El Camino de los Pasos Peligrosos

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

LE CHE­MIN DES PAS­SES-DAN­GE­REU­SESAutor: Michel Marc Bou­chard —  Direc­ción: Mar­ti­ne Beaul­ne – Elen­co: Maxi­me Denom­mée, Félix-Antoi­ne Duval, Ale­xan­dre Goyet­te — Esce­no­gra­fía: Clau­de Goyet­te — Ves­tua­rio: Daniel For­tin, Mar­ti­ne Dubé — Ilu­mi­na­ción: Guy Simard – Músi­ca: Ludo­vic Bon­nier – Video: Yves Labe­lle. Dura­ción: 1h 15 sin inter­va­lo. Repre­sen­ta­cio­nes: Has­ta el 24 de mar­zo de 2018 en el Théâ­tre Ducep­pe (www.duceppe.com)

Des­pués de 20 años de haber­se estre­na­do en el Tea­tro Ducep­pe, vuel­ve a repo­ner­se esta remar­ca­ble pie­za de Michel Marc Bou­chard en la mis­ma sala. En tan­to, duran­te estas dos déca­das Le che­min des pas­ses-dan­ge­reus­ses ha pro­ba­do que su tema a pesar de que trans­cu­rre en la pro­vin­cia de Que­bec tie­ne vali­dez uni­ver­sal en la medi­da que ha sido repre­sen­ta­da no sola­men­te en Cana­dá sino tam­bién en 15 paí­ses de dife­ren­tes cul­tu­ras como por ejem­plo Méxi­co, Cuba, Ita­lia y Fran­cia, pre­vién­do­se este año su pre­sen­ta­ción en Sui­za y Brasil.

A tra­vés de una his­to­ria bien urdi­da, el autor enfo­ca el pro­ble­ma de la comu­ni­ca­ción o la fal­ta de ella cen­tra­li­zan­do su aten­ción en el par­ti­cu­lar uni­ver­so mas­cu­lino a tra­vés de sus tres per­so­na­jes. En una bre­ve sinop­sis se pue­de ade­lan­tar que su tra­ma gira en torno a a tres her­ma­nos, Víc­tor (Ale­xan­dre Goyet­te), el mayor, Ambroi­se (Maxi­me Denom­mée) el del medio y Carl (Félix-Antoi­ne Duval), el menor; ellos no se han vis­to por varios años y aho­ra se reúnen para asis­tir al casa­mien­to de Carl. Sin embar­go el plan se verá entor­pe­ci­do por­que antes de la boda sufren un dra­má­ti­co acci­den­te auto­mo­vi­lís­ti­co en la ruta que se encuen­tra en la región de Sague­nay-Lac-Saint-Jean, con­si­de­ra­do como el Camino de los Pasos Peli­gro­sos; por coin­ci­den­cia, en ese mis­mo lugar su padre murió hace 15 años.

M. Denom­mée, F‑A Duval y A. Goyet­te (Foto: Caro­li­ne Laberge )

Vara­dos a ori­llas de la carre­te­ra y al haber roza­do la muer­te, en esa espe­cie de lim­bo en que se hallan los tres her­ma­nos de carac­te­res com­ple­ta­men­te dife­ren­tes, comien­zan a dis­cu­rrir entre ellos don­de los diá­lo­gos adquie­ren una natu­ra­le­za que nave­ga entre lo oní­ri­co y rea­lis­ta. Ese es el momen­to en que la repre­sión vivi­da a par­tir de la muer­te del padre, por la que expe­ri­men­tan un fuer­te car­go de cul­pa, comien­za a exte­rio­ri­zar­se; así, cada uno de ellos va des­po­ján­do­se de sus más­ca­ras para reve­lar sus ver­da­de­ros sen­ti­mien­tos tan­to fra­ter­na­les como filia­les. Al ir des­en­te­rran­do sus oscu­ros secre­tos, sobre todo el de Ambroi­se que con­vie­ne no reve­lar, van refle­jan­do sus frus­tra­cio­nes y la nece­si­dad de supe­rar el estan­ca­mien­to emo­cio­nal para pro­se­guir hacia ade­lan­te. En esa catar­sis irá esta­ble­cién­do­se final­men­te una ver­da­de­ra comu­ni­ca­ción entre estos seres al expre­sar todo aque­llo que no ha sido dicho o con­fe­sa­do pre­via­men­te para lograr una recon­ci­lia­ción final.

Ale­xan­dre Goyet­te y Félix-Antoi­ne Duval (Foto: Caro­li­ne Laberge)

Uno de los méri­tos de la obra es la pues­ta escé­ni­ca de Mar­ti­ne Beaul­ne. La direc­to­ra que guar­da una muy bue­na com­pli­ci­dad con el autor, evi­den­cia­da en 2013 con la repo­si­ción de su obra Les Muses orophe­li­nes, ha sido capaz con su fina sen­si­bi­li­dad feme­ni­na de aden­trar­se mag­ní­fi­ca­men­te en la psi­quis mas­cu­li­na al cen­trar sus ener­gías en la direc­ción de sus acto­res; en tal sen­ti­do tan­to Goyet­te, como Denom­mée y Duval logran una exce­len­te carac­te­ri­za­ción de sus per­so­na­jes, lo que deman­da un con­si­de­ra­ble esfuer­zo físi­co y emo­cio­nal para vol­car los varia­dos sen­ti­mien­tos que los nutren.

El aus­te­ro dise­ño esce­no­grá­fi­co rús­ti­co a la vez que deso­la­dor de Clau­de Goyet­te, se aso­cia ade­cua­da­men­te con el espí­ri­tu de ais­la­mien­to que ema­na del tex­to de Bouchard.

En esen­cia, el aman­te del buen tea­tro asis­te a una obra artís­ti­ca que con ente­ra fran­que­za y sin con­ce­sión algu­na se aden­tra en el lado som­brío del ser humano.