Cap­tan­do la vida de una artista

SHO­WING UP. Esta­dos Uni­dos, 2022. Un film de Kelly Reichardt. 108 minutos

Pre­sen­ta­do en el Fes­ti­val de Can­nes 2022 aho­ra se estre­na Sho­wing Up, el octa­vo film de la inte­li­gen­te rea­li­za­do­ra Kelly Reichardt y que por cuar­ta vez cuen­ta con Miche­lle Williams como pro­ta­go­nis­ta. Explo­ran­do el mun­do del arte, el film adop­ta un tono asor­di­na­do en don­de los veri­cue­tos emo­cio­na­les cuen­tan más que la his­to­ria en sí misma.

Miche­lle Williams

Este inti­mis­ta film basa­do en un guión de Reichardt escri­to con su habi­tual co-guio­nis­ta Jon Ray­mond, se cen­tra en Lizzy (Williams), una escul­to­ra de natu­ra­le­za soli­ta­ria y retraí­da que vive en la ciu­dad de Portland; ella está com­ple­tan­do sus bellas escul­tu­ras rea­li­za­das en cerá­mi­ca para una expo­si­ción que ten­drá lugar den­tro de pocos días. Resi­dien­do en una vivien­da alqui­la­da cuya due­ña y veci­na es Jo (Hong Chau), tam­bién una artis­ta aun­que de mayor éxi­to, man­tie­ne con ella una bue­na rela­ción, aun­que Lizzy no pue­de ocul­tar su frus­tra­ción por no con­tar des­de hace varios días con agua calien­te para duchar­se. Esa situa­ción más bien anec­dó­ti­ca se une a otra en la que el gato de la escul­to­ra ha daña­do a una palo­ma que se intro­du­jo en su casa y es así que bue­na par­te del metra­je está des­ti­na­do a tra­tar de curar el ala daña­da del ave.

Entre otros aspec­tos que nutren al rela­to es la visi­ta que Lizzy rea­li­za a la casa de su padre Bill (Judd Hirsh) quien es tam­bién un artis­ta escul­tor ya jubi­la­do que la apo­ya en su tra­ba­jo y que en esos momen­tos alo­ja a unos ami­gos hip­pies (Aman­da Plum­mer y Mat Molloy) pro­ce­den­tes de Cana­dá. Pos­te­rior­men­te la escul­to­ra se diri­ge a lo de su her­mano Sean (John Maga­ro) quien enfer­mo de esqui­zo­fre­nia man­tie­ne con él un afec­ti­vo víncu­lo. En lo que se refie­re a su tra­ba­jo espe­cí­fi­co, ella asis­te a una escue­la de arte en don­de su madre Jean (Mar­yann Plun­kett) es su jefa y la admi­nis­tra­do­ra del mis­mo; en ese lugar, Lizzy reci­be las ense­ñan­zas de su pro­fe­sor Eric (André Benjamin).

Sin que exis­ta en el rela­to un con­flic­to deci­di­da­men­te dra­má­ti­co, la direc­to­ra adop­ta un tono con­te­ni­do a tra­vés de esce­nas coti­dia­nas refle­jan­do el esti­lo de vida de su pro­ta­go­nis­ta: es así que sin esbo­zar son­ri­sa algu­na a lo lar­go del rela­to se con­tem­pla a Lizzy como una per­so­na vul­ne­ra­ble e inse­gu­ra mien­tras va atra­ve­san­do el pro­ce­so de crea­ción artís­ti­ca. No obs­tan­te que la inau­gu­ra­ción de su expo­si­ción resul­ta exi­to­sa, el des­en­la­ce abier­to de esta his­to­ria per­mi­te supo­ner que ese hecho no sig­ni­fi­ca­rá nece­sa­ria­men­te una mar­ca­da dife­ren­cia en su vida y por lo tan­to ella debe­rá rede­fi­nir­se para encon­trar el lugar pre­ci­so que anhe­la como escultora.

Los valo­res de Sho­wing Up radi­can en la bue­na con­cep­ción escé­ni­ca de Rein­chardt, el desem­pe­ño de un cali­fi­ca­do elen­co don­de se des­ta­ca la impe­ca­ble actua­ción de la dúc­til Williams carac­te­ri­zan­do a un com­ple­jo per­so­na­je y el exce­len­te dise­ño de pro­duc­ción de Anthony Gas­pa­rro. En esen­cia se asis­te a una his­to­ria mini­ma­lis­ta nutri­da de epi­só­di­cos inci­den­tes que a veces ate­núan su rit­mo, aun­que eso no afec­ta­rá a los ciné­fi­los incli­na­dos por el cine de autor de la rea­li­za­do­ra. Jor­ge Gutman

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