Can­do­ro­so Amor Juvenil

WHI­TE BIRD. Esta­dos Uni­dos, 2022. Un film de Marc Fors­ter. 2 horas

Des­pués de varias pos­ter­ga­cio­nes acae­ci­das en los últi­mos dos años, final­men­te se cono­ce Whi­te Bird de Marc Fors­ter quien cen­tra su aten­ción en un amor juve­nil duran­te la épo­ca del nazismo.

Basa­da en la nove­la grá­fi­ca de R.J. Pala­cio el guio­nis­ta Mark Bom­back ha efec­tua­do una muy bue­na adap­ta­ción de la mis­ma que per­mi­tió que Fors­ter logra­ra un apre­cia­ble film en don­de uno de los moti­vos de atrac­ción resi­de en la par­ti­ci­pa­ción de la extra­or­di­na­ria Helen Mirren quien no obs­tan­te en sus pocas esce­nas ilu­mi­na con su presencia.

La his­to­ria pre­sen­ta a Julian Albans (Bry­ce Ghei­sar), un mucha­cho que ha sido expul­sa­do de la escue­la públi­ca por bull­ying y que aho­ra asis­te a un liceo pri­va­do don­de tra­ta de adap­tar­se al nue­vo sis­te­ma edu­ca­cio­nal. Sin­tién­do­se un tan­to aba­ti­do des­pués de una jor­na­da esco­lar, regre­sa a su hogar y es ahí don­de en ausen­cia de sus padres ines­pe­ra­da­men­te reci­be la visi­ta de su abue­la Sara (Mirren), una cele­bra­da artis­ta quien efec­tua­rá una expo­si­ción de su tra­ba­jo en un impor­tan­te museo de Manhat­tan. Sabien­do lo que acon­te­ció con su nie­to por el cam­bio de cole­gio, ama­ble­men­te lo repren­de y con el pro­pó­si­to de hacer­le ver cuán impor­tan­te es ser ama­ble y gen­til con el pró­ji­mo se apres­ta a rela­tar­le la his­to­ria de su pasa­do que gene­ral­men­te ha tra­ta­do de evitarla.

Orlan­do Sch­werdt y Arie­la Glaser

A par­tir de allí comien­za la narra­ción de Sara don­de sus recuer­dos moti­van que el rela­to retro­ce­da a 1942. Ahí se la ve a la ado­les­cen­te Sara de 15 años (Arie­la Gla­ser) resi­dien­do en Alsa­cia, una región que aún no había sido inclui­da en la ocu­pa­ción ale­ma­na rea­li­za­da en Fran­cia. La joven vive una eta­pa que has­ta ese momen­to es de evi­den­te des­preo­cu­pa­ción estan­do rodea­da y mima­da por su madre maes­tra (Oli­via Ross) y su padre ciru­jano (Ishai Golan), como tam­bién dis­fru­tan­do con sus ami­gas de la escue­la a la que asis­te. Su vida cobra un dra­má­ti­co giro con la lle­ga­da de los nazis, don­de su padre con­si­de­ra que es el momen­to de tener que huir del lugar en que viven. Lamen­ta­ble­men­te, la deci­sión resul­ta tar­día dado que sus pro­ge­ni­to­res son cap­tu­ra­dos y envia­dos a un cam­po de con­cen­tra­ción; Sara en cam­bia logra sal­var­se debi­do a la opor­tu­na ayu­da de Julien Beau­mier (Orlan­do Sch­werdt) ‑un com­pa­ñe­ro ale­mán de su cole­gio que ren­guea debi­do a una secue­la de polio- y a la bue­na aco­gi­da de sus padres (Gillian Ander­son, Jo-Sto­ne Fewings) quie­nes la res­guar­dan en el gra­ne­ro por temor a que sus veci­nos que sim­pa­ti­zan con los fas­cis­tas pue­dan denunciarla.

En gran par­te el rela­to enfo­ca la amis­tad que se va gene­ran­do entre Sara y Julien don­de él al regre­sar de la escue­la ser­vi­cial­men­te le sumi­nis­tra las ense­ñan­zas reci­bi­das en cla­se. Pron­ta­men­te esa rela­ción con­du­ce a un tierno roman­ce don­de en cier­tos momen­tos ambos ape­lan a la fan­ta­sía para ima­gi­nar que están via­jan­do por el mun­do, como medio de esca­pe del claus­tro­fó­bi­co refugio.

Fos­ter con­si­gue evi­tar cual­quier exce­so melo­dra­má­ti­co expo­nien­do muy bien lo que dos ado­les­cen­tes expe­ri­men­tan en el con­tex­to del impe­ran­te nazis­mo. Si algu­na obje­ción pue­de mere­cer el rela­to es que los horro­res del holo­caus­to apa­re­cen sua­vi­za­dos; en todo caso el men­sa­je de la ancia­na abue­la que­da cla­ro demos­tran­do a Julian cómo la gen­ti­le­za y bon­dad de quie­nes la pro­te­gie­ron han posi­bi­li­ta­do sal­var su vida y per­mi­ti­do desa­rro­llar su voca­ción artística.

Sin lle­gar a un nivel excep­cio­nal, el cineas­ta logra un emo­ti­vo rela­to en el que la audien­cia pue­de empa­ti­zar con las alter­na­ti­vas del roman­ce juve­nil de sus pro­ta­go­nis­tas en medio de la per­se­cu­ción nazi. A nivel acto­ral, los jóve­nes Gla­ser y Sch­werdt se desem­pe­ñan mesu­ra­da­men­te en tan­to que los adul­tos intér­pre­tes salen airo­sos en fun­ción de lo que el guión les deman­da, con espe­cial refe­ren­cia a Mirren don­de en sus bre­ves apa­ri­cio­nes del comien­zo y final del rela­to, con su excep­cio­nal cali­dez rati­fi­ca por enési­ma vez de ser una de las más bri­llan­tes divas del cine universal.
Jor­ge Gutman