Mag­ní­fi­ca Adap­ta­ción de La Gaviota

THE SEA­GULL. Esta­dos Uni­dos, 2018. Un film de Michael Mayer

Entre las obras maes­tras del céle­bre escri­tor ruso Anton Ché­jov se encuen­tra The Sea­gull (“La Gavio­ta”), escri­ta en 1896 y repre­sen­ta­da en los esce­na­rios de los dife­ren­tes rin­co­nes del mun­do. El cine ame­ri­cano la adap­tó en 1968 por par­te del direc­tor Sid­ney Lumet y aho­ra nue­va­men­te ha sido con­si­de­ra­da por el rea­li­za­dor Michael Mayer. Afor­tu­na­da­men­te tan­to los aman­tes de la lite­ra­tu­ra che­jo­via­na como quie­nes han vis­to la ori­gi­nal ver­sión tea­tral no se sen­ti­rán de modo alguno defrau­da­dos con esta mag­ní­fi­ca adap­ta­ción cinematográfica.

Annet­te Bening

Mayer y el guio­nis­ta Stephen Karam han logra­do que el film disi­mu­le su ori­gen tea­tral sin­te­ti­zan­do su con­te­ni­do en poco más de una hora y media de dura­ción, a tra­vés de una narra­ción flui­da que en todo momen­to res­pe­ta el espí­ri­tu de la tra­gi­co­me­dia con­ce­bi­da por su autor. En esen­cia la tra­ma que trans­cu­rre duran­te los últi­mos años del zaris­mo se cen­tra en las inci­den­cias román­ti­cas de amo­res no corres­pon­di­dos. como tam­bién refle­ja las vici­si­tu­des artís­ti­cas de algu­nos de sus personajes.

Iri­na Arka­di­na (Annet­te Bening) es una cele­bra­da diva tea­tral, muy cen­tra­da en sí mis­ma y vani­do­sa por aña­di­du­ra. Des­pués de una exi­to­sa repre­sen­ta­ción en Mos­cú efec­túa una visi­ta a la man­sión cam­pes­tre de su dis­ca­pa­ci­ta­do y ave­jen­ta­do her­mano Sorin (Brian Den­nehy); es allí don­de están reu­ni­dos los res­tan­tes per­so­na­jes de esta his­to­ria. Entre los mis­mos se encuen­tra Kons­tan­tin (Billy How­le), el hijo de Iri­na, quien es un poten­cial dra­ma­tur­go des­es­ti­ma­do por su madre; él ama a la inge­nua Nina (Saoir­se Ronan), la hija de un rico terra­te­nien­te, quien es una aspi­ran­te a actriz; el roman­ce entre los jóve­nes se ve obs­ta­cu­li­za­do fren­te a la pre­sen­cia de Tri­go­rin (Corey Stoll), un afa­ble escri­tor que es aman­te de Iri­na pero que logra con­quis­tar a Nina. En esa cade­na de amo­res con­tra­ria­dos se verá que Masha (Eli­sa­beth Moss), la hija del encar­ga­do (Glenn Flesh­ler) de admi­nis­trar la man­sión de Sorin, se encuen­tra atraí­da por Kons­ta­tin recha­zan­do de este modo el cor­te­jo del maes­tro local Med­ve­den­ko (Michael Zegen) por­que ella se encuen­tra atraí­da por Kons­tan­tin. La rue­da sen­ti­men­tal sigue su cur­so cuan­do se apre­cia que Poli­na (Mare Win­ningham) ‑la madre de Masha- está ena­mo­ra­da del médi­co local (Jon Ten­ney) que por su par­te lan­gui­de­ce por Iri­na con quien años atrás él man­tu­vo amo­ríos. Mayer ha logra­do con­ser­var el cli­ma inti­mis­ta y nos­tál­gi­co que exuda la obra de Che­jov don­de las ten­sio­nes gene­ra­das por los sen­ti­mien­tos no corres­pon­di­dos de este gru­po humano se van mani­fes­tan­do a tra­vés de la dife­ren­te gama de emo­cio­nes inter­nas expe­ri­men­ta­das por cada uno de sus inte­gran­tes. Ade­más de la exce­len­te des­crip­ción de cada uno de los dife­ren­tes carac­te­res, el rea­li­za­dor ha logra­do reu­nir un remar­ca­ble con­jun­to de acto­res que viven ple­na­men­te sus roles, con espe­cial men­ción de Annet­te Bening y Saoir­se Ronan quie­nes des­lum­bran en los pape­les protagónicos.

En suma, he aquí una muy bue­na ver­sión de la cono­ci­da pie­za de Che­jov per­mi­tien­do que el espec­ta­dor selec­ti­vo encuen­tre en la mis­ma un film de cali­dad alta­men­te gra­ti­fi­can­te. Jor­ge Gutman