Un home­na­je a Jericó

EL INFI­NI­TO VUE­LO DE LOS DÍAS. Colom­bia-Fran­cia, 2015. Un film escri­to y diri­gi­do por Cata­li­na Mesa

Lo pri­me­ro que se lee al comien­zo de este docu­men­tal de Cata­li­na Mesa son los ver­sos de Oli­via Sos­sa que dicen: “Este, mi noble Jeri­có es boni­to. Encla­va­do en el sol de la mon­ta­ña. El mon­te azul rozan­do el infi­ni­to, y el infi­ni­to entran­do en la caba­ña”. De algún modo, eso esta­ble­ce el tono de este film que cons­ti­tu­ye un cáli­do home­na­je a Jeri­có, un muni­ci­pio del depar­ta­men­to de Antio­quía en Colom­bia. Para su rea­li­za­ción, la direc­to­ra se ins­pi­ró en las his­to­rias que su tía abue­la Ruth Mesa le había contado.

El Infinito Vuelo de los DíasAde­más de brin­dar al espec­ta­dor una bue­na des­crip­ción de la cul­tu­ra de esa región, el film enfo­ca a varias muje­res de dife­ren­tes eda­des y con­di­cio­nes socia­les que allí habi­tan a tra­vés de las con­ver­sa­cio­nes man­te­ni­das entre ellas y la narra­ción de anéc­do­tas per­so­na­les que resul­tan intere­san­tes de escu­char. Amor, des­en­ga­ño, tris­te­za dolor e inmen­sa sabi­du­ría intui­ti­va es lo que ema­na de este docu­men­tal; adop­tan­do un carác­ter ínti­mo ofre­ce al pro­pio tiem­po notas muy emo­ti­vas, como tam­bién algu­nas situa­cio­nes de humor que ame­ni­zan al film.

Entre algu­nos de los per­so­na­jes reales se encuen­tra una ancia­na de 102 años que está pre­pa­ra­da para pasar a la otra vida y espe­ra que la vir­gen la reci­ba. Su expre­sión deno­ta una con­si­de­ra­ble madu­rez; al ser cons­cien­te de su mor­ta­li­dad mani­fies­ta que sus días están con­ta­dos pero sin alber­gar temor a la muer­te. Otra mujer de edad madu­ra con 46 años de matri­mo­nio cui­da la frá­gil salud de su mari­do; apar­te de haber dado edu­ca­ción a sus hijos y brin­dán­do­les una carre­ra para defen­der­se en la vida, no pue­de ocul­tar el pro­fun­do dolor que aún sub­sis­te por la des­apa­ri­ción de uno de ellos, acae­ci­da hace ya 20 años, y que pro­ba­ble­men­te haya sido la gue­rri­lla la que cau­só el dra­ma. La coque­te­ría feme­ni­na es la que está pre­sen­te en una pin­to­res­ca y ver­bo­rrá­gi­ca viu­da que ade­más de con­ser­var una colec­ción de rosa­rios que ador­na su casa, tie­ne como hábi­to maqui­llar­se apro­pia­da­men­te para estar ele­gan­te cuan­do sale de su casa; al pro­pio tiem­po agra­de­ce a Dios el hecho de que pue­da morir en Jeri­có, su pue­blo al que tan­to ama.

En el mon­ta­je del film, la rea­li­za­do­ra ha sabi­do inter­ca­lar una apro­pia­da músi­ca de fon­do que crea un sen­ti­mien­to de nos­tal­gia a la vez que con­tri­bu­ye a enri­que­cer a este docu­men­tal. Entre varias de las her­mo­sas can­cio­nes se encuen­tran Me voy pa’l pue­blo, Espí­ri­tu colom­bia­na, Ojos de Almen­dra, Luna Lune­ra, Nues­tra Casi­ta, Cere­zo RosaUn siglo de ausencia. 

En esen­cia, este es un film que ade­más de cele­brar la vita­li­dad del espí­ri­tu feme­nino antio­que­ño trans­por­ta al espec­ta­dor hacia un rin­cón del mun­do digno de conocer.
Jor­ge Gutman