Eva­lua­ción de Fil­mes Vis­tos en el TIFF 2021 (3)

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

Medu­sa (Bra­sil)

La direc­to­ra bra­si­le­ña Ani­ta Rocha da Sil­vei­ra abor­da un rela­to en el que su tema cen­tral radi­ca en el cues­tio­na­mien­to de la fe de una joven cristiana.

Medu­sa

Con un guión que le per­te­ne­ce, la cineas­ta pre­sen­ta a Maria­na (Mari Oli­vei­ra) una joven de Rio de Janei­ro que inte­gra un gru­po de coris­tas en la igle­sia a car­go de un Pas­tor evan­ge­lis­ta (Thia­go Fra­go­so). Asi­mis­mo, estas mucha­chas enmas­ca­ra­da­men­te se dedi­can por las noches a efec­tuar una cace­ría con­sis­ten­te en cas­ti­gar a todas aque­llas muje­res que son con­si­de­ra­das peca­do­ras al apar­tar­se del sen­de­ro correc­to pre­di­ca­do por el cris­tia­nis­mo. El momen­to cru­cial se pro­du­ce cuan­do en una sali­da noc­tur­na Maria­na se dis­po­ne a gol­pear a otra supues­ta peca­do­ra pero,ella sale mal para­da al reci­bir un pro­fun­do cor­te en su cara deján­do­le una cica­triz que la ocul­ta con su mele­na. Es enton­ces cuan­do Maria­na comien­za a cobrar con­cien­cia de que ese mode­lo de mujer cris­tia­na que no pue­de tomar deci­sio­nes por sí mis­ma y tie­ne que aca­tar cie­ga­men­te el fari­seís­mo de la igle­sia a la que con­cu­rre no la con­du­ci­rán por buen camino. Para encon­trar un nue­vo sen­ti­do a su vida, lo que aho­ra le preo­cu­pa es ubi­car a una ex actriz que años atrás des­apa­re­ció con su ros­tro des­fi­gu­ra­do por haber sido expues­ta al fue­go; asi­mis­mo es emplea­da como enfer­me­ra en un hos­pi­tal don­de los pacien­tes se encuen­tran en esta­do comatoso.

La pelí­cu­la es cier­ta­men­te ambi­cio­sa en su crí­ti­ca al fun­da­men­ta­lis­mo reli­gio­so dis­pues­to a emplear la vio­len­cia hacia quie­nes no con­di­cen con su rígi­do cri­te­rio como así tam­bién al sis­te­ma patriar­cal vigen­te. Asi­mis­mo resal­ta el empo­de­ra­mien­to feme­nino rebe­lán­do­se al lava­do de cere­bro incul­ca­do por el hipó­cri­ta reli­gio­so.. Lo que ami­no­ra el impac­to de este dis­tó­pi­co film es que la direc­to­ra adop­ta un tono que alter­na entre come­dia, sáti­ra y horror sin encon­trar un foco pre­ci­so en su inten­to de abar­car varios sub­te­mas que dis­traen la aten­ción. De todos modos, el film sin estar ple­na­men­te logra­do intere­sa como metá­fo­ra del sis­te­ma polí­ti­co impe­ran­te en Brasil.

La Caja (Méxi­co-Esta­dos Unidos)

Des­pués de haber obte­ni­do en 2015 el León de Oro en el Fes­ti­val de Vene­cia con Des­de Allá, el direc­tor vene­zo­lano Loren­zo Vigas retor­na con este pujan­te film que trans­cu­rre en Chihuahua, al nor­te de México.

El dra­ma expues­to admi­te varias lec­tu­ras don­de en la pri­me­ra de ellas se refle­ja el tema de la pater­ni­dad para pos­te­rior­men­te ofre­cer un cua­dro rea­lis­ta expo­nien­do la des­hu­ma­ni­za­ción exis­ten­te a tra­vés de diver­sas formas.

La Caja

El guión del rea­li­za­dor con la cola­bo­ra­ción de Pau­la Mar­ko­vitch pre­sen­ta en su pri­me­ra ima­gen a un gru­po de per­so­nas aguar­dan­do que las auto­ri­da­des per­ti­nen­tes les entre­guen los res­tos exhu­ma­dos de sus seres que­ri­dos des­apa­re­ci­dos y encon­tra­dos en una fosa común. Entre ellos se halla el ado­les­cen­te Hatzin (Hatzin Nava­rre­te) quien vivien­do en la capi­tal de Méxi­co con su abue­la, lle­gó a Chihuahua para reco­ger la caja metá­li­ca con­te­nien­do los hue­sos de su difun­to padre; asi­mis­mo le es entre­ga­do una tar­je­ta de iden­ti­dad que se encon­tró en su cuer­po per­te­ne­cien­te a un tal Este­ban Ley­va. Cuan­do por casua­li­dad él divi­sa en la calle a un indi­vi­duo al que cree que es Ley­va, su padre, al enfren­tar­lo el hom­bre le res­pon­de que él es Mario (Her­nán Mendoza).

De mane­ra ambi­gua el rea­li­za­dor deja la duda si real­men­te Mario es o no el padre de Hatzin; lo cier­to es que este indi­vi­duo lo toma como emplea­do en su fábri­ca de tex­ti­les. Allí pue­de obser­var­se cómo reclu­tan­do mano de obra bara­ta, fun­da­men­tal­men­te feme­ni­na, la mis­ma es explo­ta­da mise­ra­ble­men­te en sus talle­res; cual­quie­ra que se que­je corre el ries­go de per­der su empleo como asi­mis­mo la posi­bi­li­dad de engro­sar la lis­ta de des­apa­re­ci­dos. El femi­ni­ci­dio que se pro­du­ce es una ilus­tra­ción de la dra­má­ti­ca reali­dad impe­ran­te que el rea­li­za­dor esbo­za con apre­cia­ble sutilidad.

Con una narra­ti­va admi­ra­ble el cineas­ta resal­ta la cone­xión que se pro­du­ce entre Hatzin y Mario en don­de el joven encuen­tra en su emplea­dor al padre real o sus­ti­tu­to ‑según cómo se lo con­si­de­re- y de qué modo la edu­ca­ción que de él reci­be moti­va a que el ado­les­cen­te mani­fies­te una ambi­va­len­te mora­li­dad, comen­zan­do a tran­si­tar por un sen­de­ro peligroso.

A la meri­to­ria rea­li­za­ción de Vigas debe aña­dir­se la satis­fac­to­ria actua­ción de Men­do­za y sobre todo la de Nava­rre­te que en su debut cine­ma­to­grá­fi­co es todo una reve­la­ción trans­mi­tien­do con su expre­si­vo ros­tro y cal­ma­da ento­na­ción vocal la nece­sa­ria inten­si­dad de un joven que se man­tie­ne aler­ta­do fren­te a la degra­da­ción huma­na de la cual es tes­ti­go y que asi­mis­mo está involucrado.

Matar a la Bes­tia (Argen­ti­na-Bra­sil-Chi­le)

Des­pués de haber incur­sio­na­do en el cor­to­me­tra­je en el que Mons­truo Dios obtu­vo una men­ción espe­cial en Can­nes 2019, la direc­to­ra Agus­ti­na San Mar­tin debu­ta con este lar­go­me­tra­je cuyo guión tam­bién le pertenece.

Matar a la Bestia

Tras la recien­te muer­te de su madre, Emi­lia (Tama­ra Roc­ca) de 17 años par­te de Bue­nos Aires para lle­gar a un pue­blo ubi­ca­do en Misio­nes pró­xi­mo con la fron­te­ra bra­si­le­ña; su pro­pó­si­to es encon­trar a su her­mano Mateo que des­apa­re­ció sin dejar hue­lla algu­na. En esa zona bos­co­sa de cli­ma tro­pi­cal, más ase­me­ja­da a la de una jun­gla, ella se alo­ja en el hos­tal de su tía Inés (Ana Brun), que se dedi­ca a ofre­cer alo­ja­mien­to a los turis­tas y via­je­ros de paso. Allí Emi­lia se impo­ne de la exis­ten­cia de mitos y leyen­das ocul­tas por los que los veci­nos luga­re­ños creen que una peli­gro­sa bes­tia ron­dan­do la zona encar­na al espí­ri­tu de un hom­bre sinies­tro capaz de adop­tar la for­ma de dife­ren­tes ani­ma­les ata­can­do a las mujeres.

Las ansie­da­des y temo­res de la joven se aca­llan con la lle­ga­da de Julieth (Julieth Micol­ta) al hos­tal quien atrai­da por su volup­tuo­sa belle­za al poco tiem­po Emi­lia ini­cia una rela­ción lesbiana.

A mane­ra de fábu­la, la direc­to­ra tra­ta de abor­dar el des­per­tar sexual de Emi­lia recu­rrien­do a una atmós­fe­ra suge­ren­te de sen­sual ero­tis­mo pero su inten­ción no lle­ga a fruc­ti­fi­car debi­do a su ende­ble narra­ción; así el para­de­ro de Mateo como igual­men­te el de la supues­ta bes­tia ase­si­na que­dan rele­ga­dos al olvido.

Lo res­ca­ta­ble del film resi­de en el aspec­to visual gra­cias a la bue­na foto­gra­fía de Cons­tan­za San­do­val y a los efec­tos sono­ros de Mer­ce­des Gavi­ria Jara­mi­llo. Pero en últi­ma ins­tan­cia, sin ten­sión ni emo­ción algu­na, esta pelí­cu­la dis­ta de satisfacer.