42. Estados Unidos, 2013. Un film escrito y dirigido por Brian Helgeland
Jack (“Jackie”) Robinson (1919 –1972) fue un jugador de béisbol de Estados Unidos que ha marcado una época en la historia deportiva de los Estados Unidos al haberse convertido en el primer jugador afroamericano en participar en un equipo de primer nivel de este deporte. Los acontecimientos que rodearon ese evento más otros adicionales sobre el movimiento de los derechos civiles vinculados con este juego son abordados por el director Brian Helgeland de manera clara, directa, sobria y elegante, aunque quizá con un poco de didactismo. Lo que importa es que durante poco más de dos horas el espectador que nunca haya practicado ni conocido el béisbol apreciará este film como un documento social de gran trascendencia que enfoca el lado oscuro de Estados Unidos al haber mantenido la segregación racial durante la mayor parte del siglo pasado.
El film comienza en las postrimerías de la segunda guerra mundial mostrando en los noticieros la alegría y euforia de una nación que retorna a la normalidad. Inmediatamente la acción se desplaza al despacho de Branch Rickey (Harrison Ford), el áspero y honesto presidente y gerente general del famoso equipo Brooklyn Dodgers quien comunica al entorno que lo rodea sobre su intención de incorporar a la liga profesional de béisbol a Jack Robinson (Chadwick Boseman); se trata de un joven negro de 26 años que tiene como antecedentes un buen desempeño e integridad profesional en el American Negro League de Kansas City. A pesar de que su decisión causa gran estupor, lo llega a contratar no sin antes imponer a Robinson la condición de que de ningún modo deberá reaccionar frente a las diatribas racistas que eventualmente pudieran salirle al paso. Al principio es asignado al equipo del Montreal Royals donde el gerente del mismo y otros jugadores lo desprecian, del mismo modo que dista de ser bienvenido por el personal del hotel donde debería hospedarse, obligándolo a tener que alojarse en el seno de una familia negra. Su excepcional desempeño como beisbolista hará que al principio de 1947 forme parte integrante del famoso Brooklyn Dodgers portando la famosa camiseta con el número “42”.
Gran parte del film refleja hasta qué punto Robinson ha tenido que enfrentar y soportar la hostilidad debido al despiadado racismo de sus compañeros y el fanatismo del público, sin poder defenderse ni atacar; solamente se sentía apoyado por las continuadas recomendaciones de Rickey de no cejar ni dejarse inmutar para demostrar en la cancha de juego frente al mundo sus notables condiciones de jugador; el otro confort lo obtiene por parte del cariño y apoyo brindado por su joven y amorosa mujer Rachel (Nicole Beharie).
Quizá la escena más dolorosa de presenciar pero ilustrativa de hasta dónde puede llegar el sentimiento de odio racista es cuando en un partido donde su equipo enfrenta al Filadelfia Phillies, su gerente Ben Chapman (Alan Tudyk) provoca a Robinson con los más ponzoñosos insultos raciales para que éste reaccione; ese tenso momento en que el jugador decide guardar la calma frente al público testigo, aunque explotando de indignación interior, está magníficamente logrado ilustrando la impotencia de una persona dolosamente humillada sin poder tomar acción alguna para protegerse.
Aunque el desarrollo del juego abarca buena parte del relato, el film es un documento social y político que cala hondamente en el espectador. A pesar de que a título individual Robinson haya logrado finalmente ganarse un amplio reconocimiento a nivel popular, sobre todo por haber contribuido a que los Dodger obtuviera el título de campeón mundial en 1955, no menos cierto es que la discriminación, segregación e injusticia humana siguió prevaleciendo en los Estados Unidos hasta finales de la década del 60.
El film cuenta con un excelente reparto y se caracteriza por su bajo perfil. En ningún momento el realizador trató de sobredimensionar o exagerar los logros de Robinson y en tal sentido obtuvo de Boseman un trabajo competente donde evitando la sobreactuación transmite muy bien el dolor de quien por el color de su piel es objeto de desprecio y rechazo. No menos importante es el trabajo, diría atípico, de Ford quien en el mejor papel de su carrera ofrece una interpretación estupenda del hombre blanco que hará lo imposible para que su protegido negro salga airoso del camino que le cabe recorrer.
Conclusión: Un muy buen documento que sin duda sorprenderá a la joven generación de la era Obama sobre lo que significó ser negro en la América del siglo pasado. Jorge Gutman