Crónica de Jorge Gutman
Medusa (Brasil)
La directora brasileña Anita Rocha da Silveira aborda un relato en el que su tema central radica en el cuestionamiento de la fe de una joven cristiana.
Con un guión que le pertenece, la cineasta presenta a Mariana (Mari Oliveira) una joven de Rio de Janeiro que integra un grupo de coristas en la iglesia a cargo de un Pastor evangelista (Thiago Fragoso). Asimismo, estas muchachas enmascaradamente se dedican por las noches a efectuar una cacería consistente en castigar a todas aquellas mujeres que son consideradas pecadoras al apartarse del sendero correcto predicado por el cristianismo. El momento crucial se produce cuando en una salida nocturna Mariana se dispone a golpear a otra supuesta pecadora pero,ella sale mal parada al recibir un profundo corte en su cara dejándole una cicatriz que la oculta con su melena. Es entonces cuando Mariana comienza a cobrar conciencia de que ese modelo de mujer cristiana que no puede tomar decisiones por sí misma y tiene que acatar ciegamente el fariseísmo de la iglesia a la que concurre no la conducirán por buen camino. Para encontrar un nuevo sentido a su vida, lo que ahora le preocupa es ubicar a una ex actriz que años atrás desapareció con su rostro desfigurado por haber sido expuesta al fuego; asimismo es empleada como enfermera en un hospital donde los pacientes se encuentran en estado comatoso.
La película es ciertamente ambiciosa en su crítica al fundamentalismo religioso dispuesto a emplear la violencia hacia quienes no condicen con su rígido criterio como así también al sistema patriarcal vigente. Asimismo resalta el empoderamiento femenino rebelándose al lavado de cerebro inculcado por el hipócrita religioso.. Lo que aminora el impacto de este distópico film es que la directora adopta un tono que alterna entre comedia, sátira y horror sin encontrar un foco preciso en su intento de abarcar varios subtemas que distraen la atención. De todos modos, el film sin estar plenamente logrado interesa como metáfora del sistema político imperante en Brasil.
La Caja (México-Estados Unidos)
Después de haber obtenido en 2015 el León de Oro en el Festival de Venecia con Desde Allá, el director venezolano Lorenzo Vigas retorna con este pujante film que transcurre en Chihuahua, al norte de México.
El drama expuesto admite varias lecturas donde en la primera de ellas se refleja el tema de la paternidad para posteriormente ofrecer un cuadro realista exponiendo la deshumanización existente a través de diversas formas.
El guión del realizador con la colaboración de Paula Markovitch presenta en su primera imagen a un grupo de personas aguardando que las autoridades pertinentes les entreguen los restos exhumados de sus seres queridos desaparecidos y encontrados en una fosa común. Entre ellos se halla el adolescente Hatzin (Hatzin Navarrete) quien viviendo en la capital de México con su abuela, llegó a Chihuahua para recoger la caja metálica conteniendo los huesos de su difunto padre; asimismo le es entregado una tarjeta de identidad que se encontró en su cuerpo perteneciente a un tal Esteban Leyva. Cuando por casualidad él divisa en la calle a un individuo al que cree que es Leyva, su padre, al enfrentarlo el hombre le responde que él es Mario (Hernán Mendoza).
De manera ambigua el realizador deja la duda si realmente Mario es o no el padre de Hatzin; lo cierto es que este individuo lo toma como empleado en su fábrica de textiles. Allí puede observarse cómo reclutando mano de obra barata, fundamentalmente femenina, la misma es explotada miserablemente en sus talleres; cualquiera que se queje corre el riesgo de perder su empleo como asimismo la posibilidad de engrosar la lista de desaparecidos. El feminicidio que se produce es una ilustración de la dramática realidad imperante que el realizador esboza con apreciable sutilidad.
Con una narrativa admirable el cineasta resalta la conexión que se produce entre Hatzin y Mario en donde el joven encuentra en su empleador al padre real o sustituto ‑según cómo se lo considere- y de qué modo la educación que de él recibe motiva a que el adolescente manifieste una ambivalente moralidad, comenzando a transitar por un sendero peligroso.
A la meritoria realización de Vigas debe añadirse la satisfactoria actuación de Mendoza y sobre todo la de Navarrete que en su debut cinematográfico es todo una revelación transmitiendo con su expresivo rostro y calmada entonación vocal la necesaria intensidad de un joven que se mantiene alertado frente a la degradación humana de la cual es testigo y que asimismo está involucrado.
Matar a la Bestia (Argentina-Brasil-Chile)
Después de haber incursionado en el cortometraje en el que Monstruo Dios obtuvo una mención especial en Cannes 2019, la directora Agustina San Martin debuta con este largometraje cuyo guión también le pertenece.
Tras la reciente muerte de su madre, Emilia (Tamara Rocca) de 17 años parte de Buenos Aires para llegar a un pueblo ubicado en Misiones próximo con la frontera brasileña; su propósito es encontrar a su hermano Mateo que desapareció sin dejar huella alguna. En esa zona boscosa de clima tropical, más asemejada a la de una jungla, ella se aloja en el hostal de su tía Inés (Ana Brun), que se dedica a ofrecer alojamiento a los turistas y viajeros de paso. Allí Emilia se impone de la existencia de mitos y leyendas ocultas por los que los vecinos lugareños creen que una peligrosa bestia rondando la zona encarna al espíritu de un hombre siniestro capaz de adoptar la forma de diferentes animales atacando a las mujeres.
Las ansiedades y temores de la joven se acallan con la llegada de Julieth (Julieth Micolta) al hostal quien atraida por su voluptuosa belleza al poco tiempo Emilia inicia una relación lesbiana.
A manera de fábula, la directora trata de abordar el despertar sexual de Emilia recurriendo a una atmósfera sugerente de sensual erotismo pero su intención no llega a fructificar debido a su endeble narración; así el paradero de Mateo como igualmente el de la supuesta bestia asesina quedan relegados al olvido.
Lo rescatable del film reside en el aspecto visual gracias a la buena fotografía de Constanza Sandoval y a los efectos sonoros de Mercedes Gaviria Jaramillo. Pero en última instancia, sin tensión ni emoción alguna, esta película dista de satisfacer.