Crónica de Jorge Gutman
THE ANGEL & THE SPARROW. Autores: Daniel Grobe Boymann y Thoma Kahry. Adaptación: Erin Shields. Traducción: Sam Madwar. Dirección: Gordon Greenberg. Elenco: Louise Pitre, Carly Street, Lucinda Davis, Joe Matheson. Escenografía: Martin Ferland. Vestuario: Louise Bourret. Iluminación: Claude Accolas – Diseño de Sonido: Steve Marsh Conjunto Musical: Jonathan Monro (director y pianista), Sergiu Popa (Acordeón), Vanessa Marcoux (Violín), Parker Bert (Percusión) — Duración: 2 horas, incluyendo un entreacto de 20 minutos- Representaciones: Hasta el 6 de mayo de 2018 en la sala Sylvan Adams del Segal Centre (www.segalcentre.org)
Nuevamente el Segal Centre ofrece al público de Montreal una producción de altísimo nivel con un drama musical en donde se enfoca la estrecha relación mantenida entre dos leyendas del siglo 20 como la han sido Marlene Dietrich y Edith Piaf.
Basado en la obra original alemana de los autores Daniel Grobe Boymann y Thomas Khary, con la traducción efectuada por Sam Madwar, la versión inglesa actual constituye una primicia para Norteamérica. No es necesario ser profeta para vaticinar que muy pronto habrá de difundirse en otros escenarios de la región si se cuenta con el talento de un director como el de Gordon Greenberg y dos admirables intérpretes como Louise Pitre y Carly Street.
Con las licencias adoptadas que se hubiesen podido incurrir en la descripción del vínculo mencionado, lo que aquí se constata destila veracidad. En una breve síntesis se puede adelantar que todo comienza con el encuentro circunstancial cuando Piaf (Pitre) llega a Estados Unidos en la década del 40 y se topa con Dietrich. La carismática dama de El Ángel Azul, conmovida con la cálida voz de Piaf, se apiade de su fragilidad e inmediatamente está dispuesta a protegerla y promover su talento para que su nivel artístico sea reconocido y aplaudido por el público anglófono. A pesar de responder a personalidades completamente opuestas, surge entre ambas una inmediata amistad que se traduce al mismo tiempo en una relación íntimamente erótica.
La actuación de Pitre es fascinante. Esta consagrada y versátil comediante, ha tenido la oportunidad de interpretar varias comedias musicales incluyendo su participación en tres previas producciones del musical Piaf, por lo tanto no es extraño que aquí encarne nuevamente al Gorrión de París. Verla en escena con su asombroso parecido físico a la inolvidable cantante es como estar presenciando laresurrección de PIaf teniendo en cuenta la modulación de su voz, la marcación perfecta del francés con el énfasis en la “r” al cantar pero sobre todo observando sus gestos, su mirada y sus momentos de desamparo cuando la tragedia golpea a su puerta. Volcando la música hacia el alma, la emoción brota a granel en sus momentos felices con “L’accordéoniste”, “Padam, padam” y el emblemático tema “La vie en rose”; igualmente conmueve entonando “Mon Dieu” con el gran dolor que la embriaga al enterarse de la muerte en un accidente aéreo de su gran amor, el boxeador Marcel Cerdan. A cada paso Pitre va marcando las instancias gloriosas de la carrera de la inolvidable cantante así como los nefastos efectos producidos por su adicción a las drogas y al alcohol dejando huellas en sus actuaciones y su estado físico. Es imposible quedar indiferente cuando la Piaf, inválida en una silla de ruedas, interpreta desde lo más profundo de su corazón “Non, je ne regrette rien”.
Paralelamente al desempeño de Pitre, se destaca igualmente la vibrante prestación de Street como la gran diva alemana que cuando irrumpe el nazismo, se traslada a Estados Unidos para conquistar a Hollywood; es allí que frente al público la bella y elegante Marlene alcanza la dimensión de una estrella a la que resulta difícil acceder por demostrar públicamente poseer una personalidad enigmática, reservada, distante y emocionalmente fría. Aunque en la vida real su voz como cantante no llegó a la altura de Piaf, la sensualidad impregnada en sus canciones logra cundir con su interpretación de “Lili Marlene” que Street entona irreprochablemente así como también lo hace con “Falling in Love Again”, “Don’t Ask Me Why I’m Leaving” y cantando el “Hymne à l’amour” en dúo con Pitre. De su vida personal, la pieza hace referencia a la relación poco cordial mantenida con su hija Maria así como el gran amor que sentía por el actor Jean Gabin.
Si bien Pitre y Street constituyen el alma de esta historia, es preciso remarcar que Lucinda Davis y Joe Matheson se distinguen en papeles de apoyo. Así entre los múltiples roles de Davis, se encuentra el de la célebre cantante afroamericana Lena Horne, en tanto que Matheson anima, entre otros, el papel de valet de un hotel neoyorkino, el del boxeador Marcel Cerdan, y el de Charles Dumont quien compuso la música de “Non, je ne regrette rien”.
Además de los ingeniosos diálogos que nutren a este drama biográfico, la remarcable puesta escénica de Greenberg ha contribuido enormemente a su éxito al propio tiempo de haber logrado un perfecto equilibrio entre su contenido y los veinte números musicales que lo integran. En tal sentido cabe resaltar el entusiasmo brindado por los instrumentistas participantes en la banda musical del pianista Jonathan Munro.
El diseño escenográfico de Martin Ferland quien valiéndose de pocos accesorios logra que el público contemple la habitación de un hotel, un salón de té, mesas de cabaret, los escenarios de actuación de Piaf y Dietrich así como sus nombres reflejados con luces de neón. No menos importante es el vestuario de las divas donde es impresionante la rapidez con que sus intérpretes efectúan los cambios necesarios para diferentes ocasiones.
Para finalizar, solamente una palabra basta para calificar este espectáculo: ¡BRAVO!