre la víc­ti­ma y su anti­guo ver­du­go, a pesar de tra­tar­se de una his­to­ria verí­di­ca. Aun­que el film reúne todos los ele­men­tos como para desa­rro­llar un rela­to poten­te capaz de emo­cio­nar, la errá­ti­ca direc­ción impi­de que adquie­ra la fuer­za nece­sa­ria para que uno se invo­lu­cre de lleno en lo que está suce­dien­do, a pesar de la efec­ti­vi­dad de Firth así como de Irvi­ne en la carac­te­ri­za­ción de Lomax. La par­ti­ci­pa­ción de Kid­man es secun­da­ria y la rela­ción de su per­so­na­je con el de su mari­do no alcan­za a tener espe­cial relevancia. 

Con­clu­sión: Una tris­te his­to­ria que aun­que ver­da­de­ra care­ce de la fuer­za nece­sa­ria para lle­gar a con­mo­ver.  Jor­ge Gutman