Efec­tos Secundarios

SIDE EFFECTS. Esta­dos Uni­dos, 2013. Un film de Ste­ven Soderbergh

A pri­me­ra vis­ta, el foco cen­tral de Side Effects es el de expo­ner el modo en que las dro­gas far­ma­co­ló­gi­cas que tra­tan de pro­por­cio­nar ali­vio al pacien­te tam­bién pue­den cons­ti­tuir un arma de doble filo con sus efec­tos secun­da­rios. El tema es natu­ral­men­te de gran inte­rés y adquie­re rele­van­cia uni­ver­sal; sin embar­go este recien­te film de Ste­ven Soder­bergh no se adhie­re a la expec­ta­ti­va que gene­ral­men­te se tie­ne por­que a medi­da que pro­gre­sa su rela­to, la idea prin­ci­pal va per­dien­do elo­cuen­cia para dar lugar a un thri­ller psi­co­ló­gi­co efec­tis­ta no logrado.

La hipó­te­sis del rela­to atra­pa y has­ta su pri­me­ra mitad se asis­te a un dra­ma muy bien plan­tea­do y exce­len­te­men­te inter­pre­ta­do al pun­to tal de que uno se aden­tra total­men­te en sus per­so­na­jes pro­ta­gó­ni­cos olvi­dan­do a los popu­la­res artis­tas que los están ani­man­do. El pro­ble­ma sur­ge cuan­do Soder­bergh, tra­tan­do de sor­pren­der al espec­ta­dor, va intro­du­cien­do giros insos­pe­cha­dos que si bien en prin­ci­pio es posi­ble su acep­ta­ción, en la medi­da que se siguen pro­du­cien­do gene­ran la sen­sa­ción de incon­gruen­cia dis­mi­nu­yen­do la efi­ca­cia inicial.

Jude Law y Catherine Zeta-Jones

Jude Law y Cathe­ri­ne Zeta-Jones

El guión pre­pa­ra­do por Scott Z. Burns comien­za cuan­do Mar­tin Tay­lor (Chan­ning Tatum), un ex eje­cu­ti­vo en el mun­do de las finan­zas, sale de la cár­cel des­pués de haber per­ma­ne­ci­do 4 años por el deli­to de “insi­der tra­ding” –tér­mino que alu­de a quien actuan­do en el mer­ca­do de valo­res hace uso inde­bi­do de la infor­ma­ción con­fi­den­cial que posee para su bene­fi­cio per­so­nal-. Su ama­da espo­sa Emily (Roo­ney Mara) lo aguar­da y todo pare­ce­ría que los momen­tos feli­ces de anta­ño retor­na­rán para este matri­mo­nio bien cons­ti­tui­do. Sin embar­go de inme­dia­to la depre­sión se hace sen­tir en Emily y su pri­me­ra reac­ción es inten­tar un acto sui­ci­da del cual sale ile­sa. Todo que­da refle­ja­do de la mane­ra más natu­ral posi­ble y uno pue­de supo­ner que el esta­do aní­mi­co de la joven espo­sa se debe a la ansie­dad y sufri­mien­to que expe­ri­men­tó duran­te el perío­do en que su mari­do estu­vo ausen­te del hogar. Psi­co­ló­gi­ca y emo­cio­nal­men­te afec­ta­da, ella es tra­ta­da por el psi­quia­tra Jonathan Banks (Jude Law) quien va des­cu­brien­do que la natu­ra­le­za depre­si­va de Emily se remon­ta al pasa­do y que años atrás ya estu­vo bajo asis­ten­cia psi­quiá­tri­ca con la doc­to­ra Vic­to­ria Sie­bert (Cathe­ri­ne Zeta-Jones) cuan­do su mari­do ingre­só a la cárcel.

A fin de evi­tar per­ma­ne­cer hos­pi­ta­li­za­da en el tra­ta­mien­to que debe seguir, Emily se com­pro­me­te a seguir una tera­pia con Banks y es a par­tir de allí que este médi­co comien­za a tra­tar­la reco­men­dán­do­le una varie­dad de pro­duc­tos far­ma­co­ló­gi­cos que no sur­ten efec­to en ella has­ta dar final­men­te con la dro­ga Abli­xa que si bien mejo­ra la depre­sión de Emily le pro­du­ce efec­tos secun­da­rios que inclu­yen entre otros ele­men­tos, el sonam­bu­lis­mo que la hace per­der con­cien­cia y memo­ria de lo que está rea­li­zan­do mien­tras se encuen­tra en ese trance.

Ines­pe­ra­da­men­te, el rela­to adop­ta un vuel­co alta­men­te dra­má­ti­co que no con­vie­ne ser reve­la­do aquí, excep­to el de men­cio­nar que Emily es obje­to de un jui­cio para deter­mi­nar has­ta qué pun­to es ella res­pon­sa­ble de sus actos o si aca­so lo es el psi­quia­tra por haber reco­men­da­do a su pacien­te la inges­tión de la droga.

Has­ta aquí todo resul­ta cau­ti­van­te pero pron­ta­men­te el film comien­za a sub­ver­tir lo que se aguar­da del mis­mo, lo que no sería de nin­gún modo algo per­ni­cio­so si no fue­ra por el hecho de que el rela­to no hace más que mani­pu­lear gra­tui­ta­men­te al espec­ta­dor con cam­bian­tes e irrea­lis­tas giros que suce­si­va­men­te se pro­du­cen has­ta lle­gar a un des­en­la­ce fran­ca­men­te decepcionante.

Como ante­rior­men­te que­dó expre­sa­do, los acto­res brin­dan una total natu­ra­li­dad a sus res­pec­ti­vos per­so­na­jes. En los pro­ta­gó­ni­cos, Mara trans­mi­te con inten­si­dad la pro­fun­da angus­tia que habi­ta en Emily, en tan­to que Law ofre­ce total con­vic­ción como el psi­quia­tra devo­to al difi­cul­to­so caso que tie­ne entre manos quien ve como su vida comien­za a desin­te­grar­se en lo pro­fe­sio­nal y tam­bién en el plano per­so­nal fren­te a su espo­sa (Vines­sa Shaw). Zeta-Jones es una per­fec­ta fría psi­quia­tra y Tatum demues­tra efi­cien­cia den­tro del bre­ve rol que le tocó asumir.

Con­clu­sión: Soder­bergh brin­da aquí un dra­ma que par­tien­do de una pre­mi­sa suma­men­te atrac­ti­va atra­pa de inme­dia­to. Pero lamen­ta­ble­men­te con los sal­tos abrup­tos y situa­cio­nes incohe­ren­tes en su par­te final, el film se des­con­tro­la malo­gran­do la serie­dad que pro­me­tía en su pre­mi­sa ini­cial. Jor­ge Gutman

En el Camino

ON THE ROAD. Fran­cia-Esta­dos Uni­dos-Bra­sil, 2012. Un film sw Wal­ter Salles

En esta pelí­cu­la, el direc­tor Wal­ter Salles incur­sio­na en el mun­do de Jack Kerouac toman­do como refe­ren­cia su nove­la auto­bio­grá­fi­ca del mis­mo nom­bre; la mis­ma, que fue escri­ta entre 1947 y 1951 y publi­ca­da en 1957, está basa­da en los via­jes que su autor reali­zó con algu­nos de sus ami­gos duran­te ese perío­do reco­rrien­do las rutas de los Esta­dos Uni­dos y México.

Con­si­de­ran­do la impor­tan­cia del libro, una suer­te de monó­lo­go inte­rior del míti­co Kerouac, la expec­ta­ti­va de este film era con­si­de­ra­ble sobre todo cuan­do el rea­li­za­dor bra­si­le­ño logró un gran éxi­to con Dia­rios de Moto­ci­cle­ta (2004) don­de el rela­to tam­bién se refie­re a via­jes rea­li­za­dos por el futu­ro revo­lu­cio­na­rio Ernes­to Gue­va­ra en sus años de juven­tud jun­to con su ami­go Alber­to Gra­na­do a tra­vés de Amé­ri­ca Lati­na; basa­do en los tes­ti­mo­nios de Gue­va­ra que fue­ron vol­ca­dos en sus libros, el resul­ta­do fue un film muy humano, sin­ce­ro, tierno y con sufi­cien­te expre­si­vi­dad que lle­gó a emo­cio­nar. No se pue­de decir lo mis­mo sobre On The Road; aquí, la his­to­ria narra­da care­ce de la fuer­za, pasión y el fue­go que el autor vol­có en su tra­ba­jo sobre jóve­nes lan­za­dos a la carre­te­ra en pos de una nue­va for­ma de vivir. Aun­que Salles con­tó con la cola­bo­ra­ción de su habi­tual y efi­cien­te guio­nis­ta José Rive­ra, la trans­po­si­ción a la pan­ta­lla no alcan­za a brin­dar toda la sus­tan­cia y rique­za de la nove­la original.

Sam Riley

Sam Riley

Sam Riley inter­pre­ta a Sal Para­di­se, alter ego de Kerouac, que en los últi­mos años de la déca­da del 40 se vin­cu­la en Nue­va York con el poe­ta Car­lo Marx (Tom Stu­rrid­ge) ‑nom­bre atri­bui­do al poe­ta Allen Gins­berg quien fue uno de los repre­sen­tan­tes de la gene­ra­ción beat. La vida de Sal –que en esos momen­tos se sien­te blo­quea­do como escri­tor y sin rum­bo fijo- cam­bia drás­ti­ca­men­te cuan­do cono­ce a Dean Moriarty (Garrett Hed­lund) –alter ego de Neal Cas­sidy-. Dean, que adquie­re carác­ter pro­ta­gó­ni­co en la nove­la de Kerouac como un joven bus­ca­vi­das de libre espí­ri­tu y pen­sa­mien­to, lle­ga a impre­sio­nar a Sal y se con­vier­te en su gran ami­go; al poco tiem­po, jun­to con él y su joven espo­sa Mary­lou (Kris­ten Ste­wart) comien­za a rea­li­zar una serie de via­jes que lo lle­va­rá des­de Nue­va York a Den­ver, Cali­for­nia, New Orleans y otros luga­res del vas­to con­ti­nen­te ame­ri­cano. Duran­te el tra­yec­to algu­nos cono­ci­dos y ami­gos se unen en esta aven­tu­ra como es el caso de Cami­lle (Kris­ten Dunst), la segun­da espo­sa de Dean des­pués de su divor­cio de Mary­lou, y Old Bull Lee (Vig­go Mor­ten­sen), el alter ego del escri­tor dro­ga­dic­to William Burroughs. El deno­mi­na­dor común de estos jóve­nes es el logro de una liber­tad dife­ren­te, dene­ga­da por el con­ser­va­do­ris­mo y con­for­mis­mo del sis­te­ma impe­ran­te en esa época.

Si bien el film ofre­ce una idea de la juven­tud inte­lec­tual que rodeó a Kerouac, carac­te­ri­za­da por la rebel­día, el con­su­mo de dro­gas, las aven­tu­ras román­ti­cas y sus des­en­can­tos, y el pro­ce­so de madu­rez que todo eso impli­có, lo cier­to es que la narra­ti­va de Salles que­da cir­cuns­crip­ta a des­cri­bir una suce­sión de anéc­do­tas sin mayor pro­fun­di­dad; de allí que la bús­que­da exis­ten­cial de la gene­ra­ción beat no lle­ga a cobrar el alien­to que ema­na de la novela.

A nivel inter­pre­ta­ti­vo, Hed­lund con­ven­ce amplia­men­te como el joven bise­xual que se con­vier­te en una mag­né­ti­ca fuer­za de atrac­ción para Sal; tam­bién resul­tan con­vin­cen­tes Ste­wart como la des­inhi­bi­da sexual Mary­lou y Mor­ten­sen en un rol menor pero bien carac­te­ri­za­do; Riley, en cam­bio, resul­ta des­di­bu­ja­do al no refle­jar muy bien el carác­ter intros­pec­ti­vo, román­ti­co y pasio­nal de Kerouac.

Cabe des­ta­car la nota­ble foto­gra­fía de Eric Gau­ter y los dise­ños de pro­duc­ción de Car­lo Con­ti cap­tan­do la ambien­ta­ción del pai­sa­je de Esta­dos Uni­dos en los años que siguie­ron a la Segun­da Gue­rra. Men­ción espe­cial mere­ce la ela­bo­ra­da músi­ca de Gus­ta­vo San­tao­la­lla quien con la valio­sa cola­bo­ra­ción de los renom­bra­dos músi­cos de jazz Char­lie Haden y Brian Bla­de, trans­mi­ten muy bien la cul­tu­ra musi­cal de esa épo­ca. Sin embar­go, estos fac­to­res favo­ra­bles no alcan­zan a com­pen­sar a este film que sin ser medio­cre se aguar­da­ba mucho más del mismo.

Con­clu­sión: El rela­to de un via­je ini­ciá­ti­co que aun­que des­pier­te inte­rés, resul­ta dema­sia­do tibio al care­cer de la poe­sía, fuer­za vol­cá­ni­ca y del espí­ri­tu con­te­ni­do en la nove­la ori­gi­nal. Jor­ge Gutman

Tres Tipos Duros

STAND UP GUYS. Esta­dos Uni­dos, 2013. Un film de Ficher Stevens

Es raro encon­trar una come­dia cri­mi­nal cuyo mayor atrac­ti­vo resi­da en la labor de sus intér­pre­tes antes que en la his­to­ria narra­da. El guión de Noah Hai­die es realís­ti­ca­men­te impro­ba­ble y por cier­to dis­ta de ser per­fec­to, pero la actua­ción de Al Pacino, Chris­topher Wal­ken y Alan Arkin con­tri­bu­ye a que el rela­to adquie­ra visos huma­nos y se deje de lado algu­nas situa­cio­nes incon­gruen­tes para apre­ciar a estos vete­ra­nos y nota­bles actores.

La his­to­ria que trans­cu­rre en un espa­cio de 24 horas se cen­tra en el reen­cuen­tro de un trío de ex delin­cuen­tes pro­fe­sio­na­les que solían actuar con­jun­ta­men­te para rea­li­zar sus fecho­rías. En una de las mis­mas que tuvo lugar 28 años atrás, se pro­du­jo un lamen­ta­ble acci­den­te don­de el hijo de Claphands (Mark Mar­go­lis), un padrino mafio­so, resul­ta muer­to y Val (Pacino) asu­me la res­pon­sa­bi­li­dad com­ple­ta del hecho sin haber denun­cia­do a Doc (Wal­ken) y Hirsch (Arkin), sus dos com­pin­ches que tam­bién esta­ban invo­lu­cra­dos. Como con­se­cuen­cia de ello, Val es con­de­na­do a 28 años de prisión.

Christopher Walken y Al Pacino

Chris­topher Wal­ken y Al Pacino

El film comien­za cuan­do Val sale de la cár­cel y su ínti­mo ami­go Doc vie­ne a bus­car­lo. En su pri­me­ra mitad es cuan­do el rela­to adquie­re ver­da­de­ra fuer­za, don­de vemos a Val deseo­so de reto­mar el camino delic­ti­vo aun­que Doc ya reti­ra­do rehú­sa vol­ver a las vie­jas anda­das. En todo caso, la pri­me­ra inten­ción de Val es satis­fa­cer sus ape­ten­cias sexua­les y le pide a su ami­go que le lle­ve al bur­del que solían fre­cuen­tar; sin embar­go, al sen­tir­se frus­tra­do por care­cer del vigor sexual de otros tiem­pos, los dos ami­gos optan por fran­quear una far­ma­cia y robar algu­nas dro­gas, entre ellas la de Via­gra don­de Val se extra­li­mi­ta con­su­mien­do una can­ti­dad exce­si­va de la mis­ma; cier­ta­men­te; ése es uno de los momen­tos más gra­cio­sos del rela­to mos­tran­do cómo las mági­cas pas­ti­llas le robus­te­cen sexual­men­te pero al pre­cio de que pos­te­rior­men­te le pro­du­ce un empa­cho que le lle­va a que sea hos­pi­ta­li­za­do aun­que por bre­ves horas. Ya en ple­na noche y para seguir la jara­na de los bue­nos tiem­pos, ambos ami­gos acu­di­rán al hogar de ancia­nos don­de Hirsch está resi­dien­do a fin de dis­fru­tar con él de una aven­tu­ra noc­tur­na uti­li­zan­do un coche últi­mo mode­lo del cual Val y Doc se han apro­pia­do demos­tran­do que no han per­di­do los vie­jos hábitos.

La tra­ma pier­de su fuer­za ini­cial en la segun­da mitad pero el direc­tor Fisher Ste­vens le infun­de inte­rés gra­cias a la inter­ac­ción logra­da entre sus per­so­na­jes y ape­lan­do en algu­nos casos al empleo de pri­me­ros pla­nos para refle­jar la dimen­sión psi­co­ló­gi­ca de los mis­mos. Val, como el hiper­ac­ti­vo del gru­po, encuen­tra en Pacino un actor ideal para asu­mir­lo; una vez más, tan­to en cine como en la incur­sión tea­tral que en estos momen­tos está rea­li­zan­do en Broad­way (en la repo­si­ción de Glen­garry Glen Ross), sigue vol­can­do su dina­mis­mo demos­tran­do que no hay oca­so para un gran actor. Tam­bién cabe dis­tin­guir la labor de Wal­ken que a pesar de ser más con­te­ni­da logra trans­mi­tir su des­con­cier­to y pate­tis­mo fren­te a una misión que debe cum­plir y en don­de habrá de poner a prue­ba la leal­tad y amis­tad hacia Val. Arkin, por su par­te, logra demos­trar que su Hirsch guar­da aún la sufi­cien­te adre­na­li­na para dis­fru­tar del últi­mo soplo de vida.

Con­clu­sión: Que­da como balan­ce una come­dia nos­tál­gi­ca con per­so­na­jes geriá­tri­cos que se hacen que­rer y con situa­cio­nes gra­cio­sas que aun­que no todas alcan­cen un mis­mo nivel de efi­ca­cia, cum­plen su misión de entre­te­ner gra­ta­men­te. Jor­ge Gutman