Las Raí­ces de la Tierra

LA TIE­RRA Y LA SOM­BRA. Colom­bia, 2015. Un film escri­to y diri­gi­do por César Augus­to Acevedo.

Este film colom­biano tie­ne el méri­to de haber reci­bi­do el pre­mio de la Cáma­ra de Oro en el Fes­ti­val de Can­nes, el cual se atri­bu­ye a la mejor ópe­ra pri­ma pre­sen­ta­da entre todas las sec­cio­nes que con­for­man el even­to. Habién­dose dado a cono­cer en la Sema­na de la Crí­tica, el joven debu­tante cale­ño César Augus­to Ace­vedo impre­siona con esta obra sóli­da y poten­te, cui­da­do­sa­mente cons­truida. En un guión que le per­te­nece, el direc­tor tra­tó de expo­ner algu­nas de las expe­rien­cias por las que atra­vesó per­so­nal­mente per­mi­tiendo así que la pelí­cula repre­sen­te una suer­te de catar­sis en torno a las raí­ces que cons­ti­tu­yen el lazo que une al hom­bre con la tie­rra en que nació.

Ace­ve­do pre­sen­ta a Alfon­so (Hai­mer Leal), un vie­jo pai­sano que des­pués de una ausen­cia de 17 años de haber aban­do­na­do a los suyos por razo­nes des­co­no­ci­das, retor­na al hogar ubi­cado en el valle del Cau­ca; allí viven su hijo Gerar­do (Edi­son Rai­go­sa) que pade­ce de una gra­ve enfer­me­dad de pul­món, su dis­tan­cia­da mujer Ali­cia (Hil­da Ruíz), su nue­ra Espe­ran­za (Mar­ley­da Soto) y su peque­ño nie­to Manuel (José Feli­pe Cár­de­nas). Tan­to Ali­cia como Espe­ran­za tra­ba­jan como cor­ta­do­ras de la caña de azú­car para sub­ve­nir a las nece­si­da­des de la ali­caí­da fin­ca que poseen y es en esa tarea que Alfon­so tra­ta­rá de ayudarlas.

Simul­tá­nea­men­te, en una sub­tra­ma pue­de obser­var­se cómo los tra­ba­ja­do­res del lugar tra­ba­jan fuer­te­men­te sin ser debi­da­men­te remu­ne­ra­dos y resig­na­dos a su suer­te en el mar­co de un cli­ma eco­nó­mi­co hos­til y despiadado.

En for­ma tran­qui­la pero efec­ti­va, el rela­to de Ace­ve­do com­bi­na ade­cua­da­men­te un dra­ma fami­liar con una acer­ta­da crí­ti­ca social. Así la adap­ta­ción de Alfon­so al vie­jo terru­ño, tra­tan­do de repa­rar los erro­res del pasa­do para reen­con­trar­se defi­ni­ti­va­men­te con los suyos, se entre­mez­cla con el pro­ble­ma de los agri­cul­to­res mar­gi­na­dos tra­tan­do de sobre­vi­vir fren­te a la reali­dad de un mer­ca­do impla­ca­ble y al poder de los terra­te­nien­tes del inge­nio azucarero.

Con una bella foto­gra­fía de Mateo Guz­mán cap­tan­do la cam­pi­ña colom­bia­na, este film sobre el des­arrai­go y la fra­gi­li­dad fami­liar –entre otros aspec­tos- es deci­di­da­men­te duro y tris­te, pero de todos modos deja abier­ta una luz de espe­ran­za para un por­ve­nir más ven­tu­ro­so. Jor­ge Gutman