THE IMITATION GAME. Estados Unidos-Gran Bretaña, 2014. Un film de Morten Tyldum
No son muy frecuentes los temas de naturaleza científica que tratados por el cine puedan atraer al público en forma amena, entretenida e instructiva. Afortunadamente, eso es lo que acontece con The Imitation Game donde el director noruego Morten Tyldum expone la contribución humanitaria realizada durante la Segunda Guerra Mundial por el famoso matemático, criptógrafo y filósofo británico Alan Turing. El relato es a todas luces fascinante y su fluida narración permite que uno se imponga acerca de los pormenores del trabajo realizado por este excepcional individuo y el equipo que lo rodeó para desbaratar en gran parte los planes del demoníaco régimen nazi.
El aporte de este gran sabio consistió en haber descifrado el Código de la máquina alemana Enigma que facilitó a las fuerzas aliadas obtener una excepcional ventaja para derrotar a Alemania, aunque curiosamente la importancia de esta hazaña no fue revelada públicamente hasta medio siglo después de lo acontecido; así, al finalizar la contienda bélica fueron muy pocos los que llegaron a saber que el resultado final de este esfuerzo salvó la vida de más de 14 millones de personas.
La hazaña de Turing (Benedict Cumberbatch), que se nutre del guión de Graham Moore basado en el libro Alan Turing: The Enigma de Andrew Hodges, es relatada entremezclando tres períodos de tiempo que incluyen a su protagonista en 1951, en 1939 al comienzo de la Segunda Guerra y algunos episodios escolares del adolescente Turing (Alex Lawther como el joven Alan) acontecidos en 1927; con todo, el relato tiende fundamentalmente a concentrarse durante los años de la contienda con los nazis. Es allí donde el film expone detalladamente la forma en que Turing encara su trabajo encomendado por el gobierno británico en la mansión victoriana de Bletchley Park para descifrar el código de referencia junto con otros reclutados, incluyendo entre algunos de ellos a Hugh Alexander (Matthew Goode) como líder del grupo, John Cairncross (Allen Leech), y Joan Clarke (Keira Knightley) bajo la dirección del Comandante Alastair Denniston (Charles Dance). En esa tarea de equipo salen a relucir algunos aspectos de la personalidad un tanto excéntrica de Turing, su distanciamiento inicial de sus compañeros de trabajo, las dificultades de lograr rápidamente los resultados aguardados, por lo que Denniston intenta clausurar el proyecto en marcha, hasta que finalmente y después de vencer ciertos contratiempos se llega a quebrar la inviolabilidad de la máquina alemana.
Tanto el director como el guionista han logrado condensar y simplificar exitosamente una historia compleja cuyo contenido prescinde de explicaciones demasiado intelectuales o sesudas que pudiesen únicamente interesar a un minúsculo número de espectadores expertos en la materia; por el contrario, el relato expuesto gana un creciente interés a medida que el metraje transcurre concentrando la permanente atención del gran público.
Todo el elenco actúa de modo tan natural que en ciertas ocasiones podría creerse que los personajes están animados por sus reales protagonistas; pero en todo caso, quien sobresale de manera extraordinaria es Cumberbatch caracterizando al desgraciado antihéroe de esta historia; como un homosexual que evita exponer su orientación sexual, Cumberbatch ofrece los variados matices de una personalidad enigmática, introvertida, obsesiva, arrogante y socialmente extraña; al hacerlo, el actor evita caer en gestos estereotipados para en cambio traducir la gran complejidad de este científico, exponiendo su dignidad, fragilidad y finalmente su caída en desgracia.
Lo que antecede viene al caso, porque precisamente al comenzar el film en 1952, Turing es arrestado en Manchester bajo la acusación de conducta indecente debido a su diferente orientación sexual dado que en dicha época la práctica de la homosexualidad era considerada un grave delito; para evitar la prisión acepta ser sometido a un tratamiento hormonal, generalmente conocido como “castración química”. Triste destino de un genio cuyo aporte a la humanidad y a su país no fue suficiente para que fuese humillado y degradado, por lo que decide poner fin a su vida en junio de 1954 a la temprana edad de 41 años.
En los créditos finales del film se lee que en diciembre de 2013, casi 60 años después de su suicidio, la Reina Isabel de Gran Bretaña, en un gesto real raramente empleado, le concede al desaparecido Turing un perdón póstumo quedando exculpado de los cargos recibidos por su valioso aporte científico. Aquí podría aplicarse el famoso dicho inglés “Too little, too late” (demasiado poco, demasiado tarde).
Conclusión: Un fascinante film exponiendo la intrigante personalidad de un genio benefactor de la humanidad en una memorable interpretación de Benedict Cumberbatch. Jorge Gutman
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