BRIGSBY BEAR. Estados Unidos, 2017. Un film de Dave McCary
Asemejándose más a una fantasía infantil que a una comedia realista Brigsby Bear tiene como propósito mostrar cómo ciertas experiencias de la infancia pueden dejar sus huellas ‑para bien o para mal- en el proceso de madurez de una persona.
La historia se centra en James (Kyle Mooney), un muchacho de 25 años, que permaneció toda su vida en un búnker aislado del mundo exterior y que ha sido criado por sus cariñosos padres adoptivos (Jane Adams, Mark Hamill). El único dato que se sabe de él es que desde niño ha pasado en la pieza subterránea de la vivienda en que habita mirando Brigsby Bear Adventures, una serie semanal infantil cuyo tema gira en torno de las aventuras atravesadas por un oso con características humanas que imparte lecciones de moralidad. La pasión que este eterno adolescente siente por la serie motiva a que la haya grabado en su VHS y eso le permite ver cada uno de sus capítulos, volviendo a repetir su visión en forma permanente. Si hasta aquí la premisa puede resultar bastante irrealista, la situación aún tiende a resultar más insólita cuando se sabe que ese show semanal realmente no existe para el público televidente sino que ha sido preparado por su padre prestándole su voz al oso para que su hijo como único espectador se solace con el mismo.
Un buen día agentes del FBI irrumpen en el hogar de James arrestando a sus progenitores por haberlo raptado del hospital cuando nació. Al ser devuelto a sus padres biológicos (Matt Walsh, Michaela Watkins) comienza para el joven una nueva etapa de su vida tratando de adaptarse a una realidad que le resulta completamente desconocida y que no alcanza a captar.
Si hasta ese momento el relato crea la expectativa de explorar con ingeniosidad el comportamiento de una persona adulta aniñada que padece de cierta inestabilidad mental, lo que sigue termina por desmentirlo. Así, el guión de Kyle Mooney y Kevin Costello se desvirtúa al permitir que James logre convencer a sus padres y al medio que lo rodea para que lo ayuden a realizar una película versada en su querido show infantil. Durante esa filmación que carece de total credibilidad, se originan situaciones construidas para provocar hilaridad; aunque algunas secuencias logran su propósito, las mismas no alcanzan a compensar la medianía de esta historia con un desenlace previsible y que con su condescendiente sentimentalismo trata de conquistar a la audiencia.
Mooney en el rol protagónico resulta convincente caracterizando al excéntrico personaje protagónico y sin duda atraerá al público que lo ha seguido en sus comedias televisivas, sobre todo por la popularidad lograda en el programa Saturday Night Live. Los demás intérpretes se desempeñan decorosamente dentro de las limitaciones impuestas por el guión. En esencia, tras las observaciones apuntadas, queda como balance un film que sin ser descartable no ha sabido explotar consistentemente la premisa absurda de la cual parte. Jorge Gutman
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