Un Poe­ta en Fuga

NERU­DA. Chi­le-Argen­ti­na-Fran­cia-Espa­ña-Esta­dos Uni­dos, 2016. Un film de Pablo Larraín

Éste es sin duda el año del direc­tor Pablo Larraín. Antes de haber incur­sio­na­do en Jac­kie, su pri­mer film roda­do en inglés que actual­men­te se encuen­tra en car­tel, diri­gió Neru­da que tam­bién aca­ba de dar­se a cono­cer en Cana­dá des­pués de la cáli­da recep­ción crí­ti­ca reci­bi­da en opor­tu­ni­dad de su estreno mun­dial en el últi­mo fes­ti­val de Cannes.

Una vez más, Larraín con­firma su gran madu­rez como rea­li­za­dor narran­do algu­nos epi­so­dios de Pablo Neru­da, aun­que poco tie­nen que ver con la reali­dad. En tal sen­ti­do, el film debe ser con­si­de­rado como una mera fan­ta­sía sin nin­gún pro­pó­si­to his­tó­ri­co en don­de la per­so­na­li­dad del emi­nen­te poe­ta que­da desmitificada.

 Luis Gnecco

Luis Gnec­co

Ubi­cando la acción en Chi­le hacia el final de la déca­da de los años 40, en su comien­zo se con­tem­pla al emi­nen­te poe­ta (Luis Gnec­co) ocu­pando el car­go de sena­dor en el Con­greso; como acé­rrimo comu­nista fus­tiga la corrup­ción polí­ti­ca del gobierno de Gabriel Gon­zá­lez Vide­la (Alfre­do Cas­tro) acu­sán­do­lo ade­más de haber­se ali­neado ideo­ló­gi­ca­men­te con Esta­dos Uni­dos. De este modo, sus agrios comen­ta­rios crí­ti­cos lo con­vier­ten en enemi­go del Esta­do y es así que a par­tir de allí el cineas­ta con el apo­yo del dra­ma­tur­go y libre­tista chi­leno Gui­llermo Cal­de­rón con­vier­ten al rela­to en una suer­te de agra­da­bi­lí­si­mo film negro.

Por temor a ser encar­ce­lado como trai­dor a la patria, Neru­da jun­to con su abne­gada mujer Delia del Carril (Mer­ce­des Morán) resuel­ven esca­par. Con­se­cuen­te­men­te, el gobierno enco­mienda a Oscar Pelu­chon­neau (Gael Gar­cía Ber­nal), un tor­pe poli­cía ins­pec­tor, para que cap­ture al fugi­tivo. De este modo casi todo el metra­je se carac­te­riza por la per­se­cu­ción del impla­ca­ble per­se­gui­dor tra­tando de ubi­car al fugitivo.

Este jue­go del gato y el ratón entre el per­se­gui­dor y su pre­sa es lo que otor­ga rit­mo, humor y pasión al rela­to. Eso no impi­de que a tra­vés de esta fan­ta­sio­sa his­to­ria que­den resal­ta­das algu­nas face­tas del escri­tor quien como un buen hedo­nista no pue­de dejar de lado algu­nos pla­ce­res bur­gue­ses que con­tra­di­cen sus prin­ci­pios ideo­ló­gi­cos enfo­can­do, por ejem­plo, su incli­na­ción hacia el cham­pagne y su pro­cli­vi­dad hacia las pros­ti­tu­tas; cla­ro está que eso no exclu­ye su volun­tad de con­ver­tirse en un pala­dín de la libertad.

Tan­to la inter­pre­ta­ción de Gnec­co en el rol titu­lar, como la de Morán ani­man­do a su pacien­te mujer y la de Gar­cía Ber­nal como el pin­to­res­co y obse­si­vo detec­ti­ve poli­cial valo­ri­zan a esta producción.

Bien arti­cu­lado e inob­je­ta­ble­mente narra­do, Larraín ofre­ce un film que a pesar de su natu­ra­leza jugue­tona no está exen­to de cier­ta viru­len­cia al pro­pio tiem­po que des­pliega una ori­gi­nal inven­tiva que sin dudas delei­ta­ría al Pre­mio Nobel de Lite­ra­tu­ra si hubie­se teni­do la posi­bi­li­dad de con­tem­plar­lo. Jor­ge Gutman

Pin­to­res­cos Héroes

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

LES HÉROS Autor: Gérald Sibley­ras —  Direc­ción: Moni­que Ducep­pe – Adap­ta­ción: Michel Dumont — Elen­co: Michel Dumont, Marc Legault, Guy Mig­nault – Esce­no­gra­fía y Acce­so­rios: Nor­mand Blais — Ves­tua­rio: Pie­rre-Guy Lapoin­te — Ilu­mi­na­ción: Luc Prai­rie – Musi­ca: Chris­tian Tho­mas. Dura­ción: 1h 45 sin entre­ac­to. Repre­sen­ta­cio­nes: Has­ta el 4 de febre­ro de 2017 en el Théâ­tre Ducep­pe (www.duceppe.com)

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Esta obra de Gérald Sibley­ras estre­na­da en París en 2002 tuvo como nom­bre ori­gi­nal “Le Vent des Peu­pliers” (El vien­to de los ála­mos) pero des­de que Tom Stop­pard en 2005 la adap­tó para su pre­sen­ta­ción en Ingla­te­rra le cam­bió su nom­bre por el actual; des­de enton­ces es que es con ese títu­lo como se la sigue repre­sen­tan­do inter­na­cio­nal­men­te, inclui­do en Cana­dá. Ese peque­ño deta­lle pue­de tener sen­ti­do por cuan­to el autor se ins­pi­ró en los jóve­nes reclu­tas que par­ti­ci­pan en los con­flic­tos béli­cos y que con­si­de­ra­dos héroes en su momen­to cuan­do retor­nan a la vida civil sue­len ser olvi­da­dos; más aún, muchos han con­traí­do seve­ros trau­mas emo­cio­na­les y daños físi­cos que los obli­gan a ser inter­na­dos en hos­pi­ta­les para su recuperación.

Más allá de lo que pre­ce­de, el autor no se pro­pu­so ofre­cer un dra­ma sino más bien una ama­ble come­dia cen­tran­do su aten­ción en tres héroes vete­ra­nos sobre­vi­vien­tes de la Pri­me­ra Gue­rra Mun­dial que en 1959, cua­tro déca­das des­pués de haber fina­li­za­do la mis­ma, viven des­de hace tiem­po reclui­dos en un hos­pi­tal de ex com­ba­tien­tes. La acción trans­cu­rre en la terra­za de esa resi­den­cia don­de se sale al encuen­tro del agua­fies­tas Gus­tav (Guy Mig­nault), de Phi­lip­pe (Marc Legault), que a menu­do sufre des­va­ne­ci­mien­tos debi­do a los efec­tos de las heri­das reci­bi­das en su crá­neo duran­te la gue­rra y del opti­mis­ta Henry (Michel Dumont) que cojea por tener una pier­na lisiada.

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Fun­da­men­tal­men­te, el rela­to se cen­tra en estos tres per­so­na­jes que para dis­traer su abu­rri­mien­to se la pasan comen­ta­do sobre sus com­pa­ñe­ros de resi­den­cia o bien que­ján­do­se sobre la auto­ri­ta­ria mon­ja Made­lei­ne que les atien­de y quien no les cae en gra­cia. No siem­pre la vida entre ellos trans­cu­rre en per­fec­ta armo­nía y aun­que muchas veces hay situa­cio­nes que los sepa­ran por no estar de acuer­do, lo cier­to es que no podrían vivir des­uni­dos por el lazo afec­ti­vo que en el fon­do los une. El ele­men­to que moti­va el con­flic­to dra­má­ti­co del rela­to se pro­du­ce cuan­do Gus­tav pro­po­ne a sus dos com­pin­ches fugar­se de su encie­rro para tra­tar de lle­gar a los ála­mos que con­tem­plan a lo lejos des­de la terra­za; en reali­dad, la idea de esca­par del recin­to y ganar la liber­tad no es más que una mera uto­pía, aun­que eso les sir­va de alien­to para poder sobrevivir.

Carac­te­ri­za­da por su sen­ci­llez, esta obra logra una bue­na pues­ta escé­ni­ca por par­te de Moni­que Ducep­pe. A tra­vés de un rit­mo flui­do, la direc­to­ra per­mi­te que las dife­ren­tes situa­cio­nes gra­cio­sa­men­te absur­das que se gene­ran a tra­vés de su desa­rro­llo resal­ten la huma­ni­dad que se des­pren­de de sus per­so­na­jes. Para ello Ducep­pe se ha vali­do de acto­res de gran expe­rien­cia pro­fe­sio­nal que una vez más rati­fi­can su exce­len­cia hacien­do reír a la audien­cia como así tam­bién emo­cio­nan­do con sus dis­pa­ra­ta­das sali­das. Con una nota­ble com­pli­ci­dad que se apre­cia entre los tres intér­pre­tes, tan­to Mig­nault como Legault y Dumont trans­mi­ten con vero­si­mi­li­tud las viven­cias que ani­man a sus per­so­na­jes en el cre­púscu­lo de sus vidas, con­tem­plan­do res­pec­ti­va­men­te al gru­ñón Gus­tav, la acti­tud infan­til del enfer­mo Phi­lip­pe y el com­por­ta­mien­to prag­má­ti­co de Henry.

En esen­cia, esta obra melan­có­li­ca y no exen­ta de poe­sía — sobre todo en su esce­na final- per­mi­te pasar casi dos horas de salu­da­ble entre­te­ni­mien­to. Al pro­pio tiem­po, median­te estos héroes gue­rre­ros la pie­za per­mi­te refle­xio­nar sobre el inexo­ra­ble paso de tiem­po que con­du­ce al enve­je­ci­mien­to don­de el dete­rio­ro físi­co y men­tal len­ta­men­te comien­za a evi­den­ciar­se; no obs­tan­te, el autor adop­ta una acti­tud opti­mis­ta sugi­rien­do que a tra­vés de la ilu­sión expre­san­do sus deseos, emer­ge la espe­ran­za que nutre al ser humano para seguir dis­fru­tan­do de la vida.

Gra­cias a Goo­gle Earth

LION. Aus­tra­lia, 2016. Un film de Garth Davis.

Basa­do en el libro auto­bio­grá­fi­co A Long Way Home de Saroo Brier­ley, don­de su autor se refie­re a la increí­ble aven­tu­ra que le ha toca­do vivir, Lion es otro de los fil­mes don­de la reali­dad supera a la fic­ción. El direc­tor Garth Davis, valién­do­se de la adap­ta­ción rea­li­za­da por el guio­nis­ta Luke Davies, ofre­ce un emo­ti­vo rela­to real don­de una vez más que­da demos­tra­do cómo el espí­ri­tu humano pue­de lle­gar a ven­cer las más difi­cul­to­sas adver­si­da­des cuan­do per­sis­te la fir­me deter­mi­na­ción de per­se­ve­rar en el obje­ti­vo perseguido.

La his­to­ria comien­za en 1986 en Madh­ya Pra­desch, en el nor­te de India don­de Saroo (Sunny Pawar), un niño de 5 años vivien­do en con­di­cio­nes de suma pobre­za, jun­to con su que­ri­do her­mano mayor Gud­du (Abhishek Bha­ra­te) tra­tan de pro­cu­rar ali­men­ta­ción para lle­var­la al hogar de su humil­de madre tra­ba­ja­do­ra (Pri­yan­ka Bose). En una de las sali­das en las que el peque­ño acom­pa­ña a su her­mano, él se que­da dor­mi­do en la pla­ta­for­ma de una esta­ción ferro­via­ria; cuan­do des­pier­ta y al no poder ubi­car a Gud­du, ino­cen­te­men­te se sube a un tren que lo trans­por­ta a Cal­cu­ta, a más de 2500 kiló­me­tros de su hogar. Hablan­do el hin­di pero sin domi­nar el idio­ma ben­ga­lí que pre­do­mi­na en esa metró­po­li, igno­ran­do el nom­bre de su madre como tam­po­co sabien­do iden­ti­fi­car la aldea en que vive, Saroo deam­bu­la por las calles de la ciu­dad per­di­do por com­ple­to y atra­ve­san­do por algu­nas situa­cio­nes poco agra­da­bles que pare­ce­rían extraí­das de la lite­ra­tu­ra de Dic­kens. Como Dios aprie­ta pero no ahor­ca, el niño encon­tra­rá final­men­te a un matri­mo­nio inte­gra­do por John Brier­ley (David Wenham) y su espo­sa Sue (Nico­le Kid­man) que lo adop­tan lle­ván­do­lo a Hobart en Tas­ma­nia jun­to con otro chi­co indio que tam­bién es adoptado.

Dev Patel

Dev Patel

La segun­da par­te del film trans­cu­rre en Aus­tra­lia vein­te años des­pués don­de se apre­cia a Saroo (Dev Patel) como un joven que brin­da feli­ci­dad a sus padres quie­nes le han ofre­ci­do una bue­na edu­ca­ción ade­más de un pro­fun­do cari­ño y afec­to; en tal sen­ti­do Man­tosh (Divian Lad­wa) el segun­do hijo adop­ta­do, ha resul­ta­do pro­ble­má­ti­co a cau­sa de los trau­mas expe­ri­men­ta­dos en sus años de infan­cia. Sen­ti­men­tal­men­te, Saroo ini­cia un roman­ce con Lucy (Roo­ney Mara), una agra­da­ble chi­ca a quien cono­ce cuan­do via­ja a Mel­bour­ne para efec­tuar un cur­so de admi­nis­tra­ción hote­le­ra. A pesar de todos estos ele­men­tos favo­ra­bles y de su asi­mi­la­ción en Aus­tra­lia, la memo­ria del mucha­cho no ha eli­mi­na­do los recuer­dos de los momen­tos de su infan­cia cuan­do per­dió de vis­ta a su ado­ra­ble her­mano y dejó de ver a su madre bio­ló­gi­ca. He aquí, que en la sor­pren­den­te era tec­no­ló­gi­ca en que vivi­mos, el joven encuen­tra en Goo­gle Earth la vía para tra­tar de ubi­car el lugar don­de nació y poder reen­con­trar­se con sus seres queridos.

Quie­nes leye­ron el libro sabrán el des­en­la­ce de su con­te­ni­do y para quie­nes no han esta­do al tan­to del mis­mo no les resul­ta­rá difí­cil pre­de­cir su final; en todo caso eso poco impor­ta por­que lo que aquí resul­ta rele­van­te es des­ta­car el afor­tu­na­do tras­la­do cine­ma­to­grá­fi­co de la con­mo­ve­do­ra his­to­ria de un hijo que des­cu­brien­do sus raí­ces tra­ta de loca­li­zar a su madre bio­ló­gi­ca y a su entra­ña­ble her­mano des­pués de vein­tin­cin­co años de no haber­los visto.

Hay varias razo­nes que jus­ti­fi­can los elo­gios que mere­ce Davis en su debut como direc­tor. En pri­mer lugar supo con­vo­car a un elen­co de pri­mer nivel. La actua­ción de Pawar es subli­me con la expre­si­vi­dad que demues­tra trans­mi­tien­do el des­am­pa­ro y tris­te­za de un niño libra­do de la mano de Dios como si se tra­ta­ra de un leal perro que ha per­di­do a su amo. Por su par­te Patel que tan­to impre­sio­na­ra en Slum­dog Millio­nai­re (2008), con­fir­ma sus nota­bles con­di­cio­nes inter­pre­ta­ti­vas; así, con­ven­ce ple­na­men­te vivien­do el con­flic­to interno y hon­da­men­te humano de una per­so­na adul­ta que estan­do agra­de­ci­do por el amor y con­fort de sus padres adop­ti­vos enfren­ta el dile­ma de leal­tad fren­te al recuer­do de la fami­lia que lo tra­jo a este mun­do. En sóli­dos roles de apo­yo se des­ta­can Mara ani­man­do al inte­rés román­ti­co del pro­ta­go­nis­ta y sobre todo Kid­man quien se luce como una ejem­plar madre que des­de el pri­mer encuen­tro en que cono­ce a Saroo sien­te por él un pro­fun­do apego.

Ade­más de su con­te­ni­do, Lion se bene­fi­cia con la exce­len­te foto­gra­fía de Greig Fra­ser ofre­cien­do el con­tras­te de los esce­na­rios natu­ra­les don­de trans­cu­rre la acción; así se apre­cia la rus­ti­ci­dad de una aldea nor­te­ña y el caos de la metró­po­li de Cal­cu­ta con la belle­za pano­rá­mi­ca de los vas­tos espa­cios abier­tos de Australia.

Más allá de los impor­tan­tes valo­res rese­ña­dos, este cau­ti­van­te film per­mi­te refle­xio­nar sobre cómo el medio en el que uno habi­ta con­di­cio­na el por­ve­nir y desa­rro­llo poten­cial de la per­so­na; asi­mis­mo per­mi­te medi­tar acer­ca del dile­ma moral entre la exis­ten­cia de que­ri­dos padres adop­ti­vos y de una madre bio­ló­gi­ca que supo nutrir a su hijo en los pri­me­ros años de vida y que de nin­gún modo lo ha aban­do­na­do volun­ta­ria­men­te. Jor­ge Gutman

El Dra­ma de Jac­que­li­ne Kennedy

JAC­KIE. Esta­dos Uni­dos-Chi­le, 2016. Un film de Pablo Larraín.

Demos­tran­do una gran ver­sa­ti­li­dad en los fil­mes rea­li­za­dos has­ta la fecha, el direc­tor chi­leno Pablo Larraín rea­li­za su pri­mer tra­ba­jo en inglés abor­dan­do a Jac­que­li­ne Ken­nedy, en los acia­gos días que siguie­ron al trá­gi­co ase­si­na­to de su marido.

Natalie Portman

Nata­lie Portman

El rela­to basa­do en el guión de Noah Oppenheim, que adop­ta la for­ma de diver­sos epi­so­dios frag­men­ta­dos, comien­za una sema­na des­pués del mag­ni­ci­dio, don­de un repor­te­ro (Billy Cru­dup) de la revis­ta Life entre­vis­ta a la ex Pri­me­ra Dama (Nata­lie Port­man) en su resi­den­cia de Hyan­nis­port en Mas­sa­chu­setts a fin de que ella le trans­mi­ta cómo ha vivi­do esa tra­ge­dia. De este modo se pasa revis­ta al fatí­di­co día del 22 de noviem­bre de 1963 don­de des­pués del aten­ta­do, Jac­kie, en medio del pro­fun­do dolor, asis­te al acto de jura­men­to de Lyn­don B. John­son (John Carroll Lynch) como el nue­vo man­da­ta­rio; un ele­men­to que resal­ta es su deci­sión de no cam­biar su atuen­do sal­pi­ca­do de san­gre cuan­do efec­túa su via­je de retorno a Washing­ton en el avión pre­si­den­cial; así le mani­fies­ta a la nue­va Pri­me­ra Dama, Lady Bird John­son (Beth Grant), su inten­ción de que el públi­co que la reci­ba al lle­gar a des­tino pue­da con­tem­plar lo que ha suce­di­do. Inme­dia­ta­men­te ella se encar­ga con la cola­bo­ra­ción de su cuña­do Robert (Peter Sars­gaard) de efec­tuar los arre­glos con­cer­nien­tes al fune­ral para que el mis­mo adqui­rie­se el carác­ter de una impor­tan­te pro­ce­sión épi­ca has­ta su arri­bo al cemen­te­rio de Arling­ton, a fin de que que­da­ra tes­ti­mo­nia­da la ima­gen y el lega­do de su esposo.

En otro de los seg­men­tos del rela­to se des­ta­ca el tour tele­vi­si­vo de la Casa Blan­ca de 1961 mos­tran­do el toque moderno que Jac­kie efec­tuó en la rede­co­ra­ción de la man­sión pre­si­den­cial, que­dan­do resal­ta­do el exqui­si­to gus­to que siem­pre la ha carac­te­ri­za­do. Otros momen­tos del film la mues­tran en la rela­ción que man­tie­ne con su con­fi­den­te secre­ta­ria Nancy Tuc­ker­man (Gre­ta Ger­wig), los inter­cam­bios man­te­ni­dos con Bob Ken­nedy, y fun­da­men­tal­men­te con el cató­li­co sacer­do­te McSor­ley (John Hurt) dis­cu­tien­do temas mís­ti­cos sobre Dios, así como otros aspec­tos vin­cu­la­dos con su vida matri­mo­nial. Situa­cio­nes emo­ti­vas tie­nen lugar en los momen­tos más ínti­mos del rela­to como el man­te­ni­do con sus hiji­tos al brin­dar­les el con­fort y con­sue­lo nece­sa­rio fren­te a la noti­cia de que el padre no habrá de volver.

La icó­ni­ca e ines­cru­ta­ble dama que se des­ta­có por su ele­gan­cia, dis­tin­ción y caris­má­ti­ca pre­sen­cia, está muy bien refle­ja­da en la mag­ní­fi­ca com­po­si­ción que Port­man efec­túa de Jac­kie. La actriz refle­ja con total con­vic­ción los dis­tin­tos mati­ces de su per­so­na­li­dad, tan­to en sus momen­tos vul­ne­ra­bles, como en otros en que mani­fies­ta una fir­me deter­mi­na­ción en sus con­fron­ta­cio­nes con algu­nos per­so­na­jes polí­ti­cos que la rodea­ron don­de no per­mi­tió ser un títe­re mane­ja­do por terceros.

Larrain exi­to­sa­men­te cap­ta los dife­ren­tes mati­ces pro­por­cio­na­dos por el guión ofre­cien­do un dra­ma con­vin­cen­te y flui­do don­de con gran sobrie­dad retra­ta a una mujer que sin haber ocu­pa­do un car­go públi­co, como Pri­me­ra Dama supo actuar con dig­ni­dad, con­tro­lan­do per­ma­nen­te­men­te su ima­gen y ganan­do el res­pe­to y la indis­cu­ti­ble sim­pa­tía del pue­blo ame­ri­cano. Jor­ge Gutman

La Chi­ca Desconocida

THE UNK­NOWN GIRL (La fille incon­nue). Bél­gi­ca-Fran­cia, 2016. Un film escri­to y diri­gi­do por Jean-Pie­rre y Luc Dardenne.

En The Unk­nown Girl  los her­ma­nos Dar­den­ne cen­tra­li­zan su aten­ción en un enig­má­ti­co caso vin­cu­la­do con la iden­ti­dad de una chi­ca desconocida.

Olivier Bonnaud Y Adèle Haenel

Oli­vier Bon­naud Y Adè­le Haenel

Adè­le Hae­nel ani­ma a Jenny, una joven doc­to­ra que en la ciu­dad de Lie­ja tra­ba­ja tem­po­ral­men­te en una clí­ni­ca reem­pla­zan­do a otro médi­co (Yves Larec) que por razo­nes de salud está por jubi­lar­se. Allí tie­ne como asis­ten­te a Julien (Oli­vier Bon­naud) quien es un estu­dian­te de medi­ci­na que des­pués de 5 años está pró­xi­mo a gra­duar­se. Al comen­zar el rela­to, des­pués de haber aus­cul­ta­do a algu­nos pacien­tes, ella alec­cio­na a Julien que en la prác­ti­ca pro­fe­sio­nal un médi­co nun­ca debe per­mi­tir que la emo­ción lo domi­ne; al final de una lar­ga jor­na­da y des­pués del hora­rio de con­sul­ta sue­na el tim­bre pero ella no acu­de al lla­ma­do. Al día siguien­te, se des­cu­bre el cadá­ver de una joven afri­ca­na y a tra­vés del video de segu­ri­dad de la clí­ni­ca que­da cons­ta­ta­do que fue esa mujer quien había acu­di­do a la con­sul­ta la noche ante­rior. ¿Podría la víc­ti­ma haber sido sal­va­da de haber sido aten­di­da en la clínica?

El film adop­ta el carác­ter de un rela­to moral en la medi­da que Jenny pre­sa de un pro­fun­do sen­ti­mien­to de cul­pa comien­za a rea­li­zar una labor detec­ti­ves­ca para deter­mi­nar la iden­ti­dad de la occi­sa que en prin­ci­pio se des­co­no­ce quién era. Su pro­pó­si­to es que ella no sea ente­rra­da anó­ni­ma­men­te como si no hubie­ra exis­ti­do; al pro­pio tiem­po Jenny adquie­re en el cemen­te­rio la con­ce­sión tem­po­ra­ria de un espa­cio de tie­rra para su sepultura.

Gran par­te de la tra­ma se vin­cu­la con la obse­si­va misión que esta doc­to­ra se impu­so y es así que dada la situa­ción plan­tea­da, exis­te cier­ta intri­ga por saber quién ha sido la joven des­apa­re­ci­da. Si el pun­to de par­ti­da resul­ta intere­san­te, su narra­ción se tor­na repe­ti­ti­va y sin mayor ten­sión en la bús­que­da incan­sa­ble que rea­li­za la pro­ta­go­nis­ta don­de en cier­tos momen­tos lle­ga a arries­gar su vida. A todo ello, resul­ta difí­cil de com­pren­der la obs­ti­na­ción de Jenny por resol­ver el caso como tam­po­co que­da cla­ro de qué modo el hecho acae­ci­do la moti­va a renun­ciar al pues­to de médi­ca de una pres­ti­gio­sa clí­ni­ca pri­va­da para seguir prac­ti­can­do su pro­fe­sión de la for­ma en que actual­men­te está trabajando.

Como en todos los fil­mes de estos renom­bra­dos direc­to­res, aquí tam­bién se refle­ja un tras­fon­do social a tra­vés de las con­di­cio­nes de vida de los inmi­gran­tes ile­ga­les y la explo­ta­ción de los mis­mos por par­te de ines­cru­pu­lo­sos indi­vi­duos. El lado humano tam­bién está pre­sen­te al apre­ciar la dedi­ca­ción de Jenny con sus pacien­tes; ese hecho igual­men­te se mani­fies­ta en el esfuer­zo que rea­li­za para que Julien que había renun­cia­do a com­ple­tar sus estu­dios de medi­ci­na vuel­va a reanu­dar­los para reci­bir­se de médico.

Lo que ante­ce­de no alcan­za a disi­mu­lar la debi­li­dad de un for­za­do guión que se vale de situa­cio­nes impro­ba­bles y esca­sa­men­te con­vin­cen­tes; eso se des­ta­ca fun­da­men­tal­men­te en la poca cre­di­bi­li­dad que ofre­ce uno de los per­so­na­jes cla­ves de esta his­to­ria inter­pre­ta­do por Jére­mie Renier. Lamen­ta­ble­men­te, cuan­do lle­ga el momen­to en que se reve­la el mis­te­rio que ali­men­ta al rela­to, su reso­lu­ción deja frus­tra­do al espectador.

Si las impu­tacio­nes seña­la­das no alcan­zan a des­me­re­cer al film eso es debi­do a su cui­da­da rea­li­za­ción, a la muy bue­na foto­gra­fía de Alain Mar­coen y a la meri­to­ria inter­pre­ta­ción cen­tral de Adè­le Hae­nel. Jor­ge Gutman