Comentario de Jorge Gutman
Nuevamente las expectativas del Festival Internacional de Cine de Toronto han sido ampliamente satisfechas. Esta gran fiesta cinematográfica mundial constituye un viaje a través del tiempo y del espacio donde el menú ofrecido de casi 400 películas programadas permitió que cada espectador tuviese la posibilidad de elegir aquellos filmes que más se acercaran a su gusto, temática, país de origen, como así también en función de su elenco y dirección.
A continuación se listarán los premios más importantes adjudicados por el TIFF en la ceremonia de clausura que tuvo lugar el domingo pasado.
El film La La Land del director Damien Chazelle obtuvo el Premio del Público (People’s Choice Awards), en tanto que el mejor documental distinguido por el público correspondió a I Am Not Your Negro del realizador Raoul Peck.
El Premio a la Mejor Película Canadiense fue para el film de Mathieu Denis y Simon Lavoie Those Who Make Revolution Halfway Only Dig Their Own Graves (Ceux qui font les révolutions à moitié n’ont fait que se creuser un tombeau), en tanto que Old Stone de Johnny Ma obtuvo la distinción de mejor opera prima canadiense.
La sección Platform creada el año pasado es la única competitiva del festival. De las 12 películas que integraron la programación, el jurado formado por Brian De Palma, Mahamat-Saleh Haroun y Zhang Ziyi, concedió el premio a Jackie del realizador chileno Pablo Larraín con un elenco encabezado por Natalie Portman.
El jurado de la Federación Internacional de Críticos de Cine (FIPRESCI), conformado por Steffen Moestrup, Neta Alexander, Michael Sicinski, Diego Faraone, Jake Howell (Canada) y Louis-Paul Rioux otorgó dos premios. En la sección Discovery, donde han participado primeras obras, fue premiada la película Kati Kati de Mbithi Masya, en tanto que dentro de los títulos exhibidos en la sección Special Presentations el film premiado correspondió a I Am Not Madame Bovary de Feng Xiaogang.
A continuación se efectúa una breve revisión de algunos de los filmes presentados en el Festival.
Fuocoammare (Italia) es un notable documental italiano de Gianfranco Rosi que transcurre en la pequeña isla italiana de Lampedusa, situada al sur de Sicilia. Habiendo vivido un año en dicho territorio, el realizador enfoca dos realidades que conviven en esa región.
En su primera parte el film documenta algunas tradiciones y rasgos culturales del lugar a través de la visión de Samuele, un niño de 12 años que es hijo de un pescador; a través de sus actividades cotidianas se llega a conocer, entre otros personajes, a algunos miembros de su familia incluyendo a su abuela quien es experta cocinera de pastas, su amigo con quien juega, así como también al médico Pietro Bartolo a quien acude para que le solucione un problema visual. Es en su segunda parte, donde el relato alcanza mayor dramatismo al abordar la situación de los desesperados migrantes que provenientes de África tratan de llegar a la isla utilizando como transporte precarias y sobrecargadas embarcaciones donde no todos alcanzan a sobrevivir.
Aunque en principio no existe un lazo de conexión concreto entre ambas historias, salvo la labor humanitaria de rescate realizada por los guardacostas de la zona y o bien la que el doctor Bartolo presta a los refugiados clandestinos y certificando la muerte de quienes sucumbieron en el viaje, ese aspecto no menoscaba los logros del film. Testimoniando impecablemente una de las tragedias mayores que actualmente afectan a la humanidad, el realizador confirma su compromiso con un cine de connotación social.
Con Death in Sarajevo (Bosnia-Francia) el director y guionista Danis Tanovic efectúa un revisionismo histórico de los problemas que han aquejado a Europa en la región de los Balcanes y que aún subsisten aunque la guerra haya concluido. Utilizando como excusa la celebración del centésimo aniversario de un trágico evento que constituyó el detonador de la Primera Guerra Mundial, Tanovic imagina una ingeniosa trama que se desarrolla en Sarajevo.
La acción se desarrolla en un lujoso hotel acosado por problemas financieros, donde se aguarda la llegada de una importante delegación diplomática dispuesta a conmemorar la jornada del 28 de junio de 2014, día en que el archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa fueron asesinados por el revolucionario nacionalista serbio Gavrilo Princip. Además de reflejar la frustración existente por parte del personal del hotel dispuesto a desatar una huelga por no haber cobrado sus haberes durante dos meses, el relato se centraliza en varios personajes que ponen de manifiesto la tensión existente entre bosnios y serbios. Gradualmente, a medida que avanza el relato, el hotel va convirtiéndose en una verdadera bomba de tiempo a punto de estallar; es allí donde el director hábilmente cierra el film con un inesperado desenlace donde queda de manifiesto que las fuertes heridas del pasado que involucraron a Bosnia y Serbia aún no se han cicatrizado, sin que exista un viso de solución.
Una excelente impresión es la que ofrece la directora búlgara Ralitza Petrova en su ópera prima Godless (Bulgaria-Dinamarca-Francia); en un relato que le pertenece aborda algunos temas urticantes sobre la vulnerabilidad humana.
Ubicada en una pequeña localidad provincial al noroeste de Bulgaria, la acción se centra en Gana (Irena Ivanova), una silenciosa fisioterapista de expresión abatida que se ocupa de cuidar a pacientes ancianos, muchos de ellos con problemas de demencia senil. A pesar de su dedicación en las tareas que realiza, descubre que apropiándose de las tarjetas de identidad de sus pacientes para venderlas en el mercado negro, puede constituir un modo de incrementar sus magros ingresos. Sin mucha ilusión acerca de su futuro, Gana lleva una vida sin mayor alegría donde para sobrevivir parecería ineludible infringir la ley y participar en actividades delictivas.
Dentro de ese nebuloso clima existencial, Gana atisba cierta esperanza en el vínculo mantenido con uno de sus pacientes (Ventzislav Konstantinov) quien dirige un coro dedicado a música religiosa. En líneas generales, la realizadora ofrece una mirada poco complaciente del mundo post comunista de Bulgaria; con todo, a pesar del sombrío pesimismo que produce la corrupción humana aquí contemplada, este sólido y austero drama de realismo social vislumbra la posibilidad de redención.
En su segundo trabajo como realizador y guionista Carlos Lechuga ofrece con Santa y Andrés (Cuba-Colombia-Francia) un drama político en el que efectúa una acerba crítica al gobierno de Cuba. Desarrollando la acción en 1983 en una aldea ubicada al este de Cuba, el relato se centra en los dos personajes que titulan al film.
Considerado en el pasado como un prestigioso novelista, Andrés (Eduardo Martínez) cae en desgracia como escritor debido al contenido de sus trabajos que divergen ideológicamente de la filosofía castrista; a todo ello se agrega su homosexualidad lo que contribuye a quedar marginado de la sociedad y tener que vivir aisladamente en una cabaña poco confortable del pequeño pueblo. Por su parte, Santa (Lola Amores) ha sido enviada por un representante del partido para que cuide de que Andrés no salga del lugar donde vive durante un período de 3 días en el que se desarrollará una reunión del consejo cubano. La animosidad entablada entre ambos, poco a poco se va esfumando cuando las diferencias de ideología política que los separa ceden paso al factor humano al descubrir que los dos tienen variados aspectos en común.
Lo que es notable en este film es el modo en que el cine cubano ha evolucionado en lo concerniente a sus críticas del castrismo, al destacar el modo en que la opresión, la censura y la intolerancia producen profundos efectos emocionales capaces de desintegrar el espíritu humano de la gente afectada.
El contenido de esta historia expuesto por Lechuga sin sensiblería alguna queda realzado por la notable caracterización que Martínez y Amores logran de sus personajes donde la expresión de sus rostros transmite vivamente la soledad de sus vidas.
Raúl Arévalo quien es uno de los mejores actores del cine español presentó en el TIFF Tarde para la Ira (España), un muy buen thriller que constituye su primer trabajo como realizador.
El relato ofrece a lo largo de su desarrollo inesperadas sorpresas que impresionan gratamente al espectador. Después de una rápida escena inicial durante el asalto a una joyería, la acción que transcurre en Madrid se desplaza en el tiempo; ahí se observa a Curro (Luis Callejo), uno de los implicados en el robo, cumpliendo una pena de 8 años de cárcel, en tanto que su pareja Ana (Ruth Díaz) que se ocupa de criar al hijo de ambos trabaja en el bar de su hermano Juanjo (Raul Jiménez) que es frecuentado por José (Antonio de la Torre), uno de sus clientes. Cuando Curro es liberado y retorna al hogar como un hombre resentido y dueño de un temperamento poco amistoso, Ana deja su casa aceptando el refugio que le ofrece José para su mayor protección. A partir de allí, el relato del realizador escrito con David Pulido se torna en un apasionante western donde un frío y determinado José se convierte en un acérrimo vengador de quienes tuvieron que ver con la muerte de un ser muy querido.
Razones de discreción impiden que se mencione la evolución de los acontecimientos excepto que anticipar que a través de convincentes vueltas de giro, el film logra crear una opresiva atmósfera gracias a personajes muy bien urdidos, diálogos naturales y a un calificado elenco homogéneo donde sobresale la excelente interpretación de Antonio de la Torre.
Un film de gran sensibilidad artística es el documental Jeffrey (República Dominicana-Francia) primer film dirigido por Yanillys Pérez. Aunque la República Dominicana constituye un lugar de gran atractivo turístico, esta película ofrece una visión diferente contemplando la realidad de muchos niños de humilde condición que desde temprana edad realizan todo tipo de trabajo para sobrevivir y ayudar a sus respectivas familias. Ese es el caso de Jeffrey, cuyo verdadero nombre es Joselito de la Cruz, quien a los 12 años de edad y como uno de los 9 niños de su madre soltera para ganarse unos pesos se dedica a limpiar los parabrisas de los autos que se detienen mientras circulan en el congestionado tráfico de Santo Domingo. Con todo y aspirando a un porvenir más resplandeciente, su gran ambición es llegar a ser cantante de Reggateon y para poder lograrlo compone con Jeyson, su hermano mayor, canciones que reflejan su vida y el medio ambiente que lo rodea. Aunque Jeffrey constituya el personaje central del film, a través de él se va descubriendo su entorno familiar, los otros niños del barrio en que vive y sobre todo algunos de los contrastes que ofrece la dinámica ciudad capital de la isla.
El testimonio de la realizadora consigue equilibrar una clara visión de la realidad social dominicana con situaciones de relevante contenido poético que bien pueden asociarse al realismo mágico de cierta literatura de América Latina; si a lo ya señalado se agrega el entusiasmo contagioso y la simpatía emanados de su principal personaje, no resulta sorprendente que este muy buen documental obtenga la adhesión incondicional del público asistente.
Denial (Estados Unidos-Gran Bretaña) es un absorbente film basado en hechos reales que relata la batalla legal emprendida por Deborah E. Lipstadt, la autora del libro History on Trial, My Day in Court with a Holocaust Denier, al haber sido víctima de una acusación infundada.
Adaptado para la pantalla por el dramaturgo David Hare, el tema del Holocausto resurge en los estrados judiciales de Gran Bretaña en la década del 90. El conflicto se origina en que Lipstadt (Rachel Weisz), una prestigiosa profesora de historia de Estados Unidos fue demandada por David Irving (Timothy Spall), un controvertido autor de textos de la Segunda Guerra. Teniendo en cuenta que éste último manifestó enfática y reiteradamente que el Holocausto no existió, la escritora señala en su libro que Irving es un claro negador de un hecho que conmocionó al mundo. Sintiéndose afectado, Irving acusó a la autora ante la justicia de libelo. Curiosamente, a diferencia del sistema judicial americano donde el acusado se presume inocente hasta que se compruebe su culpabilidad, en Gran Bretaña es la persona demandada quien debe probar su inocencia para quedar liberada de culpa. Es así que frente a la incriminación por la que ha sido objeto, Lipstadt, con la asistencia legal de dos eminentes abogados como Anthony Julius (Andrew Scott) y Richard Rampton (Tom Wilkinson), se embarca en un pleito judicial cuyo resultado final es muyconocido. Si bien, todos los entretelones del juicio resultan apasionantes, lo importante es que lo que queda evidenciado en el pronunciamiento judicial es la diferencia existente entre lo que constituye una “opinión” y lo que es un “hecho objetivo” a fin de determinar dónde la libertad de expresión puede o no quedar cercenada.
El director Mick Jackson se ha valido de un excelente elenco que brinda vitalidad y emoción a la dramática historia de una determinada mujer dispuesta a que se haga justicia y que el mundo tenga presente de lo que signilficó la tragedia del Holocausto.
El acuerdo firmado en 2006 en Escocia en la localidad de St. Andrew tendiente a conformar un gobierno compartido entre los principales partidos católicos y protestantes de Irlanda del Norte a fin de lograr la paz de esa convulsionada región, constituye el telón de fondo para The Journey (Gran Bretaña-Estados Unidos). El film dirigido por Nick Hamm dramatiza esa situación, creando como excusa un viaje en coche compartido por dos irreconciliables enemigos políticos; así por primera vez dentro del reducido espacio del vehículo que comparten, el reverendo Ian Pasley (Timothy Spall) ‑representando al Partido Unionista Democrático– y Martin McGuinness (Colm Meaney), como el determinado libre luchador del Sinn Fein, se ven obligados a mantener una conversación donde cada una de las partes expresará sus divergentes puntos de vista sobre los acontecimientos que durante 40 años de extremada violencia enfrentaron católicos y protestantes.
Si bien lo que se asiste en esta conversación histórica es producto de la imaginación del buen guión elaborado por Colin Bateman, lo cierto es que a pesar del confinado espacio en que transcurre la mayor parte de la acción, el provocativo diálogo suscitado entre estos dos personajes mantiene la atención permanente del público. El resultado de esta travesía es un cálido film, muy bien construido y magníficamente actuado por dos prestigiosos actores británicos; tanto Spall asumiendo la agresiva y gruñona personalidad de Pasley, como Meaney caracterizando la calmada y conciliadora actitud de McGuiness, consiguen crear una impecable caracterización de sus respectivos personajes.
El nonagenario realizador polaco Andrzej Wajda sigue plenamente activo retornando al cine con Afterimage (Polonia) donde considera un triste episodio acaecido en su país durante el período de la posguerra en que tuvo lugar la expansión del régimen comunista. El relato se centra en la personalidad de Wladyslaw Strzeminski (Boguslaw Linda), un renombrado artista vanguardista polaco que durante la Primera Guerra había quedado severamente herido con el resultado de haber perdidod un brazo y una pierna. Su discapacitación física no le impidió convertirse en un virtuoso pintor abstracto, que además se destacó como catedrático y conferencista en la renombrada escuela de artes plásticas de Lodz fundada por él.
Enfrentando el arte con la política durante la vigencia de Stalin en el poder, el artista es criticado por las autoridades oficiales debido a que sus creaciones artísticas contradicen los principios del realismo soviético. Cuando dentro de ese contexto hostil Strzeminski abiertamente desafía al estanilismo y no ceja en su propósito de seguir la línea de trabajo que ha caracterizado su obra artística, comienza a sufrir el proceso de ostracismo por parte del gobierno. Así una de las primeras medidas adoptadas por el sistema imperante ha sido despedirlo de su puesto en la universidad y gradualmente se contempla en qué forma el artista queda sumido en la pobreza, hambre y decadencia física debido a su frágil salud.
Si bien no es la primera vez que el gran maestro Wajda aborda el tema de la propaganda y corrupción política durante la era de Stalin, este film a pesar de no innovar en la materia se destaca por su buena dirección, magnífica fotografía y la notable participación de Boguslaw Linda transmitiendo con gran intensidad al célebre artista que jamás cedió su libertad de expresión artística.
Bellas de Noche (México), es un honesto documental no exento de melancolía donde la novel realizadora María José Cuevas rinde tributo a mujeres que en la primavera de sus vidas lograron considerable popularidad concitando la atención de la audiencia masculina de México. Así, luciendo sus cuerpos, entusiasmando con sus danzas y canciones como así también moviéndose con delicada gracia sensual, eran verdaderas vedettes que hicieron época en la década de los años 70. Como los años no pasan en vano y la juventud lamentablemente no perdura, Cuevas decidió explorar qué ha sido de las vidas de Lyn May, Princesa Yamal, Rossy Mendoza, Wanda Seux y Olga Breeskin, cinco representantes del género que habiendo sido en su momento símbolos sexuales, hoy día ya son sexagenarias. De este encuentro surge un retrato humano en donde cada una de las entrevistadas transmite sus experiencias sobre lo que significa haber dejado de ser jóvenes, carecer del erotismo sexual de antaño y sobre todo tratar de aprender y amoldarse al envejecimiento.
Lo destacable del film es que además de las historias relatadas con afecto por parte de estas ex vedettes recordando sus años felices, ellas demuestran un contagioso entusiasmo realizando actividades que les impulsa a seguir adelante como así también adoptando una actitud optimista frente a los avatares de la vida.
El sorprendente documental Austerlitz (Alemania), constituye un legado del Holocausto a través de la visión del excelente documentalista Sergei Loznitsa. Filmado en blanco y negro y con planos fijos que a veces resultan de duración excesiva, a pesar de que carece de diálogos y no existe narración alguna, queda claro que el director quiere traslucir hasta qué punto tiene sentido que lo que fue en el pasado un horroroso campo de concentración quede transformado en la actualidad en un parque temático.
Eso es lo que se aprecia en el antiguo lugar de exterminio de Sachsenhausen ubicado en Alemania. Así en la larga toma inicial que tiene lugar en la puerta de entrada donde ingresa un importante contingente de visitantes, está grabada una inscripción “Arbeit macht frei” (el trabajo os hace libres); ese es el lema que había sido emplazado por el régimen nazi en numerosos campos de concentración. Ya en el interior se va observando a los turistas, con especial referencia a jóvenes luciendo llamativas remeras, tomando fotos, comiendo sus meriendas y/o prestando atención a los guías que los van conduciendo y narrándoles los tristes episodios del Holocausto.
A falta de diálogos, las imágenes quieren reflejar que el público que contempla esta dramática exhibición la considera similar a cualquier otra atracción turística sin realmente compenetrarse en la tragedia que está presenciando.
Si acaso la intención de Loznitsa es demostrar cómo una exhibición revestida de tragedia puede originar a que el turista lo tome como si fuese un entretenimiento similar a cualquier otro, lo cierto es que quien elige hacerlo es porque se siente motivado sin que nadie lo obligue a recibir o consumir algo que no le interese; de allí que resulte muy discutible calificar de trivial o superficial la actitud de quien visita este parque turístico.
La visión de este documental se presta al debate, pero más allá de cualquier discusión al respecto lo cierto es que cinematográficamente está excelentemente realizado.
El gran director italiano Marco Bellocchio se vale de la novela autobiográfica del periodista Massimo Gramellini para narrar en Fai bei sogni (Italia) los efectos traumáticos que conllevan acontecimientos vividos durante su infancia.
La adaptación efectuada por el realizador junto con Valia Santella y Edoardo Albinati, ubica al relato en Turin en 1969 donde se puede apreciar cómo existe una gran comunicación y cariño entre Massimo (Nicolo Cabras), un niño de nueve años de edad y su madre (Barbara Ronchi). Ese ambiente feliz se detiene bruscamente cuando en forma inesperada su progenitora muere y el chico rehúsa aceptar esa terrible pérdida, a pesar de que el cura local le dice que ella se encuentra muy bien en el paraíso celestial.
Cuando la acción se traslada hacia la década del 90 se ve a Massimo (Valerio Mastandrea) desempeñándose como un eficiente periodista para un importante diario quien después de haber sido corresponsal de guerra en Sarajevo comienza a sufrir ataques de pánico; a todo ello cuando se prepara para vender el departamento de sus padres, revive el dramático pasado vinculado con su madre. Es ahí donde juega un rol importante la presencia de una abnegada médica (Bérénice Bejo) que trata de cicatrizar las heridas emocionales de Massimo.
Ese proceso angustioso está eficazmente relatado por Bellocchio quien exprimió la riqueza de la novela original demostrando cómo los años infantiles quedan fuertemente impregnados en la memoria de una persona adulta y de qué manera la desaparición repentina de una madre puede repercutir a través del tiempo en la vida de un hijo. Las conmovedoras actuaciones de Mastandrea y Bejo refuerzan los valores de este film permitiendo que el público se identifique fácilmente con la suerte de sus personajes.