Que se haga justicia

JUST MERCY. Esta­dos Uni­dos, 2019. Un film de Des­tin Daniel Cretton.

El tema de la injus­ti­cia racial es uno de los más fre­cuen­ta­dos por el cine ame­ri­cano don­de, por ejem­plo, To Kill a Moc­king­bird (1962) basa­do en la emble­má­ti­ca nove­la de Har­per Lee lle­gó a cau­ti­var a la crí­ti­ca y al públi­co. Aho­ra el rea­li­za­dor Des­tin Daniel Cret­ton lo vuel­ve a abor­dar, sur­gien­do la pre­gun­ta de si era nece­sa­rio vol­ver a ello. La res­pues­ta es deci­di­da­men­te afir­ma­ti­va tenien­do en cuen­ta que a pesar de los pro­gre­sos rea­li­za­dos cuan­do algo malo suce­de, per­sis­te la pre­sun­ción de que los blan­cos son ino­cen­tes y los negros son sus cau­san­tes; si a ello se agre­ga que lo que Just Mercy expo­ne está basa­do en un caso real, narra­do mag­ní­fi­ca­men­te con un elen­co impe­ca­ble don­de sus dos acto­res pro­ta­go­nis­tas des­cue­llan en la com­po­si­ción de sus roles, este film tie­ne su razón de ser.

Cret­ton se valió del guión por él pre­pa­ra­do jun­to con Andrew Lanham basa­do en las memo­rias publi­ca­das en el libro de Brian Ste­ven­son don­de se rela­tan las expe­rien­cias que se ilus­tran en el film.

Michael B. Jor­dan y Jamie Foxx

En los años 80 Ste­ven­son (Michael B. Jor­dan) era un estu­dian­te afro­ame­ri­cano de leyes de la Uni­ver­si­dad de Har­vard quien efec­tuan­do una pasan­tía en Geor­gia entró en con­tac­to con un hom­bre negro con­de­na­do a muer­te. En 1992, ya gra­dua­do como abo­ga­do, deci­de tras­la­dar­se a Ala­ba­ma para dedi­car gran par­te de su tarea a ayu­dar a la gen­te pobre como así tam­bién a los con­vic­tos con­de­na­dos erró­nea­men­te a la pena capi­tal: con­se­cuen­te­men­te fun­da en Mont­go­mery la orga­ni­za­ción Equal Jus­ti­ce Initia­ti­ve, des­ti­na­da a sal­va­guar­dar los dere­chos humanos.

Tra­ba­jan­do en el nue­vo medio se impo­ne que Wal­ter McMi­llian (Jamie Foxx) es un reo afro­ame­ri­cano aguar­dan­do en el corre­dor de la muer­te el momen­to en que será ajus­ti­cia­do. Él ha sido con­de­na­do y acu­sa­do del cri­men de Ron­da Morri­son, una ado­les­cen­te blan­ca de 18 años, acon­te­ci­do en Mon­roe­vi­lle en 1986 en su lugar de tra­ba­jo; sin nin­gu­na evi­den­cia que pro­ba­ra su cul­pa­bi­li­dad, las auto­ri­da­des se valie­ron úni­ca­men­te del dudo­so y ambi­guo tes­ti­mo­nio de Ralph Myers (Tim Bla­ke Nel­son), un con­vic­to cuya pala­bra sir­vió para con­de­nar a McMi­llan. A pesar de que tan­to el acu­sa­do y una mul­ti­tud de per­so­nas (todas ellas negras) demos­tra­ron que él no estu­vo en el lugar y hora del cri­men, nada de eso valió para modi­fi­car la sen­ten­cia. Deci­di­do a pro­bar su ino­cen­cia, Ste­ven­son se vuel­ca de lleno a reu­nir toda la infor­ma­ción archi­va­da como así tam­bién regis­tros gra­ba­dos en cin­tas a fin de lograr su obje­ti­vo; para ello cuen­ta con la ayu­da de su efi­cien­te asis­ten­te Eva Ans­ley (Brie Larson).

Sin entrar a rese­ñar todos los veri­cue­tos que se pro­du­cen en la bús­que­da de la jus­ti­cia social empren­di­da por el abo­ga­do para sal­var la vida del con­vic­to, el rela­to ilus­tra el modo en que la pobla­ción negra es tra­ta­da por los blan­cos; para ello bas­ta­ría citar el acto de humi­lla­ción al que Ste­ven­son es some­ti­do al entrar a la cár­cel, obli­gán­do­lo a des­nu­dar­se por com­ple­to como si fue­se un delin­cuen­te, como así tam­bién del atro­pe­llo poli­cial reci­bi­do con­du­cien­do su coche en una ruta. Esa ani­mo­si­dad es igual­men­te demos­tra­da en el des­dén del que es obje­to por par­te del des­pre­cia­ble fis­cal (Rafe Spall) actuan­te en el liti­gio judicial.

Fil­ma­do de mane­ra clá­si­ca, que de nin­gún modo es obje­ta­ble, el rea­li­za­dor ofre­ce un dra­ma sobrio que per­mi­te a que el públi­co se com­pe­ne­tre con sus per­so­na­jes. Jor­dan ofre­ce una pres­ta­ción exce­len­te como el bri­llan­te pro­fe­sio­nal que no se deja ami­la­nar por los incon­ve­nien­tes que atra­vie­sa en su tarea de demos­trar las falen­cias de un sis­te­ma legal que por el color de la piel pue­de con­du­cir a la muer­te de un indi­vi­duo ino­cen­te; por su par­te Foxx deja tras­lu­cir la angus­tia de un hom­bre ya resig­na­do a morir, a menos que se pro­duz­ca el mila­gro de que su abo­ga­do pue­da lograr que la jus­ti­cia se impon­ga. Entre los acto­res secun­da­rios se dis­tin­gue la extra­or­di­na­ria com­po­si­ción de Rob Mor­gan quien lle­ga a emo­cio­nar pro­fun­da­men­te como uno de los con­vic­tos con­de­na­dos en su mar­cha final hacia la sala don­de le aguar­da la silla eléctrica.

En la pro­mo­ción del film se lee “cada gene­ra­ción tie­ne su héroe, encon­tre­mos al nues­tro”; cier­ta­men­te, el slo­gan es com­ple­ta­men­te per­ti­nen­te al apre­ciar la gran­de­za de espí­ri­tu de Brian Ste­ven­son, un bri­llan­te idea­lis­ta que no ceja de luchar por la jus­ti­cia social y que ha sido cali­fi­ca­do por el gran paci­fis­ta suda­fri­cano Des­mond Tutu como el Man­de­la de Esta­dos Uni­dos. Jor­ge Gutman