TIFF 2017. Comen­ta­rios de Films (1)

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

Uno de los mejo­res fil­mes pre­sen­ta­dos en Toron­to ha sido The Insult (Líbano-Fran­cia) del rea­li­za­dor Ziad Douei­ri. El rela­to de fic­ción con­ce­bi­do por el direc­tor y Joe­lle Tou­ma trans­cu­rre en Bei­rut, quin­ce años des­pués de haber ter­mi­na­do en 1990 la gue­rra civil liba­ne­sa entre fac­cio­nes cris­tia­nas, musul­ma­nas y secu­la­res. Allí se pro­du­ce un inci­den­te entre Yas­ser (Kamel El Basha), un obre­ro de la cons­truc­ción que es un refu­gia­do pales­tino y musul­mán, y Tony (Adel Karam), un resi­den­te cris­tiano due­ño de un taller mecá­ni­co. Cuan­do éste últi­mo regan­do las plan­tas en el bal­cón de su casa moja a Yas­ser debi­do a una cañe­ría ile­gal­men­te ins­ta­la­da, se pro­du­ce un alter­ca­do que asu­me dimen­sio­nes insos­pe­cha­das. En un momen­to dado Tony le exi­ge a Yas­ser que se dis­cul­pe ante él; al no lograr­lo, le mani­fies­ta que hubie­se desea­do que Ariel Sha­ron ‑pri­mer minis­tro de Israel- hubie­se eli­mi­na­do del mapa a los pales­ti­nos; ese des­ca­be­lla­do insul­to impul­sa a Yas­ser a ata­car físi­ca­men­te a su con­trin­can­te rom­pién­do­le algu­nas cos­ti­llas. De allí en más la dispu­ta ini­cial ori­gi­na una bola de nie­ve que lle­ga a afec­tar a la pobla­ción del Líbano rever­de­cien­do las heri­das sub­ya­cen­tes entre la pobla­ción pales­ti­na y la cris­tia­na. El espec­ta­dor asis­te a un den­so dra­ma polí­ti­co sobre la jus­ti­cia y el honor man­ci­lla­do demos­tran­do cómo los tra­ta­dos de paz que ponen fin a un con­flic­to béli­co muchas veces no alcan­zan a cica­tri­zar resen­ti­mien­tos exis­ten­tes entre gru­pos de dife­ren­te fe reli­gio­sa. Muy bien rea­li­za­do y con­vin­cen­te­men­te actua­do, éste es un meri­to­rio film que sigue impre­sio­nan­do tiem­po des­pués de haber fina­li­za­do su proyección.

Adel Karam en THE INSULT

Sebas­tián Lelio, uno de los más impor­tan­tes rea­li­za­do­res lati­no­ame­ri­ca­nos que hace 4 años impre­sio­nó con Glo­ria, es el res­pon­sa­ble de dos fil­mes que impre­sio­nó posi­ti­va­men­te a los espec­ta­do­res del TIFF. Uno de ellos es Una Mujer Fan­tás­ti­ca (Chi­le) que abor­da un tema vin­cu­la­do con el tran­se­xua­lis­mo. Su pro­ta­go­nis­ta es Mari­na (Danie­la Vega), una bella mujer vivien­do en San­tia­go de Chi­le y que lle­va una armo­nio­sa vida en común con Orlan­do (Fran­cis­co Reyes), un hom­bre divor­cia­do de 57 años de edad; sin embar­go, esa dicha se inte­rrum­pe cuan­do repen­ti­na­men­te Orlan­do es víc­ti­ma de un aneu­ris­ma fatal. Es allí don­de que­da en des­cu­bier­to que Mari­na había sido obje­to de una ope­ra­ción qui­rúr­gi­ca que la con­vir­tió de hom­bre enmu­jer. Con gran suti­le­za y sin gol­pes bajos, Lelio ilus­tra las humi­lla­cio­nes que Mari­na sufri­rá tan­to por par­te de las auto­ri­da­des de la Uni­dad de Fuer­za de Inves­ti­ga­ción de Ofen­sas Sexua­les al dudar sobre la cau­sa de la muer­te de Orlan­do como así tam­bién por par­te de su ex mujer que le nie­ga el dere­cho de asis­tir al fune­ral del difun­to y de su hijo que le exi­ge que des­alo­je lo antes posi­ble la vivien­da en que habi­ta. Es admi­ra­ble la actua­ción de la tran­se­xual actriz Vega dan­do vida a un ser que a pesar de los agra­vios que sufre es capaz de man­te­ner su dig­ni­dad a toda prue­ba; tra­tan­do de sobre­lle­var el mal­tra­to del que es obje­to demues­tra ser una mujer fan­tás­ti­ca. A pesar de que mucho se ha pro­gre­sa­do en el tema de la orien­ta­ción sexual dife­ren­te y de los dere­chos que asis­ten al tran­se­xual, el film moti­va a pen­sar que la bata­lla no está del todo ganada.

Danie­la Vega en UNA MUJER FANTÁSTICA

Lelio igual­men­te sor­pren­de con Diso­be­dien­ce (Gran Bre­ta­ña), su pri­me­ra incur­sión inter­na­cio­nal en idio­ma inglés, abor­dan­do un deli­ca­do tema que está basa­do en la nove­la homó­ni­ma de la escri­to­ra bri­tá­ni­ca Nao­mi Alder­man. El rela­to intro­du­ce a Ronit (Rachel Weisz) quien años atrás dejó la comu­ni­dad reli­gio­sa de Lon­dres don­de su padre es el gran y reve­ren­cia­do rabino para inde­pen­di­zar­se del medio que la rodea­ba e ini­ciar una vida inde­pen­dien­te como fotó­gra­fa en Nue­va York. Cuan­do su padre mue­re y retor­na a Lon­dres para su sepe­lio se alo­ja tran­si­to­ria­men­te en la casa de su vie­jo ami­go Dovid (Ales­san­dro Nivo­la) quien está casa­do con Esti (Rachel McA­dams), su ínti­ma ami­ga de la infan­cia. Es allí don­de Ronit habien­do come­ti­do un acto de fla­gran­te des­obe­dien­cia por haber aban­do­na­do su fe es reci­bi­da fría­men­te por parien­tes y ami­gos; más aún, su pro­ge­ni­tor nun­ca lle­gó a per­do­nar su ale­ja­mien­to al pun­to de igno­rar­la por com­ple­to ‑don­de en las obi­tua­rias de los dia­rios apa­re­ce como un hom­bre sin hijos‑y en su volun­tad tes­ta­men­ta­ria deci­dió ceder sus bie­nes a la sinagoga.

La segun­da trans­gre­sión de la joven es que en este retorno ella y Esti no pue­den resis­tir el fuer­te impul­so sexual que las atrae, a pesar de que Esti es obser­van­te de la reli­gión judía don­de la homo­se­xua­li­dad cons­ti­tu­ye un acto com­ple­ta­men­te inaceptable.

Lelio ana­li­za con gran suti­li­dad la com­ple­ji­dad de la con­duc­ta huma­na en lo con­cer­nien­te a la fe y a la iden­ti­dad sexual logran­do que Weisz y McA­dams trans­mi­tan satis­fac­to­ria­men­te la varia­da gama de emo­cio­nes que atra­vie­san sus per­so­na­jes. Igual­men­te es expre­si­vo Nivo­la como el com­pren­si­vo mari­do que per­mi­te a su mujer que deci­da por sí mis­ma el camino a seguir. En esen­cia, el direc­tor ofre­ce un bello film con un noble men­sa­je que des­ta­ca el dere­cho inhe­ren­te a toda per­so­na de defi­nir su iden­ti­dad, como lo que acon­te­ce con las dos pro­ta­go­nis­tas de esta historia.