DANCING ARABS. Israel-Alemania-Francia, 2014. Un film de Eran Riklis
La compleja relación de judíos y árabes nacidos en Israel y habitando territorio israelí vuelve a ser considerada en Dancing Arabs. Para que el relato adquiera la máxima convicción posible, el realizador judío Eran Riklis se basó en Arabes Danzantes, novela en parte autobiográfica del columnista árabe israelí Sayed Kashua, quien también fue responsable de la adaptación cinematográfica.
La historia presenta a Eyad Barhum (Tawfeek Barhum), un joven de identidad similar a la de Kashua, viviendo en una aldea árabe de territorio israelí. Este adolescente dotado de excepcional inteligencia es hijo de Salah (Ali Suleiman), un activista palestino que en la década del 80, fue encarcelado por las fuerzas de seguridad de Israel al haber sido acusado de participar en un acto de terrorismo; aunque nunca llegó a ser juzgado o condenado, lo cierto es que el hecho impidió la prosecución de sus estudios universitarios en Jerusalén. Diez años después, la erudición de Eyad lo hace merecedor de una beca para estudiar y residir como interno en un prestigioso establecimiento de educación media en la capital de Israel.
Si bien al comenzar el relato se aprecia cierto humor cáustico, el sentido dramático del film se refleja en los primeros contactos que este joven de naturaleza tímida mantiene con sus compañeros de aula. Siendo el único alumno árabe-israelí de la clase se siente marginado debido a su desconocimiento de costumbres o modalidades israelíes, y por otros pequeños detalles como por ejemplo la pronunciación de ciertas consonantes del hebreo que él las articula con acento árabe. Con todo, la estadía de Eyad se torna más placentera al frecuentar a Naomi (Danielle Kitzis), una amistosa compañera de clase con quien posteriormente se relaciona sentimentalmente, como así también del afecto que le prodiga Jonathan (Michael Moshonov), un estudiante que padeciendo de distrofia muscular se moviliza en silla de ruedas.
El relato presenta dos caras de una misma realidad. Una faceta demuestra cómo predomina el espíritu humano de solidaridad; eso se manifiesta en la manera que Eyad, a pedido de Edna (Yael Abecassis), la madre de Jonathan, contribuye en forma devota a ayudar al muchacho en las tareas escolares a medida que sus deficiencias físicas se van intensificando, para llegar a un determinado momento en que termina alojándose en su hogar.
La otra cara de la medalla es que con el transcurso de los años, los acontecimientos políticos y militares de la región reflejando la tensión creciente entre judíos y árabes, gravitan en el ánimo de Eyad; es así que además de ver concluido el cálido romance con Naomi por oposición de los respectivos padres, él es consciente de que siempre será objeto de los prejuicios existentes con respecto a su persona por más que se asimile a la cultura israelí. Parecería que la única forma de superar la sutil discriminación es tomando prestada una identidad ajena que lo convierta en judío.
Planteada la historia tal como queda ilustrada, el film deja una sensación de tristeza al constatar la dificultad de poder lograr una convivencia entre árabes y judíos desprovista de racismo, prejuicios y de animosidad entre las partes en conflicto.
Conclusión: Apoyado de un sólido elenco, Riklis demuestra una vez más su sensibilidad tratando delicadamente asuntos urticantes dentro del marco de una humana historia que mueve a la reflexión. Jorge Gutman