Visi­ta a Washing­ton, La Ciu­dad de Renom­bre Mundial

Cró­ni­ca de José Ridoutt Polar

Gra­cias a la gen­ti­le­za de Des­ti­na­tion DC, pudi­mos visi­tar Washing­ton DC.

Ciu­dad de polí­ti­ca y poder. Ciu­dad de intri­ga, pasión e his­to­ria. Museos y monu­men­tos de renom­bre mun­dial, amplias ave­ni­das, vas­tos espa­cios ver­des y una arqui­tec­tu­ra impre­sio­nan­te se com­bi­nan para hacer de esta una de las ciu­da­des más bellas, cau­ti­va­do­ras y emo­cio­nan­tes del mun­do. La capi­tal fede­ral de Esta­dos Uni­dos tie­ne la par­ti­cu­la­ri­dad de que se pue­de dis­fru­tar a pleno sin ero­gar un dólar en sus par­ques y museos o con­cier­tos al aire libre.

Músi­ca en el Second World War Memo­rial. (Foto: Sil­via Vale­ria Cárdenas)

Lle­na de sím­bo­los monu­men­ta­les y museos intere­san­tes. Washing­ton es ade­más, uno de los mayo­res cen­tros polí­ti­cos del pla­ne­ta, con todo lo que esto con­lle­va, y una ciu­dad enor­me­men­te diná­mi­ca. Los turis­tas sue­len dedi­car todo el día a visi­tar sus nume­ro­sos museos y duran­te la tar­de y la noche a bus­car el lugar don­de tomar una cer­ve­za o cenar en barrios muy animados.

Un paseo por el Natio­nal Mall

Inclu­so los habi­tan­tes de Washing­ton, cuya vida dia­ria rara vez los lle­va al Natio­nal Mall, con­si­de­ran este mag­ní­fi­co par­que como el cora­zón de la ciu­dad. Tal como lo visua­li­zó Pie­rre Char­les L’En­fant en su plan ori­gi­nal para Washing­ton, DC, se extien­de 4 km des­de el Capi­to­lio has­ta el río Poto­mac, un poco más allá del Monu­men­to a Lin­coln. Al lado y cer­ca se encuen­tran sím­bo­los cla­ve de la ciu­dad y la nación: monu­men­tos a los sufri­mien­tos y triun­fos del pasa­do, los luga­res de tra­ba­jo del gobierno fede­ral y los museos Smith­so­nian. El Natio­nal Mall tam­bién sir­ve como pla­za públi­ca nacio­nal: se lle­na al máxi­mo para los des­lum­bran­tes fue­gos arti­fi­cia­les del 4 de julio y se lle­na a dia­rio con gen­te local para correr, pasear o sim­ple­men­te dis­fru­tar de las extra­or­di­na­rias vistas.

El Natio­nal Mall es la pri­me­ra para­da impres­cin­di­ble de nues­tro reco­rri­do. Hay quien lla­ma al Mall “el jar­dín delan­te­ro de EE UU”. Y se com­pren­de al ver el ver­de cés­ped que se extien­de des­de el Capi­to­lio has­ta el Lin­coln Memo­rial y que con­for­ma el gran espa­cio públi­co del país; ese es, el lugar don­de se acu­de tan­to para pro­tes­tar con­tra el Gobierno como a inyec­tar­se una dosis de orgu­llo patrio, pues aquí están los sacro­san­tos sím­bo­los, plas­ma­dos en már­mol y pie­dra, que dan for­ma al idea­rio patrió­ti­co esta­dou­ni­den­se. En el Mall se encuen­tran la mayo­ría de los museos y gran­des monu­men­tos de la ciudad.

Vis­ta de Reflec­ting Pool y el obe­lis­co del Washing­ton Memo­rial. (Foto: Sil­via Vale­ria Cárdenas)

En un día se pue­de ver bas­tan­te, aun­que será una lar­ga jor­na­da total­men­te recom­pen­sa­da. Se sue­le empe­zar en el Viet­nam Vete­rans Memo­rial y se sigue en direc­ción con­tra­ria a las agu­jas del reloj, con el inol­vi­da­ble Lin­coln Memo­rial, el entra­ña­ble Mar­tin Luther King Jr. Memo­rial y el obe­lis­co del Washing­ton Monu­ment. Hacia el oes­te se pue­den apre­ciar otros monu­men­tos tales como los dedi­ca­dos a los caí­dos en la Gue­rra de Corea o la II Gue­rra Mun­dial.

Viet­nam Vete­rans Memo­rial. (Foto: Sil­via Vale­ria Cárdenas)

El extre­mo occi­den­tal del Natio­nal Mall está pre­si­di­do por el Lin­coln Memo­rial, un edi­fi­cio de esti­lo neo­clá­si­co dedi­ca­do al pre­si­den­te Abraham Lin­coln, cuya esta­tua con­tem­pla sere­na­men­te las aguas del estan­que Reflec­ting Pool tras una colum­na­ta dóri­ca. El Washing­ton Monu­ment, de 169 metros, es el edi­fi­cio más alto de la ciu­dad. Se tar­dó tan­to en cons­truir­lo que la can­te­ra de már­mol ori­gi­nal se ago­tó: a un ter­cio de altu­ra se obser­va el cam­bio de color entre la pie­dra nue­va y la vie­ja. Otro memo­rial que se visi­ta gra­tui­ta­men­te es el dedi­ca­do a Mar­tin Luther King Jr., el monu­men­to más recien­te del Mall, inau­gu­ra­do en 2011.

Smith­so­nian: arte y cien­cia a lo grande

Alre­de­dor del Mall están los museos del Smith­so­nian que hacen una fabu­lo­sa labor edu­ca­ti­va mos­tran­do muchos de los teso­ros cul­tu­ra­les y cien­tí­fi­cos de EE UU. Se pue­de comen­zar en el Smith­so­nian Castle, un edi­fi­cio de are­nis­ca roja con torreo­nes cons­trui­do a media­dos del siglo XIX que alber­ga el cen­tro de visi­tan­tes y aco­ge expo­si­cio­nes sobre his­to­ria, ade­más de mos­trar infor­ma­ción sobre la ins­ti­tu­ción en pan­ta­llas tác­ti­les en varios idio­mas. Allí está tam­bién la tum­ba de James Smith­son, el excén­tri­co inglés que en 1826 donó el dine­ro con el que se creó el ins­ti­tu­to que lle­va su nombre.

Uno de los más visi­ta­dos es el Museo Nacio­nal de His­to­ria Natu­ral. Tras salu­dar a Henry, el enor­me ele­fan­te afri­cano que vigi­la la roton­da, hay que subir al segun­do piso a ver el dia­man­te Hope (Espe­ran­za). Sus 45,52 qui­la­tes arras­tran una fama de mal­di­tis­mo sobre sus suce­si­vos pro­pie­ta­rios, entre los que se cuen­ta la rei­na fran­ce­sa María Anto­nie­ta, deca­pi­ta­da en la gui­llo­ti­na. Tam­bién hay dino­sau­rios, cala­ma­res gigan­tes, tarán­tu­las… un paraí­so para aman­tes de las cien­cias natu­ra­les y los niños curiosos.

Para quie­nes pre­fie­ran la his­to­ria y empa­par­se de la cul­tu­ra ame­ri­ca­na, el Natio­nal Museum of Ame­ri­can His­tory expo­ne todo tipo de obje­tos del uni­ver­so esta­dou­ni­den­se, con una ban­de­ra como pie­za este­lar: es la mis­ma que ondeó en el fuer­te McHenry de Bal­ti­mo­re duran­te la gue­rra de inde­pen­den­cia de 1812 y en la que se ins­pi­ró el himno nacio­nal Barras y estre­llas.

Los aman­tes del arte tie­nen otra visi­ta impres­cin­di­ble y gra­tui­ta: la Natio­nal Gallery of Art, con una ingen­te colec­ción que abar­ca des­de la Edad Media has­ta la actua­li­dad, y su vecino jar­dín de escul­tu­ras. Lo más prác­ti­co es ir direc­ta­men­te a la gale­ría 6 a ver el úni­co cua­dro de Leo­nar­do da Vin­ci en el hemis­fe­rio occi­den­tal. En el exte­rior podre­mos pasear entre las capri­cho­sas escul­tu­ras de Miró, Cal­der y Lich­tens­tein, o fijar­nos en el dise­ño del edi­fi­cio este, del arqui­tec­to Leoh Ming Pei, que con­tie­ne arte moderno a lo gran­de, con obras de Picas­so, Mati­lles y Pollock.

El Natio­nal Air and Spa­ce Museum es otro de los luga­res más visi­ta­dos del Smith­so­nian. Solo un vis­ta­zo ya impre­sio­na. La sala cen­tral de Hitos de Vue­lo del museo, los impo­nen­tes misi­les nuclea­res Pershing-II de EE. UU. y SS-20 sovié­ti­cos, se encuen­tra jun­to a la popu­lar esta­ción de rocas luna­res, don­de los visi­tan­tes pue­den tocar una mues­tra lunar adqui­ri­da en la misión Apo­lo 17 de 1972. Entre los avio­nes que cuel­gan del techo está el Spi­rit of St. Louis —el aero­plano con el que el pilo­to Char­les Lind­bergh cru­zó el Atlán­ti­co en el pri­mer vue­lo en soli­ta­rio sin esca­las de Nue­va York a París en mayo de 1927— y el reac­tor Bell X‑1c con el que Chuck Yea­ger rom­pió por pri­me­ra vez la barre­ra del soni­do. Las expo­si­cio­nes per­ma­nen­tes del museo deta­llan la his­to­ria de la avia­ción a reac­ción, los via­jes espa­cia­les y las comu­ni­ca­cio­nes por saté­li­te. Hay una sala IMAX, un pla­ne­ta­rio, simu­la­do­res de vue­lo… una visi­ta lle­na de emo­cio­nes para niños y toda la familia.

El Capi­to­lio y los cen­tros del poder

Hay pocos sitios en el mun­do tan reco­no­ci­bles uni­ver­sal­men­te como el Capi­to­lio, omni­pre­sen­te en pelí­cu­las y series. El cen­tro geo­grá­fi­co y legis­la­ti­vo de Washing­ton sor­pren­de por ser un barrio resi­den­cial de casas ado­sa­das. Esta enor­me zona alber­ga luga­res tan sig­ni­fi­ca­ti­vos como la Biblio­te­ca del Con­gre­so o el Holo­caust Memo­rial Museum.

Gra­tis son tam­bién las visi­tas guia­das al Capi­to­lio, aun­que las entra­das son limi­ta­das, así que es mejor reser­var­las onli­ne. Des­de 1800, este es el lugar don­de el Con­gre­so se reúne para redac­tar las leyes del país. Duran­te una hora los guías ense­ñan los ante­ce­den­tes com­ple­tos de un edi­fi­cio lleno de his­to­ria. Para ver una sesión ple­na­ria es nece­sa­rio un pase dis­tin­to: los ciu­da­da­nos esta­dou­ni­den­ses lo pue­den pedir a sus repre­sen­tan­tes, pero los extran­je­ros deben pedir­lo allí mis­mo mos­tran­do su pasaporte.

Tam­bién está abier­ta gra­tui­ta­men­te la Biblio­te­ca del Con­gre­so, la mayor del mun­do, con 164 millo­nes de libros, manus­cri­tos, mapas, fotos, pelí­cu­las y otros muchos artícu­los, un lugar asom­bro­so, tan­to por sus dimen­sio­nes como por su dise­ño. El cen­tro de todo es el Jef­fer­son Buil­ding, pero son impre­sio­nan­tes tam­bién el Great Hall, deco­ra­do con vidrie­ras, már­mol y mosai­cos, la Biblia de Guten­berg (1455), la biblio­te­ca de Tho­mas Jef­fer­son y el mira­dor de la sala de lectura.

Otra biblio­te­ca de visi­ta gra­tui­ta es la Fol­ger Sha­kes­pea­re Library, don­de se con­ser­va la mayor colec­ción de libros de Sha­kes­pea­re del mun­do. Se pue­de pasear por el Great Hall para ver pin­tu­ras, gra­ba­dos y manus­cri­tos isa­be­li­nos o aso­mar­se a un evo­ca­dor tea­tro, répli­ca del Glo­be Thea­tre de Lon­dres, que por la noche ofre­ce representaciones.

La Casa Blan­ca don­de el pre­si­den­te esta­dou­ni­den­se resi­de, com­par­te espa­cio en el cen­tro del barrio con otras ins­ti­tu­cio­nes como el Depar­ta­men­to de Esta­do y el Ban­co Mun­dial, que están muy cer­ca. De día esta es una zona de nego­cios y de noche es reco­men­da­ble dar un sal­to al Ken­nedy Cen­ter, un espa­cio de artes escé­ni­cas muy con­cu­rri­do. No per­der­se la exhi­bi­ción inmer­si­va del Pre­si­den­te John F. Kennedy.

Si se tie­ne la suer­te de con­se­guir entra­das para la Casa Blan­ca, se podrá pasear por varias salas de la resi­den­cia prin­ci­pal, todas reple­tas de leyen­das presidenciales.

Y que­da toda­vía por ver la fábri­ca de mone­da: el Bureau of Engra­ving and Prin­ting es don­de se dise­ña e impri­me el papel mone­da de EE UU. Hay visi­tas guia­das de 40 minu­tos para ver la plan­ta baja, de don­de salen de las pren­sas millo­nes de dólares.

Geor­ge­town

Geor­ge­town es el barrio más aris­to­crá­ti­co, don­de viven estu­dian­tes de las uni­ver­si­da­des de éli­te, aca­dé­mi­cos en sus torres de mar­fil y diplo­má­ti­cos. En con­so­nan­cia, las calles están lle­nas de tien­das ele­gan­tes. Tam­bién rin­co­nes que todos tene­mos muy pre­sen­tes, como las esca­le­ras de El exor­cis­ta, unas empi­na­das esca­le­ras de pie­dra que son famo­sas por ser el lugar don­de el padre Karras, poseí­do por el demo­nio, mue­re tras bajar rodan­do por ellas en la pelí­cu­la de terror de William Friedkin.

Geor­ge­town Uni­ver­sity. (Foto: Sil­via Vale­ria Cárdenas)

Pero el sím­bo­lo de todo es la Uni­ver­si­dad, una de las más pres­ti­gio­sas del país, fun­da­da en 1789. Aquí han estu­dia­do Bill Clin­ton, muchos miem­bros de la reale­za de todo el mun­do y jefes de Esta­do inter­na­cio­na­les. Impre­sio­na espe­cial­men­te el Healy Hall, con su aire medie­val y su alta torre del reloj con aires de Hogwarts.

Cru­zan­do el río 

Téc­ni­ca­men­te, en la ori­lla oes­te del Poto­mac ya no esta­mos en Washing­ton D. C., sino en Vir­gi­nia, aun­que en reali­dad allí es don­de se encuen­tran algu­nas de las atrac­cio­nes más impre­sio­nan­tes y visi­ta­das de Washing­ton, como el Cemen­te­rio Nacio­nal de Arling­ton, don­de des­can­san 400.000 mili­ta­res y sus fami­lia­res. Aquí hay muer­tos de todas las gue­rras en las que ha par­ti­ci­pa­do EE UU des­de la de la Independencia.

Hay que des­ta­car que la tum­ba más visi­ta­da es la del Pre­si­den­te John F. Ken­nedy. La lla­ma eter­na jun­to a la tum­ba del pre­si­den­te ase­si­na­do fue encen­di­da por la enton­ces pri­me­ra dama Jac­que­li­ne Ken­nedy el día de su funeral.

Ubi­ca­do fue­ra del Cemen­te­rio de Arling­ton se encuen­tra la famo­sa esta­tua de Mari­nes de EE. UU. cono­ci­do como Iwo Jima Memo­rial. Repre­sen­ta a los seis sol­da­dos que iza­ron la segun­da ban­de­ra esta­dou­ni­den­se en Iwo Jima, en las islas vol­cá­ni­cas japo­ne­sas, el 23 de febre­ro de 1945. , sig­ni­fi­can­do la con­clu­sión de la cam­pa­ña esta­dou­ni­den­se en el Pací­fi­co duran­te la Segun­da Gue­rra Mundial.

Vida noc­tur­na

No hace fal­ta decir­lo, pero la gran atrac­ción gra­tui­ta de cual­quier ciu­dad es pasear por sus barrios. Las zonas de Eas­tern Mar­ket y H Street NE son muy popu­la­res y rebo­san de pro­pues­tas. U Street Corre­dor mucha his­to­ria. En otros tiem­pos se cono­cía como el “Black Broad­way” y en él actua­ron Duke Elling­ton y Ella Fitz­ge­rald des­de la déca­da de 1920 has­ta los años cin­cuen­ta. Tam­bién fue el epi­cen­tro de los dis­tur­bios racia­les de 1968. Pasó por un tur­bu­len­to decli­ve, pero en las últi­mas déca­das ha vivi­do un resur­gir. Hoy resul­ta impres­cin­di­ble pasear por sus calles, con sus calle­jo­nes lle­nos de mura­les, clubs musi­ca­les y tien­das de antigüedades.

Otro lugar imper­di­ble es Union Mar­ket, con epi­cen­tro en 5th St NE. El his­tó­ri­co Mer­ca­do alber­ga dece­nas de comer­cian­tes de ali­men­tos, bebi­das y tien­das. Hay de todo, des­de opcio­nes gas­tro­nó­mi­cas de pri­mer nivel has­ta tien­das de plan­tas, café e inclu­so artis­tas. En cual­quier maña­na de fin de sema­na, se pue­de ubi­car a luga­re­ños pri­va­dos de cafeí­na toman­do su dosis y desa­yu­nan­do con sus perros a cuestas.

Si no pue­de hallar nada en Union Mar­ket que se adap­te a sus gus­tos, sim­ple­men­te cru­ce la calle y encuen­tre más opcio­nes en La Cose­cha, un mer­ca­do con­tem­po­rá­neo de Amé­ri­ca Lati­na y una emba­ja­da culi­na­ria que cele­bra siglos de herencia.

Este artícu­lo se hizo gra­cias al apor­te de:

Des­ti­na­tion DC

Hotel Royal Sones­ta Dupont Circle

USA Gui­ded Tours

City Crui­ses

Sfo­gli­na Pas­ta House

Mez­ca­le­ro

Cra­nes

The Grill (At the Wharf)

Martin’s Tavern (Oldest family-run res­tau­rant in DC)

Cola­da Shop (Dupont Cir­cle location)

Fotos: Sil­via Vale­ra Cardenas