THE RIOT CLUB. Gran Bretaña, 2014. Un film de Lone Sherfig
Basado en la pieza teatral Posh de Laura Wade, la directora danesa Lone Sherfig la ha trasladado al cine en una adaptación realizada por su autora. Sin haber visto la obra, la impresión que deja The Riot Club es la de ser un film provocativo con algunos momentos de relativa intensidad pero que no está a la altura de las expectativas planteadas en su punto de partida.
El denominado “club de la revuelta” es una logia integrada por diez universitarios británicos masculinos provenientes de familias de alcurnia que se rigen por ciertos códigos basados en tradiciones que datan de varios siglos y entre otras actividades que realizan es la de reunirse secretamente en las elegantes salas de sofisticados bares. Al comenzar el relato se asiste al inicio de un nuevo período escolar en la selecta universidad de Oxford, donde queda abierta la posibilidad para el ingreso de dos nuevos miembros en reemplazo de otros dos que ya han dejado la universidad. Uno de ellos es Miles Richards (Max Irons) quien proviene de la prestigiosa escuela de Westminster y está bien dispuesto a asimilarse a la cultura de Oxford; el otro estudiante es Alistair (Sam Claflin) que proviene de una cuna aristocrática y además cuenta con el antecedente favorable de que su hermano ya había sido miembro de esta secta; después de la consideración realizada por los ocho integrantes restantes del grupo, tanto Miles como Alistair son finalmente admitidos. Al poco tiempo Miles inicia una relación romántica con Lauren (Holliday Grainger), una estudiante proveniente de una familia modesta que por méritos propios logró ingresar a la universidad.
Tras una primera parte en que la directora describe adecuadamente el ambiente universitario y en forma más esquemática las características de cada uno de los miembros del club, tiene lugar la cena ritual de bienvenida a sus nuevos integrantes. Eso tiene lugar en una taberna local donde la comida es acompañada de abundante bebida alcohólica que prontamente comienza a causar sus perniciosos efectos; así, los muy “respetados” y formalmente educados jóvenes que se encuentran ataviados formalmente para la ocasión irrumpen en una violencia colectiva donde es el dueño del restaurante (Gordon Brown) es salvajemente atacado frente a los ojos de su espantada hija (Jessica Brown Findlay) que es la mesera. Como consecuencia de lo acontecido el grupo para salvar su reputación debe buscar un chivo emisario como causante de la gran batahola.
Del mismo modo como en An Education (2009) la realizadora consideraba el comportamiento de los estratos de la clase media londinense con sus prejuicios y racismo encubiertos, aquí concentra su atención en el ostentoso comportamiento de jóvenes de la alta burguesía que para divertirse no tienen empacho alguno en adoptar extravagantes comportamientos que conducen a actos de desmesurada violencia. Todo ello deja la pregunta abierta acerca de si estos miembros de la elite británica serán los hombres que en el futuro habrán de prosperar en el mundo de los negocios y/o serán convocados para ocupar altos cargos de gobierno.
Uno de los bemoles de este film es que el análisis realizado de la clase alta británica es demasiado superficial porque resulta apresurado emitir un juicio valorativo de este estrato social en función del lamentable bacanal. Además, el relato no adquiere dramática vibración en la medida que los incidentes más convulsionados son ilustrados sin la sutileza necesaria como para que resultaran más convincentes en la apreciación del espectador. A su favor, el film se beneficia de un cierto humor que permite entretener además de contar con un elenco de inobjetable actuación. Jorge Gutman