Un Remar­ca­ble Western

THE SIS­TERS BROTHERS. Esta­dos Uni­dos-Fran­cia-Ruma­nia-Espa­ña. Un film de Jac­ques Audiard

Habien­do demos­tra­do una gran ver­sa­ti­li­dad a tra­vés de su fil­mo­gra­fía en el enfo­que de disí­mi­les temas, el rea­li­za­dor fran­cés Jac­ques Audiard con­fir­ma una vez más dicha cua­li­dad en su octa­vo film al con­si­de­rar el géne­ro del wes­tern en su pri­me­ra incur­sión en la cine­ma­to­gra­fía de Esta­dos. Uni­dos; el resul­ta­do de The Sis­ters Brothers es un logra­do docu­men­to, pleno de dina­mis­mo y vita­li­dad que si bien recuer­da cier­tos fil­mes de los her­ma­nos Coen este direc­tor le apor­ta su per­so­nal esti­lo distintivo.

Joa­quin Phoe­nix y John C. Reilly

Basa­do en la nove­la homó­ni­ma del autor cana­dien­se Patrick deWitt con un guión pre­pa­ra­do por el rea­li­za­dor y Tho­mas Bide­gain, la acción se ubi­ca en 1851, en ple­na Fie­bre del Oro. El rela­to sigue los pasos de los her­ma­nos Sis­ters quie­nes como sica­rios mar­gi­na­dos de la ley tra­ba­jan para un mafio­so de Ore­gón apo­da­do Com­mo­do­re (Rut­ger Hauer). Eli (John C. Reilly), el mayor de los her­ma­nos, es más madu­ro que el jovial Char­lie (Joa­quin Phoe­nix) cuya afi­ción a la bebi­da lo hace menos res­pon­sa­ble; la rela­ción entre ellos es acep­ta­ble­men­te bue­na lo que no impi­de que haya cier­tos momen­tos de mar­ca­da dis­cor­dia sin que la san­gre lle­gue al río.

El recien­te encar­go que el dúo reci­be de su patrón es el de loca­li­zar y matar a un tal Her­mann Ker­mit Warm (Riz Ahmed) que según pare­ce le debe una impor­tan­te suma de dine­ro; el indi­vi­duo bus­ca­do es un quí­mi­co que inven­tó un líqui­do áci­do que ver­ti­do en las aguas de los ríos per­mi­te detec­tar las pepi­tas de oro que allí se encuen­tran. Warm es a su vez per­se­gui­do por el detec­ti­ve John Morris (Jack Gyllenhaal) quien tie­ne la misión de entre­gar­lo a los hermanos

A tra­vés de un via­je que comien­za en Ore­gón, pro­si­gue en Sie­rra Neva­da y con­clu­ye en San Fran­cis­co, el espec­ta­dor pre­sen­cia una ani­ma­da his­to­ria del lejano Oes­te con cier­tos giros ines­pe­ra­dos bien resuel­tos. Aun­que el rela­to no evi­ta la vio­len­cia que a veces resul­ta exce­si­va, la mis­ma es ate­nua­da con situa­cio­nes de fran­co humor que ofre­cen los apre­cia­dos diá­lo­gos nutri­dos por el guión.

Audiard como incues­tio­na­ble narra­dor ha logra­do un film sutil de intros­pec­ti­vos mati­ces que a pesar de su con­tex­to dra­má­ti­co resul­ta más liviano que otros del mis­mo géne­ro. Lo impor­tan­te es la muy bue­na des­crip­ción de sus per­so­na­jes, en espe­cial la de los her­ma­nos pis­to­le­ros que en últi­ma ins­tan­cia deno­tan su nece­si­dad de afec­to. Reilly en el mejor papel de su carre­ra apor­ta con­si­de­ra­ble ter­nu­ra y sen­si­bi­li­dad a pesar de ser un ase­sino a suel­do; por su par­te, Phoe­nix se luce como el impia­do­so indi­vi­duo emo­cio­nal­men­te ator­men­ta­do cuya per­so­na­li­dad no resul­ta fácil de defi­nir. En roles meno­res tan­to Gyllenhaal como Ahmed apor­tan la con­vic­ción reque­ri­da de sus per­so­na­jes. En los fac­to­res de pro­duc­ción cabe des­ta­car la acer­ta­da músi­ca de Ale­xan­dre Des­plat y la bue­na foto­gra­fía de Benoît Debie. Jor­ge Gutman