ON CHESIL BEACH. Gran Bretaña, 2017. Un film de Dominic Cooke
Un decoroso relato sobre un amor no consumado es lo que se aprecia en On Chesil Beach, ópera prima del realizador Dominic Cooke basada en la novela homónima de Ian McEwan (2007) quien a su vez la adaptó para el cine.
Es muy importante tener en cuenta que ‑con excepción de su epílogo– la historia se desarrolla en 1962, algunos años antes de producirse la liberación sexual; por lo tanto resulta factible imaginar que una pareja no haya mantenido relaciones íntimas antes de su casamiento; además, la virginidad ‑al menos para la mujer- en ese entonces era considerada virtud que debía ser conservada hasta el momento de la unión conyugal.
El relato que transcurre en Dorset ‑al sudeste de Gran Bretaña- se centraliza en Edward (Billy Howle) y Florence (Saoirse Ronan), dos jóvenes que acaban de contraer enlace; en ese día, se encuentran en la habitación de un hotel que enfrenta la playa que da origen al título del film y se aprestan a celebrar su luna de miel que comienza con una comida; durante su transcurso, a través de flashbacks, el espectador se impone de quiénes son, cómo se han conocido, como así también saber sobre los miembros de sus respectivos hogares.
Edward proviene de una familia de clase media de Londres cuyo padre (Adrian Scarborough) es un director de escuela elemental y su madre (Anne.Marie Duff) ha sido una inteligente mujer hasta que un desgraciado accidente dañó su cerebro dejándola mentalmente inestable. Florence pertenece a una familia de Oxford, más afluente económicamente, donde su padre (Samuel West) es propietario de una fábrica y su madre (Emily Watson) es la que dirige la casa y a veces opina pretenciosamente más de la cuenta.
Cuando Edward, un brillante talentoso en historia, avista a Florence ‑una eximia violinista líder de un cuarteto de cuerdas recién formado- en la universidad, surge de inmediato un gran amor que fundamentalmente se caracteriza por su pureza. Para cada uno de ellos representa la primera experiencia sentimental en donde no hay mayor obstáculo que se oponga a la relación, a pesar de que la madre de la joven preferiría un mejor partido para ella. El complemento de la pareja es total y resulta agradable ver cómo ella va integrando a Edward al mundo de la música clásica.
Volviendo a la noche nupcial, durante la comida ellos demuestran cierta inseguridad sobre lo que acontecerá después de la misma, especialmente en Florence quien trata de disimular sus temores a medida que se aproxima inexorablemente el momento de la consumación matrimonial. Cuando ya no hay motivos o excusas para seguir dilatando el acto de unir sus cuerpos desnudos para el encuentro sexual, se produce lo inesperado al manifestarse la frigidez de Florence; un sutil detalle reflejado en una escena del relato da la pauta de lo que pudo haberle acontecido en el pasado para así comprender su agitada reacción emocional.
Entre los méritos del film se destaca la minuciosidad con que McEwan encaró la adaptación de su libro, logrando en este caso que la literatura y el cine puedan complementarse. Eso ha sido muy bien aprovechado por el realizador al haber narrado con extrema sutileza su inusual contenido cuidando de no desbordar sentimentalmente; asimismo, ha demostrado su destreza en la dirección actoral. Tanto Howle como Ronan logran una magnífica caracterización psicológica de sus personajes irradiando sensibilidad y ternura como dos seres inocentes que amándose plenamente finalmente resultan dañados por una represiva incomunicación; así, es admirable contemplar la escena donde la playa de Chesil es testigo de la frustración, rabia, dolor y finalmente el silencio que los envuelve; sin duda, esa secuencia alcanza una gran dimensión emocional. Jorge Gutman