DARKEST HOUR. Gran Bretaña, 2017. Un film de Joe Wright
Aunque este año el público ha juzgado varios filmes vinculados con la Segunda Guerra Mundial, sobre todo el excelente drama ofrecido por Christopher Nolan en Dunkirk, Darkest Hour se destaca por la magnética y excepcional caracterización que Gary Oldman realiza de Winston Churchill.
El realizador en base al libreto de Anthony McCarten ubica la acción en Mayo de 1940 cuando la nación peligra ante la inminente invasión de las tropas nazis como ya lo habían hecho en varios países europeos y donde Francia y Bélgica están a punto de rendirse. Habiendo el Partido Conservador perdido la confianza depositada en Neville Chamberlain (Ronald Pickup) como Primer Ministro, él renuncia a su cargo. Para sucederlo, el partido elige a Churchill (Oldman) quien a pesar de su impopularidad es la figura más aceptable por la oposición; en consecuencia el rey George VI (Ben Mendelsohn) lo convoca a su despacho para designarlo formalmente como el nuevo mandatario.
En los primeros días de su gobierno, Churchill atraviesa momentos difíciles en la medida que debe decidir sobre la estrategia más favorable a seguir a fin de resguardar la seguridad de Gran Bretaña frente a la Alemania nazi. ¿Es que debe iniciar negociaciones de paz con Hitler según la posición sustentada por su ministro de Relaciones Exteriores Lord Halifax (Stephen Dillane) y también por Chamberlain, o en cambio luchar con toda energía contra el ignominioso genocida?
Aunque nadie ignora la actitud adoptada por el gran estadista, la intención de Wright es la de explorar a fondo la personalidad de un idealista de gran convicción a quien le cupo un rol importante en el transcurso del conflicto bélico como así también después del mismo. Es así que el relato lo pinta como un hombre quisquilloso, irascible y colérico donde su joven secretaria (Lily James) debe tolerar su mal genio en los momentos que despotrica cuando algo no le gusta; sin embargo, allí también se encuentra el marido atento a escuchar los sabios consejos de su abnegada y sensata mujer Clementine (Kristin Scott Thomas), como igualmente se hace presente el político dueño de una brillante oratoria que es capaz de imponer sus ideas como gobernante.
Aunque bien dirigido, el relato no es lo suficientemente fluido debido a su guión un tanto estático y por ser demasiado verbal. Con todo, cabe apreciar momentos de apreciable humor como en una secuencia en la que Churchill ‑en una ficticia escapada anónima- viajando sin escolta oficial en el subterráneo de Londres constata de manera directa el estado anímico de la gente con respecto al momento crítico que vive la nación.
Más allá de la observación formulada, lo más importante del film es la excepcional prestación de Gary Oldman en donde uno deja de visualizar al actor para en cambio creer en la resurrección del gran estadista; aunque sea por esa única razón, el film merece su visión. Jorge Gutman