El Amo Harold…y los Muchachos

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

MAS­TER HAROLDAND THE BOYS.  Autor: Athold Fugard – Direc­ción: Phi­lip Akin –- Elen­co: James Daly, Allan Louis, André Sills –  Esce­no­gra­fía y Ves­tua­rio: Peter Hart­well – Ilu­mi­na­ción:Kevin Lamot­te – Secuen­cias de Bai­le: Vale­rie Moo­re — Dura­ción: 1h30 sin entre­ac­to — Repre­sen­ta­cio­nes: Has­ta el 11 de Febre­ro de 2018 en la sala prin­ci­pal del Segal Cen­tre (www.segalcentre.org)

Como pri­me­ra pre­sen­ta­ción de este año, el Cen­tro Segal ofre­ce una de las obras más rele­van­tes del renom­bra­do dra­ma­tur­go, nove­lis­ta, actor y direc­tor suda­fri­cano Athol Fugard.

Foto de David Cooper

Den­tro de la gran pro­lí­fi­ca pro­duc­ción de este autor, El Amo Harold y los mucha­chos (su títu­lo en espa­ñol) que data de 1982 es la pie­za que le ha con­fe­ri­do un pres­ti­gio inter­na­cio­nal, al abor­dar el espi­no­so tema del racis­mo rei­nan­te en su país de ori­gen. En el dra­ma que trans­cu­rre en Port Eli­za­beth en 1950, Fugard que ha sido un acti­vis­ta del anti-apartheid efec­túa una acer­ba crí­ti­ca al sis­te­ma polí­ti­co y social desa­rro­lla­do en Sudá­fri­ca; al hacer­lo, el autor a tra­vés de una ela­bo­ra­da cons­truc­ción sutil­men­te ilus­tra a tra­vés de los tres per­so­na­jes de esta obra cómo la segre­ga­ción de los negros cons­ti­tu­yó un mal endé­mi­co difí­cil de erradicar.

La acción tie­ne lugar a lo lar­go de una tar­de llu­vio­sa en un peque­ño res­tau­ran­te. Allí tra­ba­jan Sam y Willie, dos emplea­dos negros de apro­xi­ma­da­men­te 40 años quie­nes al comen­zar la pie­za están lim­pian­do el local mien­tras que al mis­mo tiem­po Sam ins­tru­ye a su com­pa­ñe­ro Willie cómo efec­tuar los correc­tos pasos del fox­trot a fin de poder com­pe­tir exi­to­sa­men­te en un con­cur­so de bai­le que se lle­va­rá a cabo en poco tiem­po más; en ese trans­cur­so irrum­pe Harold ‑de sobre­nom­bre Hally‑, un mucha­cho blan­co de 17 años que es el hijo de la due­ña del modes­to nego­cio. A par­tir de allí se esta­ble­ce una inter­ac­ción diná­mi­ca entre estos tres per­so­na­jes muy bien deli­nea­dos, don­de van cono­cién­do­se las carac­te­rís­ti­cas per­so­na­les de los mismos.

Foto de David Cooper

Así se sabe que Hally atra­ve­só una infan­cia difí­cil debi­do a la exis­ten­cia de un padre dis­ca­pa­ci­ta­do y alcohó­li­co con quien nun­ca ha sen­ti­do afec­to; no obs­tan­te tuvo la suer­te de encon­trar en Sam a su padre sus­ti­tu­to; este negro bona­chón, inte­li­gen­te y due­ño de pro­di­gio­sa memo­ria, aun­que sin mucha ins­truc­ción for­mal, ha sido para Hally un indi­vi­duo que jugó con él duran­te su infan­cia ense­ñán­do­le a remon­tar barri­le­tes como así tam­bién lo esti­mu­ló en sus estu­dios. Así, en su pri­me­ra par­te la pie­za brin­da la ima­gen de Hally como un joven pro­gre­sis­ta que man­tie­ne una cor­dial rela­ción coti­dia­na con Sam como así tam­bién con Willie sin que el color de la piel lle­ga­se a cons­ti­tuir un obstáculo.

La pie­za gra­dual­men­te va adqui­rien­do un cli­ma de ten­sión a tra­vés de las con­ver­sa­cio­nes tele­fó­ni­cas que Hally man­tie­ne con su madre quien se encuen­tra en el hos­pi­tal al lado de su mari­do inter­na­do en una cura de reha­bi­li­ta­ción. La posi­bi­li­dad que le den de alta y que su pro­ge­ni­tor regre­se al hogar crea en el joven una situa­ción de dis­gus­to ya que desea­ría que siga hos­pi­ta­li­za­do para no per­tur­bar la tran­qui­li­dad del hogar. El cli­max del rela­to se pro­du­ce des­pués de la últi­ma comu­ni­ca­ción tele­fó­ni­ca man­te­ni­da, cuan­do al final de la mis­ma Sam repro­cha a Hally el tono irres­pe­tuo­so con que se refi­rió a su padre; ésa es la chis­pa que pro­du­ci­rá el incen­dio don­de Hally bru­tal­men­te esta­lla vomi­tan­do en su emplea­do sus pro­fun­das raí­ces racis­tas que has­ta ese momen­to habían per­ma­ne­ci­do ocultas.

Foto de David Cooper

Con una cui­da­do­sa pues­ta escé­ni­ca el direc­tor Phi­lip Akin ha logra­do que en el espa­cio de hora y media que­de resal­ta­da la visión que ani­mó a su autor al refle­jar a tra­vés de Sam la sub­yu­ga­ción de la pobla­ción negra suda­fri­ca­na. Para ello el direc­tor con­tó con la cola­bo­ra­ción de muy bue­nos acto­res. Entre ellos, el que más se des­ta­ca es André Sills que a tra­vés de la figu­ra pater­nal de Sam trans­mi­te la dig­ni­dad e inte­gri­dad moral de este noble per­so­na­je que en su des­en­la­ce demues­tra tris­te­za y decep­ción en una esce­na alta­men­te con­mo­ve­do­ra. Aun­que en un rol menor Allan Louis rea­li­za una muy bue­na com­po­si­ción de Willie quien tra­ta de ate­nuar las ten­sio­nes que se pro­du­cen entre su com­pa­ñe­ro de tra­ba­jo y Hally; su per­so­na­je agre­ga algu­nos de los momen­tos son­rien­tes de la pie­za debi­do al entu­sias­mo que mani­fies­ta por el bai­le. Por su par­te, James Daly, en un papel nada gra­ti­fi­can­te da vida a un mucha­cho que cria­do en un medio ambien­te racis­ta des­en­mas­ca­ra sus resen­ti­mien­tos en la per­so­na que tan­to le ayu­dó en su vida.

Mos­tran­do los aspec­tos más omi­no­sos de una mino­ri­ta­ria pobla­ción blan­ca que ha segre­ga­do a los negros, la pode­ro­sa obra de Fugard denun­cia el tre­men­do cos­to humano que impli­ca el racis­mo. Lamen­ta­ble­men­te, ese gra­ve pro­ble­ma man­tie­ne amplia vigen­cia; a mane­ra de ejem­plo, no es nece­sa­rio rea­li­zar un gran esfuer­zo de memo­ria para recor­dar, la vio­len­cia pro­du­ci­da en agos­to de 2017 en Char­lot­tes­vi­lle, esta­do de Vir­gi­nia, con moti­vo de la mar­cha de supre­ma­cis­tas blancos.

Por lo que ante­ce­de es más que bien­ve­ni­da la pre­sen­ta­ción de Mas­ter Harold…and the Boys por cuan­to esti­mu­la a que el espec­ta­dor refle­xio­ne acer­ca del vibran­te men­sa­je que Fugard brin­da en su dra­má­ti­co relato.