Alu­ci­nan­te Presencia

PRE­SEN­CE. Esta­dos Uni­dos, 2024. Un film de Ste­ven Soder­bergh. 85 minutos

Des­pués de una fruc­tí­fe­ra carre­ra como rea­li­za­dor, en don­de su pri­mer lar­go­me­tra­je Sex, Lies, and Video­ta­pe (1989) obtu­vo la Pal­ma de Oro en Can­nes, Ste­ven Soder­bergh ha abor­da­do varios géne­ros en su diver­si­fi­ca­da fil­mo­gra­fía aun­que con Pre­sen­ce por pri­me­ra vez lo hace con un thri­ller sobre­na­tu­ral. Cier­ta­men­te, el film cons­ti­tu­ye un ejer­ci­cio expe­ri­men­tal del rea­li­za­dor don­de su aspec­to for­mal pre­do­mi­na en des­me­dro de su contenido.

Calli­na Liang

Basa­do en el guión de David Koepp, el rela­to comien­za con una agen­te inmo­bi­lia­ria (Julia Fox) que mues­tra a una fami­lia una casa ubi­ca­da en una zona resi­den­cial. La amplia man­sión con­ven­ce a Chris (Chris Sulli­van) y su espo­sa Rebe­kah (Lucy Liu) a adqui­rir­la don­de su hijo Tyler (Eddy Maday) y su hija Chloe (Calli­na Liang), ambos ado­les­cen­tes, tam­bién habrán de habi­tar­la. En prin­ci­pio nada anor­mal se per­ci­be, has­ta el momen­to en que Chloe, quien se encuen­tra muy afec­ta­da por la muer­te de Nadia, su mejor ami­ga, por una sobre­do­sis, comien­za a sen­tir la pre­sen­cia de un invi­si­ble espec­tro, cre­yen­do que se tra­ta de la difunta.

De inme­dia­to el espec­ta­dor asis­te a la his­to­ria de la casa embru­ja­da que el cine ha con­si­de­ra­do en múl­ti­ples opor­tu­ni­da­des. En este caso, la dife­ren­cia estri­ba en que el invi­si­ble fan­tas­ma es quien va obser­van­do los movi­mien­tos y com­por­ta­mien­tos del sin­gu­lar núcleo fami­liar. Con ese pro­pó­si­to Soder­bergh uti­li­za su cáma­ra que va cap­tan­do los dife­ren­tes luga­res de la resi­den­cia a tra­vés de varias esce­nas don­de cada una de las mis­mas es obje­to de una lar­ga y úni­ca toma que siem­pre con­clu­ye con una ima­gen negra.

En la obser­va­ción del espec­tro se apre­cian algu­nos de los pro­ble­mas que acae­cen con dicha fami­lia. Es así que la matriar­ca Rebe­kah atra­vie­sa algu­nos serios emba­tes en su tra­ba­jo a tra­vés de cier­tas acti­vi­da­des ile­ga­les come­ti­das, hecho que preo­cu­pa a su mari­do que en todo caso tra­ta de pre­ser­var la uni­dad fami­liar. El pun­to de infle­xión radi­ca en la ines­ta­bi­li­dad men­tal de Chloe que con­ti­nua­men­te per­ci­be que hay alguien extra­ño ron­dan­do en el hogar. Mien­tras que Rebe­kah se des­preo­cu­pa de su hija, en cam­bio sim­pa­ti­za con Tyler que es un cam­peón de nata­ción con un pro­ve­cho­so futu­ro a su favor; por su par­te Chris tra­ta de pro­te­ger, recon­for­tar y brin­dar ter­nu­ra a Chloe, en tan­to que la rela­ción entre los her­ma­nos dis­ta de ser cordial.

Tra­tan­do de ofre­cer algo nue­vo y dis­tin­ti­vo, lo cier­to es que si bien al prin­ci­pio la pro­pues­ta de Soder­bergh cobra inte­rés, al poco tiem­po pier­de impul­so. No obs­tan­te su bre­ve dura­ción, esta super­na­tu­ral his­to­ria care­ce de genui­na enver­ga­du­ra dra­má­ti­ca como tamp­co brin­da la emo­ción que se aguar­da de ella. No obs­tan­te que Koepp es un dis­tin­gui­do guio­nis­ta, en este caso su ende­ble guión intro­du­ce situa­cio­nes poco creí­bles como la secuen­cia en que Ryan (West Mulho­lland), el ami­go de Tyler, se intro­du­ce en el hogar con la malé­vo­la inten­ción de inti­mar con la frá­gil Chloe.

Sin lle­gar a com­pen­sar sus falen­cias, el film se bene­fi­cia con los movi­mien­tos de cáma­ra de Soder­bergh y su estu­pen­da foto­gra­fía (uti­li­zan­do el seu­dó­ni­mo de Peter Andrews), logran­do posi­ti­vos efec­tos visua­les. La inter­pre­ta­ción del elen­co es correc­ta en don­de se des­ta­ca la actua­ción de la joven Liang ani­man­do a la vul­ne­ra­ble y afec­ta­da adolescente.

En suma, Soder­bergh ofre­ce una fan­tas­ma­gó­ri­ca fan­ta­sía que podrá entu­sias­mar a sus segui­do­res pero que a mi jui­cio no lle­ga a tras­cen­der, resul­tan­do fácil­men­te olvi­da­ble. Jor­ge Gutman