Impreg­na­do de Vio­len­cia Sexual

ELLE. Fran­cia, 2016. Un film de Paul Verhoeven

El direc­tor holan­dés Paul Verhoe­ven retor­na al cine con un film com­ple­jo de difí­cil cata­lo­ga­ción; sea que se lo con­si­de­re como sáti­ra social, dra­ma rea­lis­ta, o bien como un estu­dio de carac­te­res de algu­nos de sus per­so­na­jes, lo que más sor­pren­de el de haber ela­bo­ra­do un rela­to de sus­pen­so car­ga­do de con­si­de­ra­ble vio­len­cia sexual.

Isabelle Huppert

Isa­be­lle Huppert

Basa­do en el libro Oh de Phi­lip­pe Djian, el guión de David Bur­ke pre­sen­ta a Michè­le Leblan­ce (Isa­be­lle Hup­pert) quien vive soli­ta­ria­men­te en una sun­tuo­sa man­sión ubi­ca­da en los subur­bios de París. En la pri­me­ra esce­na un hom­bre enca­pu­cha­do pene­tra en su domi­ci­lio y la vio­la en for­ma bru­tal, deján­do­le una nota­ble magu­lla­du­ra deba­jo de su ojo izquier­do. A pesar de haber sido la víc­ti­ma de ese igno­mi­nio­so acto, no repor­ta el hecho a la poli­cía y poco des­pués retor­na a su tra­ba­jo don­de ella es una de las due­ñas de una com­pa­ñía de video­jue­go de con­te­ni­do sexual que com­par­te con Anna (Anne Con­signy), su mejor ami­ga. Su actua­ción en la ofi­ci­na reve­la que Michè­le es una mujer deci­di­da a implan­tar su férrea volun­tad con sus empleados.

Si en prin­ci­pio la tra­ma intri­ga por saber quién es el vio­la­dor, hay razo­nes adi­cio­na­les que des­pier­tan la curio­si­dad obser­van­do la for­ma en que se des­en­vuel­ve la heroí­na de esta his­to­ria, don­de se des­ta­ca su com­ple­ta amo­ra­li­dad. Tenien­do en cuen­ta que ha vivi­do una infan­cia trau­má­ti­ca debi­do a un padre con­ver­ti­do en ase­sino serial cuya vida trans­cu­rre en la cár­cel y al que nun­ca deseó vol­ver a ver, es muy posi­ble que eso la haya mar­ca­do fuer­te­men­te para con­ver­tir­la en un ser frío, dis­tan­te, impre­vi­si­ble y capaz de sola­zar­se sexual­men­te sin con­si­de­rar con quién intima.

De lo que ante­ce­de, el rela­to com­pren­de una suce­sión de esce­nas don­de se obser­va a Michè­le con su madre Ire­ne (Judith Magre) a quien prác­ti­ca­men­te no tole­ra, la par­ti­cu­lar rela­ción de amis­tad que man­tie­ne con Anna don­de no tie­ne res­que­mor alguno de tener como aman­te a su mari­do ( Chris­tian Ber­kel), el lazo que la une con su irres­pon­sa­ble hijo Vin­cent (Jonas Blo­quet) que está a pun­to de ser padre de una cria­tu­ra que no le per­te­ne­ce, así como su civi­li­za­da cor­dia­li­dad man­te­ni­da con Richard, su ex mari­do (Char­les Ber­ling). A todo ello se agre­ga la pre­sen­cia de sus veci­nos Rebec­ca (Vir­gi­nie Efi­ra) y en espe­cial su mari­do Patrick (Lau­rent Lafit­te) quien cobra impor­tan­cia espe­cial den­tro del con­tex­to de esta historia.

Tras­gre­dien­do todas las fron­te­ras de la tra­di­cio­nal moral, lo que que­da cla­ro es que resul­ta difí­cil escu­dri­ñar la per­so­na­li­dad de Michè­le cuyas acti­tu­des impre­vi­si­bles y con­tra­dic­to­rias, a la vez que deci­di­da­men­te crue­les en más de una oca­sión, impi­den que pue­da tener­se una idea con­cre­ta sobre su extra­ño com­por­ta­mien­to. De esta mane­ra, el film crea la intri­ga acer­ca de si esta per­so­na ávi­da de sexo ha goza­do o no con su vio­la­dor, en don­de el recuer­do de ese acto vuel­ve a su memo­ria en dife­ren­tes ins­tan­cias del film. Qui­zá esa duda es lo que crea la fas­ci­na­ción de con­tem­plar un film sobre la extra­ña com­ple­ji­dad de la natu­ra­le­za huma­na demos­tra­da no sólo por su pro­ta­go­nis­ta sino tam­bién por quie­nes la rodean.

Más allá de su rebus­ca­da tra­ma, lo que tras­cien­de en Elle es la mag­né­ti­ca pre­sen­cia de Isa­be­lle Hup­pert enfa­ti­zan­do bri­llan­te­men­te la ambi­güe­dad y enig­ma que emer­ge de su per­so­na­je; igual­men­te apre­cia­ble es la mane­ra en que el direc­tor narra la his­to­ria a fin de man­te­ner el sus­pen­so has­ta su des­en­la­ce. Jor­ge Gutman