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KINDS OF KIND­NESS. Gran Bre­ta­ña-Esta­dos Uni­dos, 2024. Un film de Yor­gos Lanthi­mos. 164 minutos

Des­pués de haber obte­ni­do con Poor Things (2023) el máxi­mo pre­mio en el Fes­ti­val de Vene­cia, el direc­tor grie­go Yor­gos Lanthi­mos retor­na con Kinds of Kind­ness, pro­ba­ble­men­te el film más absur­do y des­con­cer­tan­te de su filmografía.

Mar­ga­ret Qua­lley, Jes­se Ple­mons y Willem Dafoe

Median­te un guión del cineas­ta escri­to con Efthi­mis Filip­pou, se asis­te a tres rela­tos inde­pen­dien­tes, con el pri­me­ro deno­mi­na­do “The Death of R.M.F”. En el mis­mo Jes­se Ple­mons inter­pre­ta a Robert, quien es un afa­ble y sumi­so ofi­ci­nis­ta en una com­pa­ñía que diri­ge Ray­mond (William Dafoe), cum­plien­do rigu­ro­sa­men­te con las ins­truc­cio­nes que su supe­rior le impar­te; así tie­ne apun­ta­da en su agen­da cada una de las tareas que dia­ria­men­te debe rea­li­zar, ade­más tie­ne que obe­de­cer­le acer­ca de cómo ves­tir, la bebi­da a beber en un bar, el libro a leer e inclu­so en la rela­ción man­te­ni­da con su espo­sa Sarah (Hong Chau) evi­tar que ella que­de emba­ra­za­da. A cam­bio del tra­ba­jo rea­li­za­do Ray­mond le sumi­nis­tra el alo­ja­mien­to de una con­for­ta­ble resi­den­cia moder­na así como obse­quios de artícu­los de depor­te que inclu­ye la raque­ta de tenis del ex juga­dor John McEn­roe. La situa­ción cobra un giro ines­pe­ra­do cuan­do Ray­mond le soli­ci­ta rea­li­zar una deni­gran­te tarea ‑que no con­vie­ne divul­gar- a la que Robert resis­te cum­plir; es allí que el jefe no quie­re saber más de él, lo que con­du­ce a que su dócil emplea­do cai­ga en un esta­do de deses­pe­ra­ción, tra­tan­do de que Ray­mond per­do­ne su desobediencia..

Demos­tran­do que en este mun­do pulu­lan los que abu­san y los que son abu­sa­dos, esta his­to­ria es la úni­ca narra­ti­va­men­te cohe­sio­na­da y real­za­da por la exce­len­te actua­ción de Ple­mons quien fue recom­pen­sa­do con el pre­mio al mejor actor en el últi­mo fes­ti­val de Cannes.

El segun­do seg­men­to deno­mi­na­do “R.M.F is Flying” pre­sen­ta a Ple­mons dan­do vida a Daniel, un manía­co poli­cía que está depri­mi­do por­que su ama­da espo­sa bió­lo­ga Liz (Emma Sto­ne) ha des­apa­re­ci­do en una isla desier­ta, dán­do­la por muer­ta; es así que su cole­ga Neil (Mamou­dou Athie) y su espo­sa Martha (Mar­ga­ret Qua­lley) tra­tan de con­for­tar­lo. Cuan­do final­men­te, Liz es res­ca­ta­da y regre­sa al hogar es gran­de la ale­gría de Daniel en su reen­cuen­tro con ella; sin embar­go, la dicha es de cor­to alcan­ce cuan­do a tra­vés del com­por­ta­mien­to de Liz, él está con­ven­ci­do de que es una impos­to­ra. El res­to de esta his­to­ria, inclu­yen­do esce­nas de vio­len­cia y muti­la­ción huma­na, resul­ta absur­da e inconsistente.

En el epi­so­dio final “R.M.F.Eats a Sand­wich” el film se des­ca­rri­lla por com­ple­to en la medi­da que care­ce de sen­ti­do por su abso­lu­ta incon­gruen­cia. Aquí Sto­ne ani­ma a Emily, una mujer que ha aban­do­na­do a su espo­so Joseph (Joe Alwyn) y a su hiji­ta para unir­se con su com­pa­ñe­ro Andrew (Ple­mons) en una extra­ña sec­ta sexual lide­ra­da por Omi (Dafoe) y Aka (Chau); la misión espe­cí­fi­ca de Emily es tra­tar de ubi­car a una mujer que es due­ña de pode­res divi­nos. Fren­te a este dis­pa­ra­te Lanthi­mos no se inmu­ta de intro­du­cir esce­nas en don­de un ani­mal es las­ti­ma­do y una mujer (Qua­lley) es vio­len­ta­da a fin de que Emily pue­da resu­ci­tar a un muer­to expues­to en la morgue.

¿Es posi­ble que la muy bue­na pues­ta escé­ni­ca de Lanthi­mos y un remar­ca­ble elen­co en el que sus prin­ci­pa­les miem­bros actúan en los tres epi­so­dios en dife­ren­tes roles, pue­dan sal­var a un film gra­tui­ta­men­te pro­vo­ca­ti­vo, pla­ga­do de sado­ma­so­quis­mo y maldad?

A tra­vés de la fil­mo­gra­fía del ico­no­clas­ta rea­li­za­dor más de una vez ha que­da­do expues­ta su misan­tro­pía pero en este caso su acti­tud se inten­si­fi­ca al que­rer ilus­trar agre­si­va­men­te la podre­dum­bre del ser humano median­te este tríp­ti­co frío, imper­so­nal, no exen­to de vul­ga­ri­dad y cier­ta­men­te impo­si­ble de empa­ti­zar. Jor­ge Gutman