Juven­tud Divino Tesoro

ROC­K’N ROLL Fran­cia, 2016. Un film de Gui­llau­me Canet

Sin ser nece­sa­ria­men­te un rela­to auto­bio­grá­fi­co, Gui­llau­me Canet en su doble con­di­ción de rea­li­za­dor y actor ofre­ce un liviano diver­ti­men­to don­de en algu­nos casos resul­ta difí­cil des­lin­dar la fic­ción de la realidad.

Marion Coti­llard y Gui­llau­me Canet

La tra­ma con­ce­bi­da por Canet jun­to con los guio­nis­tas Phi­lip­pe Lefeb­vre y Rodolphe Lau­ga se cen­tra en el tema de la juven­tud y cómo man­te­ner­la a pesar del trans­cur­so del tiem­po. Gui­llau­me (Canet) con sus 43 años de edad lo tie­ne todo para no tener de qué lamen­tar­se; feliz­men­te casa­do con Marion (Marion Coti­llard, su ver­da­de­ra cón­yu­ge) y padre de fami­lia, goza de su popu­la­ri­dad como actor.

Todo comien­za plá­ci­da­men­te don­de se ve a Canet actuan­do en una pelí­cu­la diri­gi­da por su ami­go rea­li­za­dor Phi­lip­pe Lefeb­vre y tenien­do como com­pa­ñe­ra de repar­to a la joven Cami­lle Rowe de 20 años. El fac­tor que impul­sa la acción es el comen­ta­rio que ella efec­túa en una entre­vis­ta de tele­vi­sión don­de sin mali­cia algu­na ni inten­ción de herir­lo mani­fies­ta espon­tá­nea­men­te que Canet no es “roc­k’n roll” que­rien­do sig­ni­fi­car que ya superó la edad como para per­te­ne­cer a la gene­ra­ción de gen­te joven; esa decla­ra­ción esta­lla como una bom­ba en el ego del actor y aun­que exte­rior­men­te no hay nin­gún indi­cio que indi­que que ha deja­do de ser físi­ca­men­te atrac­ti­vo, a par­tir de allí no hay otra razón que le preo­cu­pe más como la de que­rer demos­trar que los años no han pasa­do para él.

Simul­tá­nea­men­te, el rela­to se cen­tra en Marion quien absor­bi­da por sí mis­ma y sin dedi­car dema­sia­da aten­ción a la preo­cu­pa­ción de su mari­do, ella le mani­fies­ta que está ensa­yan­do hablar el fran­cés de Que­bec para actuar en una pelí­cu­la diri­gi­da por Xavier Dolan; de allí que insis­te en dia­lo­gar con quie­nes la rodean en el dia­lec­to de la belle pro­vin­ce. Natu­ral­men­te, sola­men­te los que domi­nan la len­gua de Moliè­re podrán notar esa suti­le­za que más allá de que pue­da dis­cu­tir­se si es o no polí­ti­ca­men­te inco­rrec­to, lo cier­to es que uno no pue­de evi­tar la fran­ca risa pro­vo­ca­da por esa situa­ción. Ade­más de esa anéc­do­ta y de otras que sin mayor gra­vi­ta­ción se mani­fies­tan en el desa­rro­llo del rela­to, lo impor­tan­te es el esfuer­zo de Gui­llau­me de que­rer pro­bar que aún se man­tie­ne joven; final­men­te recu­rre a una ciru­gía esté­ti­ca para reju­ve­ne­cer su ros­tro pero que en últi­ma ins­tan­cia lo con­vier­te en una per­so­na de apa­rien­cia más des­lu­ci­da; aquí podría apli­car­se el refrán de que es peor el reme­dio que la enfer­me­dad.

Con un tono de come­dia que adop­ta en cier­tas situa­cio­nes el carác­ter de sáti­ra, Canet ofre­ce un film sim­pá­ti­co aun­que sin ser dema­sia­do tras­cen­den­te. Con todo es intere­san­te obser­var como algu­nos aspec­tos de la fic­ción se entre­mez­clan con la reali­dad de los acto­res que se inter­pre­tan a sí mis­mo don­de se des­ta­can Canet y Coti­llard. En roles meno­res resul­ta apre­cia­ble el apor­te de Lefev­bre, Rowe, Yvan Attal, Gilles Lellou­che y el cameo ofre­ci­do por Johnny Hally­day. Jor­ge Gutman