INCH’ALLAH. Canadá-Francia, 2012. Un film escrito y dirigido por Anais Barbeau-Lavalette.
Pueden ser nobles las intenciones de la directora canadiense Anais Barbeau-Lavalette de enfocar el eterno conflicto palestino-israelí del Medio Oriente bajo un cariz humanitario; sin embargo Inch’Allah (palabra árabe que en español significa ojalá) es un drama bien hecho pero fallido por cuanto no logra cumplir con los objetivos propuestos. El deseo de la realizadora ha sido contar una historia de ficción tratando de demostrar el rostro humano del terrorismo pero para lograr el delicado equilibrio con la situación actual imperante en la región es necesario mostrar las dos caras de la medalla y no solamente una de ellas, según se desprende de su relato.
El guión presenta a Cloe (Evelyne Brochu), una joven obstetra de Quebec que trabaja para las Naciones Unidas en un campo de refugiados palestinos en Cisjordania. Residiendo en Jerusalén, todos los días debe desplazarse a Ramallah, esperando en largas filas el turno para franquear los puestos de control. En la clínica entabla una relación afectiva con Rand (Sabrina Ouazani), una mujer palestina en estado de gravidez cuyo marido está en una cárcel israelí aguardando una sentencia judicial; ella vive con su hermano mayor Faysal (Yousef Sweid) quien es un apasionado activista y Safi (Hammoudeh Alkarmi), otro hermano menor quien es un niño afectado por la guerra y que desearía poder atravesar las fronteras que lo separan de Israel. A todo ello, los únicos momentos de distracción para Cloe son sus salidas nocturnas con una joven militar israelí (Sivan Levy) que es vecina del edificio donde habita.
La mayor parte de esta historia ilustra las condiciones miserables de vida en los territorios ocupados enfatizando la humillación que sufre su gente por parte de soldados israelíes, pero sin considerar las circunstancias del terrorismo latente que los llevan a actuar con recelo y desconfianza.
Claramente, la directora muestra una total simpatía hacia los palestinos. Eso está bien evidenciado en dos momentos del relato; en uno de los mismos Cloe está frustrada porque los soldados inspeccionan la clínica buscando a culpables de un atentado reciente contra colonos israelíes; la otra situación se produce en el momento más dramático del relato cuando Rand ‑a punto de dar a luz en una situación angustiosa debido a la falta de oxígeno del bebé‑, es impedida de pasar un puesto de control para recibir asistencia urgente en un hospital israelí. Este último ejemplo quiere demostrar la falta de humanidad del soldado actuante frente a la tragedia que ese acto conlleva, creando por consiguiente un sentimiento de irritación por parte del espectador.
El film comienza con la explosión de una bomba en un café de Israel con sus trágicas consecuencias en la población civil allí presente. Frente a ello, uno se pregunta si se puede justificar la acción de los mártires suicidas frente a semejante barbarie. En la medida que la realizadora no ofrece respuesta a esa pregunta para en cambio exponer el rostro supuestamente humano de quienes cometen esos actos abominables, ella asume una actitud completamente parcializada que conlleva a que el film pierda credibilidad.
Conclusión: Un film controversial que sin convicción trata de mostrar el rostro humano del terrorismo. Jorge Gutman