El Club de los Pecadores

EL CLUB. Chi­le, 2015. Un film de Pablo Larraín.

Pablo Larraín ‑con­si­de­ra­do como uno de los más inno­va­do­res rea­li­za­do­res del cine de Amé­ri­ca Lati­na por sus logra­dos tra­ba­jos en Tony Mane­ro, (2008), Post Mor­tem (2010) y No (2012)- ofre­ce un film de ori­gi­nal tra­ta­mien­to en El Club don­de efec­túa una acer­ba crí­ti­ca a la igle­sia católica.

Aun­que recien­te­men­te se ha juz­ga­do Spotlight, enfo­can­do la labor lle­va­da a cabo por The Bos­ton Glo­be para escla­re­cer los abu­sos sexua­les de los miem­bros de la igle­sia cató­li­ca en el esta­do de Mas­sa­chu­setts, en el caso que nos ocu­pa Larrain ana­li­za los deli­tos de unos clé­ri­gos cató­li­cos bajo una ópti­ca diferente.

El rela­to trans­cu­rre en un pue­blo no espe­ci­fi­ca­do de la cos­ta de Chi­le don­de viven cua­tro sacer­do­tes (Alfre­do Cas­tro, Jai­me Vadell, Ale­jan­dro Goic, Ale­jan­dro Sie­ve­king) de media­na edad y una mon­ja (Anto­nia Zegers) que se ocu­pa de aten­der­los. Pron­ta­men­te se sabrá que estos per­so­na­jes han sido exco­mul­ga­dos y envia­dos por la igle­sia a esta suer­te de monas­te­rio ocul­to para expur­gar sus deli­tos de dife­ren­te índo­le, inclu­yen­do la explo­ta­ción sexual de ino­cen­tes meno­res; a ello cabe aña­dir que la mon­ja tam­po­co se encuen­tra libre de cul­pa. En ese dis­cre­to escon­di­te, los peca­do­res viven en un rela­ti­vo con­fort y dis­traen su tiem­po miran­do la tele­vi­sión, pasean­do por la pla­ya y adies­tran­do perros de carre­ra para obte­ner un bene­fi­cio pecu­nia­rio de los habi­tan­tes de la zona.

Roberto Farías

Rober­to Farías

El orden exis­ten­te se alte­ra con el arri­bo de un Padre pedó­fi­lo (José Soza) y con la pre­sen­cia de un excén­tri­co pro­fe­ta (Rober­to Farías) que acu­sa al recién lle­ga­do de haber­le vio­la­do cuan­do era niño. Sin deve­lar lo que con­ti­núa, solo cabe aña­dir que la Igle­sia deci­de tomar car­tas en el asun­to envian­do a uno de sus repre­sen­tan­tes (Mar­cel Alon­so) para que efec­túe una inves­ti­ga­ción sobre lo que está ocu­rrien­do a fin de sal­var la ima­gen de la atri­bu­la­da institución.

Al con­si­de­rar un tema que pro­fun­da­men­te con­mo­cio­na, Larrain man­tie­ne intri­ga­do al espec­ta­dor en la medi­da que le resul­ta difí­cil pre­de­cir sobre cómo evo­lu­cio­na­rán los acon­te­ci­mien­tos des­crip­tos. Aun­que el film es abor­da­do en for­ma más bien humo­rís­ti­ca que dra­má­ti­ca, nada ocul­ta la dimen­sión del pro­ble­ma en el retra­to de estos curas sacrí­le­gos, ilus­tran­do el lado paté­ti­co y oscu­ro de quie­nes tie­nen la misión de difun­dir las bon­da­des espi­ri­tua­les de la fe religiosa.

En el can­den­te y sinies­tro retra­to ofre­ci­do por Larraín, el direc­tor ha logra­do un rela­to de inusual inten­si­dad que en gran par­te se ha vis­to favo­re­ci­do por dos ele­men­tos prin­ci­pa­les: el exce­len­te bos­que­jo de los per­so­na­jes gra­cias al efi­cien­te guión del rea­li­za­dor escri­to con la cola­bo­ra­ción de Gui­ller­mo Cal­de­rón y Daniel Villa­lo­bos, como tam­bién por el nivel de su elen­co. Todos los acto­res se desem­pe­ñan en for­ma estu­pen­da brin­dan­do una rara ambi­güe­dad en la carac­te­ri­za­ción de sus per­so­na­jes mons­truo­sos quie­nes pare­cie­ran no atri­buir dema­sia­da impor­tan­cia a los peca­dos come­ti­dos; con todo, si se tuvie­ra que dis­tin­guir a alguno de los mis­mos es Rober­to Farías quien como el hom­bre que no se ha reco­bra­do de la heri­da emo­cio­nal reci­bi­da en su infan­cia, logra la empa­tía del públi­co en su bús­que­da por denun­ciar la verdad.

Al con­cluir la pro­yec­ción que­da como ele­men­to espe­ran­za­dor el pro­ce­so de reno­va­ción y solu­ción por par­te de la Igle­sia Cató­li­ca a los pro­ble­mas expues­tos bajo la visión huma­nis­ta y pro­gre­sis­ta del bien ama­do y admi­ra­do Papa Fran­cis­co. Jor­ge Gutman