Crónica de Jorge Gutman
He aquí breves comentarios críticos sobre seis de los filmes exhibidos en el FNC que se está desarrollando en Montreal hasta el domingo próximo.
Uno de los títulos más destacados es el largo metraje Another Day of Life (Polonia-España-Alemania-Hungría) del realizador español Raúl de la Fuente y el cineasta polaco Damian Nenow. El film es un relato autobiográfico del excepcional periodista polaco Ryszard Kapuściński fallecido en 2007 quien como reportero de guerra siempre fue un adalid de las causas perdidas. El film está basado en su libro, que da título al film, donde da cuenta de la dura experiencia vivida durante su misión en Angola.
Cuando en 1975 dicho país africano está próximo a obtener su independencia del colonialismo portugués, arrecia una cruenta guerra civil, fundamentalmente entre el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA) de orientación izquierdista y el Frente Nacional para la Liberación de Angola (FNLA), de tendencia derechista. Muy interesado en reportar lo que acontece, KapuścińskI logra convencer a la agencia de prensa polaca donde trabaja para que le permita desplazarse a Angola. Llegado a destino es testigo del caos que acontece entre las partes en pugna y sin dudarlo se embarca en lo que prácticamente podría considerarse como un viaje suicida hacia el corazón del conflicto bélico. Queda claro que asistiendo a la dramática realidad de contemplar asesinatos a sangre fría y sin que como periodista pueda intervenir, un sentimiento de profunda impotencia le embarga observando lo que acontece como asimismo trata de sobrevivir a la tragedia que la población está viviendo.
En una reconstrucción dramática de esta azarosa aventura los realizadores recurren a dos formas narrativas; en la mayor parte del metraje, los hechos descriptos por Kapuściński en su libro se reflejan a través de la técnica del “motion picture” con actores reales; simultáneamente, dejando de lado la animación se acude al relato ofrecido en tiempo actual por quienes conocieron al reportero y lograron sobrevivir a la tragedia. El resultado es un relato cautivante donde entremezclando documental y ficción se evidencia el humanismo de este idealista periodista devenido escritor quien proponiéndose transmitir la verdad de lo que presenciaba a la vez trataba de combatir las injusticias del mundo.
Una agradable sorpresa es la que ofrece Tel Aviv on Fire (Israel-Luxemburgo-Francia-Bélgica) del realizador israelí Sameh Zoabi. Enfocando las relaciones entre israelíes y palestinos, este film representa una brisa de aire fresco para los espectadores quienes sin duda disfrutarán de la deliciosa sátira reflejada en la pantalla.
La acción se ubica en 1967 con antelación al inicio de la Guerra de los Seis Días (5 al 11 de junio). Salam (Kais Nashef) es un joven soñador palestino viviendo en Jerusalén que trabaja como asistente de producción en la telenovela palestina Tel Aviv on Fire que goza de enorme popularidad tanto de la teleaudiencia palestina como por parte de los televidentes israelíes. En uno de los capítulos de la ficticia trama una actriz francesa del elenco (Lubna Azabala) personifica a una espía palestina que se infiltra en Israel con el propósito de seducir al general Yehuda (Yousef Sweid) para posteriormente asesinarlo.
Cuando al poco tiempo Salam es promovido y se convierte en el nuevo guionista de la serie, a pesar de su escasa experiencia en la materia, encuentra un serio obstáculo lejos de imaginar. El inconveniente se produce cuando trasladándose desde su casa al lugar de trabajo Salam es interceptado en el puesto de control de Ramallah por el comandante israelí Assi (Yaniv Biton); al saber que Salam es quien escribe el libreto de la famosa telenovela, de la cual su esposa es una entusiasta fanática, Assi le retiene su pasaporte prometiendo devolvérselo siempre y cuando le haga llegar el guión donde conste que la larga serie concluirá con una bella historia de amor entre la espía y el general israelí. En consecuencia, el novel escritor se ve obligado a cambiar la trama argumental mientras que la población entera está en ascuas por saber cómo finalizará el teleteatro.
La película está muy bien hilvanada a través de giros y vueltas que amenizan la exposición del relato nutrido de continua hilaridad generada por los ocurrentes diálogos tanto del film en sí mismo como los de la ficcional telenovela. Aunque difícilmente esta película pueda alterar el ritmo de los conflictivos acontecimientos que perturban a la región, es loable el propósito de Zoabi de fomentar el espíritu de confraternidad entre palestinos e israelíes; en tal sentido su propuesta es más que bienvenida.
La realizadora canadiense Katherine Jerkovic da pruebas de una considerable madurez con Les routes en février (Canadá-Uruguay) su primer largometraje en donde igualmente es responsable del guión. Narrando una pequeña historia centrada en los lazos de familia, Jerkovic demuestra una fina sensibilidad en su tratamiento como así también la sapiencia de haber sabido captar las peculiaridades del comportamiento de vida donde transcurre la acción.
Diez años atrás, cuando aún era pequeña, Sara (Arien Aguayo Stewart) y sus padres dejaron Uruguay para vivir en Montreal. Ahora, la muchacha que acaba de perder a su padre decide viajar a su tierra natal en el cálido mes de febrero en parte para calmar su pena, visitar a Magda (Gloria Demassi), su abuela paterna que reside en un pueblo rural, como asimismo tratar de revivir sus memorias de infancia. En el reencuentro con su abuela se detecta cierta frialdad por parte de Magda al no comprender porque Sara dejó de lado su sueño de ser actriz para trabajar como camarera en un bar lo que la hace pensar que la joven carece de ambiciones. A pesar de los silencios existentes que suelen producirse en ciertos momentos entre ambas, la sensación de incomodidad va cediendo en la medida que en forma natural y sin confrontación alguna, Sara y Magda llegan a un mutuo entendimiento; así, más allá de las diferencias generacionales, prevalecerá el cariño familiar sobreponiéndose a cualquier contingencia.
Además de su tema central, el relato incursiona en las diferencias culturales a las que Sara enfrenta y que tratará de reconciliar al desplazarse en bicicleta a través de la humilde campiña, como así también en la amistosa relación entablada con un agradable muchacho (Mathias Perdigon) de su misma edad. Adoptando un tono entre nostálgico y agridulce, la realizadora logra un film intimista y tierno que se encuentra valorizado por las sobrias actuaciones de Stewart y Demassi.
En su triple condición de realizador, guionista y actor principal, Jim Cummings emociona en la tragicomedia Thunder Road (Estados Unidos) sobre un hombre completamente abrumado. La primera escena transcurre en una iglesia donde tiene lugar el funeral de la madre del agente policial Jim Arnaud (Cummings). Frente a amigos presentes y a su hijita Crystal (Kendall Farr), Jim se dispone a pronunciar las acostumbradas palabras de despedida que se suelen hacer en estas circunstancias; en este caso especial, durante casi 15 minutos el discurso, al principio normal, se torna incongruente con las palabras y actitudes asumidas por Jim, generando la sonrisa nerviosa de los asistentes. De retorno a sus funciones junto con su colega y amigo Nate Lewis (Nican Robinson) queda claro que Jim es un individuo profundamente perturbado. De allí en más los hechos que acontecen durante el relato no son más que una suerte de obstáculos y sinsabores para el antihéroe de esta historia comenzando con su situación personal que como divorciado debe lidiar con su ex mujer Roz (Jocelyn DeBoer) sobre la tenencia de su adorada hijita. Como lo que más quiere es no separarse de ella, al perder su custodia por la decisión de un juez que no confía mucho en él, su desesperación lo conduce a un acto de violencia frente a la estación policial que motiva su despido.
Aunque la crisis existencial de una persona ha sido tratado con cierta frecuencia, Cummings permite distinguirlo estilísticamente tanto en la puesta escénica como en su magistral interpretación. El cineasta transmite excelentemente el descenso a los infiernos de un patético ser humano que sintiéndose acorralado y abandonado por todos intenta desesperadamente encontrar una vía de escape para no seguir hundiéndose en la vida. En esencia, Cummings ofrece un fascinante y conmovedor film que no deja indiferente al espectador.
La veterana realizadora japonesa Naomi Kawase ofrece en Vision (Japón-Francia) una fábula lírica en la que la forma prevalece sobre su contenido. No es que el tema resulte desestimable pero su narración no llega a cristalizar las preocupaciones espirituales que propone el guión de la directora en la medida que el drama planteado no alcanza a cundir como debiera.
La acción se desarrolla en la foresta de una montaña japonesa no especificada de Japón donde llega Jeanne (Juliette Binoche), una escritora de mediana edad procedente de Francia, con el propósito de encontrar una rara hierba medicinal que solo emerge cada 997 años. A su llegada a Nara es recibida por Tomo (Masatoshi Nagase), un guardabosque taciturno que lleva una vida solitaria y que solamente se relaciona con Aki (Mari Natsuki), una anciana ciega profética que puede ayudar a Jeanne a obtener lo que busca. Sin proseguir detallando lo que sobreviene, se puede anticipar que raras conexiones van estableciéndose entre los extraños personajes que animan a este relato donde finalmente no queda claro el sentido del viaje de la protagonista.
Si bien Kawase impregna su historia con un contenido lírico y no exento de cierta poesía el problema de esta fantasía es la carencia de un sólido planteo que la sustente. La realizadora no logra hallar el justo tono entre lo estético y lo dramático; así, el encuentro de culturas diferentes, la improbable historia de amor que tiene lugar, la necesidad de comunicación humana, la trascendencia de la vida y la muerte así como el conflicto entre lo emocional y lo racional que emerge de los excesivos diálogos del texto, son aspectos que no llegan a cobrar dramática magnitud. A su favor, el film se beneficia con la correcta actuación de su reducido elenco y de sus elementos visuales agraciados con sus bellas imágenes y una buena reproducción ambiental.
Para el final de estos comentarios me referiré a Climax (Francia) de Gaspar Noé. Conocido por su adicción a la violencia y gratuito sadismo, este realizador nuevamente se complace en ofrecer un film ultra-chocante que sin duda alguna tiene el propósito de escandalizar al espectador.
En un tema que le pertenece, no podría ser de otro modo, en su inicio se asiste a un reportaje en video efectuado a un grupo de jóvenes bailarines, de diferentes estratos socioeconómicos, etnias, razas, y orientación sexual, que participarán en una gira programada para Francia y Estados Unidos. Tras estos primeros 10 minutos, los 35 siguientes se los aprecia ensayando en un amplio establecimiento abandonado asemejando a un inmenso galpón. La incesante música los muestra danzando con encomiable energía en un espectáculo muy bien coreografiado. Cuando los ensayos finalizan y sin abandonar el lugar, se producen entre los bailarines conversaciones más bien banales donde la mayoría de las mismas giran en torno del sexo; eso se ameniza con los tragos que se sirven de un jarro de sangría donde alguien ‑sin saber quien– introdujo LSD en el mismo. A partir de allí, al comenzar a sentir los efectos del alucinógeno, los integrantes del conjunto se convierten en verdaderas bestias humanas donde no faltan las agresiones sexuales, violentos ataques, potencial infanticidio, depravaciones y vejaciones de todo tipo; de este modo el relato adquiere un clima de putrefacto horror.
Noé conduce al público a un infierno dantesco al asistir a las calamidades que acontecen en ese ámbito durante los 55 minutos restantes del relato, donde resulta imposible evitar el sentimiento de repugnancia que esa orgía produce. Parafraseando a Shakespeare, el resto es silencio.