De la gran ciu­dad a un peque­ño pueblo

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

BED AND BREAK­FAST. Autor: Mark Craw­ford – Direc­ción Ori­gi­nal: Ash­lie Cor­co­ran. Direc­ción Actual: Kris­ta Colo­si­mo — Elen­co: Mark Craw­ford, Paul Dunn — Esce­no­gra­fía y Ves­tua­rio: Dana Osbor­ne – Ilu­mi­na­ción: Rebec­ca Piche­rak — Dise­ño de Soni­do: John Gzows­ki — Dura­ción: 125 minu­tos inclu­yen­do un entre­ac­to. Repre­sen­ta­cio­nes: has­ta el 21 de Mayo de 2017 en el Cen­taur Thea­tre (www.centaurtheatre.com)

Clau­su­ran­do la tem­po­ra­da 2016 – 2017 la com­pa­ñía del Tea­tro Cen­taur pre­sen­ta Bed and Break­fast del dra­ma­tur­go Mark Craw­ford, cuyo estreno tuvo lugar hace dos años en Thou­sand Island Playhou­se. Si bien se tra­ta de una come­dia cen­tra­li­za­da en una pare­ja homo­se­xual, afor­tu­na­da­men­te la pie­za evi­ta este­reo­ti­pos o cli­sés que pudie­ran dis­mi­nuir su calidad.

Mark Crawford y Paul Dunn (Foto de Andrée Lanthier)

Mark Craw­ford y Paul Dunn (Foto de Andrée Lanthier)

La obra pre­sen­ta a Brett (Paul Dunn), un dise­ña­dor de inte­rio­res, y Drew (Mark Craw­ford), un con­ser­je de hotel, quie­nes han con­vi­vi­do armo­nio­sa­men­te duran­te los últi­mos 8 años en Toron­to. Des­de la pri­me­ra esce­na el públi­co se impo­ne que ellos han deja­do la cos­mo­po­li­ta ciu­dad para vivir en la actua­li­dad en la casa que Brett here­dó de una tía muy que­ri­da, ubi­ca­da en un peque­ño pue­blo de la pro­vin­cia de Onta­rio. Encan­ta­dos con la pla­ci­dez que el lugar les ofre­ce más allá del mun­da­nal rui­do, ambos deci­den con­ver­tir­la en un hos­tal de “cama y desa­yuno” para el turis­ta que visi­te el lugar.

A par­tir de esta pre­mi­sa, Craw­ford intro­du­ce en su rela­to una vein­te­na de per­so­na­jes (inter­pre­ta­dos por ambos acto­res) con quie­nes Brett y Drew les ha toca­do alter­nar en el pasa­do; de esa mane­ra se va cono­cien­do algu­nos de sus parien­tes más alle­ga­dos. En tal sen­ti­do resul­ta enco­mia­ble la capa­ci­dad his­trió­ni­ca de Craw­ford y Dunn asu­mien­do las varia­das per­so­na­li­da­des don­de entran a jugar los ges­tos, movi­mien­tos y arti­fi­cios voca­les de ambos sexos. Simul­tá­nea­men­te, a tra­vés de dife­ren­tes esce­nas que se van suce­dien­do a un rit­mo diná­mi­co, la obra adop­ta un tono de come­dia que en gran par­te pue­de aso­ciar­se a los típi­cos sit­com tele­vi­si­vos. De allí sur­ge un humor que podrá ser apre­cia­do en mayor o menor gra­do de acuer­do al sen­ti­do del mis­mo que expe­ri­men­te cada espec­ta­dor; a juz­gar por las car­ca­ja­das del públi­co que asis­tió a la fun­ción de pren­sa, el pro­pó­si­to ha sido logra­do, citan­do como ejem­plo la per­so­ni­fi­ca­ción de Cody, el sobrino de Brett que como res­pues­ta a toda pre­gun­ta res­pon­de mono­si­lá­bi­ca­men­te con “I dunno” (Yo no sé).

En todo caso lo que más tras­cien­de de esta his­to­ria es su par­te huma­na, aspec­to que se mani­fies­ta en varias opor­tu­ni­da­des. En pri­mer lugar, la tran­qui­li­dad de vivir en un repo­sa­do pue­blo no des­car­ta el pre­jui­cio de la homo­fo­bia y es allí que la pie­za intro­du­ce una nota som­bría; inme­dia­ta­men­te uno se iden­ti­fi­ca con el sen­ti­mien­to de pesa­dum­bre que expe­ri­men­tan Bred y Drew fren­te a algu­nos insul­tos que reci­ben. Pare­ce­ría que la orien­ta­ción sexual dife­ren­te no es aún reco­no­ci­da como un hecho natu­ral en peque­ñas pobla­cio­nes. En todo caso, más allá de cual­quier cir­cuns­tan­cia adver­sa, la ter­nu­ra y cari­ño que esta pare­ja se pro­fe­sa per­mi­te supe­rar los obs­tácu­los inter­pues­tos; así el autor demues­tra cómo el amor entre dos per­so­nas, irre­le­van­te del del géne­ro sexual, cons­ti­tu­ye la esen­cia que alien­ta la vida del ser humano para ser asu­mi­da con optimismo.

Paul Dunn y Mark Crawford (Foto de Andrée Lanthier)

Paul Dunn y Mark Craw­ford (Foto de Andrée Lanthier)

Como que­dó men­cio­na­do pre­via­men­te, que­da resal­ta­da la exce­len­cia a nivel inter­pre­ta­ti­vo de ambos acto­res brin­dan­do los dife­ren­tes mati­ces que asu­men sus ver­da­de­ros per­so­na­jes como los de aque­llos adi­cio­na­les que les toca encar­nar. Tenien­do en cuen­ta que Craw­ford y Dunn son reales com­pa­ñe­ros en la vida coti­dia­na, no resul­ta extra­ño que exis­ta una logra­da com­pli­ci­dad que redun­da posi­ti­va­men­te en la repre­sen­ta­ción de esta pieza.

Otros aspec­tos des­ta­ca­bles son la diná­mi­ca flui­dez de la pues­ta escé­ni­ca de Kris­ta Colo­si­mo, la mini­ma­lis­ta esce­no­gra­fía de Dana Osbor­ne y la ilu­mi­na­ción de Rebec­ca Piche­rak en los cam­bios de esce­nas que se ajus­tan ade­cua­da­men­te a los reque­ri­mien­tos de esta pieza.