Una Áci­da Crí­ti­ca a la Socie­dad Rusa

LEVIATHAN. Rusia, 2014. Un film de Andrei Zvyagyntsev

Pre­vio a Leviathan Andrei Zvia­gin­tsev demos­tró en su fil­mo­gra­fía de solo 3 fil­mes su incli­na­ción en abor­dar temas de pro­fun­di­dad espi­ri­tual como así tam­bién uti­li­zar el cine como un medio de ilus­trar meta­fó­ri­ca­men­te qué es lo que acon­te­ce en su tie­rra des­pués del colap­so del régi­men comu­nis­ta. Pre­ci­sa­men­te en Ele­na (2011) –su penúl­ti­mo tra­ba­jo- ofre­ció una pin­tu­ra no muy com­pla­cien­te de la socie­dad rusa actual mos­tran­do cómo el cam­bio de régi­men per­mi­tió la apa­ri­ción de nue­vos ricos vivien­do con ven­ta­jas y pri­vi­le­gios no goza­dos por la gran masa pro­le­ta­ria. Aquí nue­va­men­te lan­za sus dar­dos con­tra el poder ejer­ci­do dis­cre­cio­nal­men­te por quie­nes lo deten­tan polí­ti­ca­men­te afec­tan­do los legí­ti­mos dere­chos de los sec­to­res socia­les más débi­les e indefensos.

Alexey Serebryakov

Ale­xey Serebryakov

El guión del rea­li­za­dor escri­to con Oleg Negin, que mere­ci­da­men­te fue pre­mia­do en el últi­mo Fes­ti­val de Can­nes, se desa­rro­lla en un remo­to pue­blo pes­que­ro del noroes­te ruso al bor­de del mar de Barents don­de resi­de Kolia (Ale­xey Serebrya­kov), un hom­bre que es due­ño de un taller mecá­ni­co, feliz­men­te casa­do con su espo­sa Lilia (Ele­na Lya­do­va). Ellos viven en una casa de dos plan­tas que ofre­ce una amplia mira­da oceá­ni­ca jun­to a Roma (Ser­gey Pokha­daev), el hijo ado­les­cen­te de un ante­rior matri­mo­nio de Kolia.

El con­flic­to dra­má­ti­co que impul­sa el desa­rro­llo de la his­to­ria resi­de en la lar­ga bata­lla enta­bla­da con el diso­lu­to y borra­cho Vadim She­lev­yat (Roman Mad­ya­nov), quien es el alcal­de local y desea que el mecá­ni­co le ven­da su casa y el terreno adya­cen­te, hecho que Kolia no tie­ne nin­gu­na inten­ción de hacer. Como resul­ta­do de la con­fron­ta­ción, el alcal­de lo lle­va a jui­cio y habien­do sobor­na­do con­ve­nien­te­men­te a los jue­ces se lle­ga a una sen­ten­cia obvia­men­te espe­ra­da don­de Kolia y los suyos resul­tan expro­pia­dos de su pro­pie­dad. A fin de lograr pro­tec­ción legal, el atri­bu­la­do hom­bre recu­rre a los ser­vi­cios de Dmi­tri (Vla­di­mir Vdo­vit­chen­kov), un muy buen ami­go suyo que es un exce­len­te abo­ga­do de Mos­cú y sabe muy bien cómo des­en­vol­ver­se en estos casos. A tra­vés de cone­xio­nes con cier­tas figu­ras cla­ves de la capi­tal, Dmi­tri reco­ge evi­den­cias com­pro­me­te­do­ras sobre el alcal­de que en caso de ser reve­la­das lo pon­drían en gra­ves apu­ros. Cla­ro está que el ame­na­za­do fun­cio­na­rio no pue­de resig­nar­se a que­dar humi­lla­do y ven­ci­do y lo que sobre­vie­ne pos­te­rior­men­te no mere­ce ser reve­la­do para que el públi­co pue­da asis­tir con mayor inte­rés a los dra­má­ti­cos acon­te­ci­mien­tos que esta his­to­ria depara.

Aun­que el film se pro­lon­ga duran­te casi dos horas y media, no tie­ne des­per­di­cio alguno por la muy bue­na des­crip­ción de los dife­ren­tes per­so­na­jes que inter­vie­nen y por su arti­cu­la­da narra­ción don­de los diver­sos lazos suel­tos del rela­to que­dan per­fec­ta­men­te cohe­sio­na­dos. Lo más impor­tan­te es la acer­ba ilus­tra­ción que Zvya­gin­tsev efec­túa sobre los viles meca­nis­mos de la jus­ti­cia, la pre­po­ten­cia de quie­nes ejer­cen el poder que obvia­men­te no están exen­tos de corrup­ción, la des­car­na­da fuer­za poli­cial, el com­por­ta­mien­to hipó­cri­ta de la Igle­sia Orto­do­xa a tra­vés de uno de sus obis­pos así como tam­bién el fun­cio­na­mien­to de una inope­ran­te burocracia.

Este dra­ma social cuen­ta con una inob­je­ta­ble inter­pre­ta­ción de Serebrya­kov y Lia­do­va en los prin­ci­pa­les roles y en sus valo­res for­ma­les se dis­tin­guen la estu­pen­da foto­gra­fía de Mikhail Krich­man cap­tan­do la majes­tuo­si­dad pano­rá­mi­ca de los espa­cios exte­rio­res don­de trans­cu­rre la acción, así como la músi­ca de Phi­lip Glass que se aso­cia ade­cua­da­men­te a la his­to­ria del film.

Con­clu­sión: Un fas­ci­nan­te rela­to refle­jan­do el dete­rio­ro de los valo­res mora­les de la socie­dad rusa con­tem­po­rá­neaJor­ge Gutman