Un Via­je Psi­co­dé­li­co de Amne­sia e Hipnotismo

TRAN­CE. Gran Bre­ta­ña, 2013. Un film de Danny Boyle 

Nadie duda de la ver­sa­ti­li­dad e inge­nio­si­dad de Danny Boy­le don­de la mayor par­te de sus pelí­cu­las exuda una arro­lla­do­ra ener­gía así como una ori­gi­na­li­dad que goza del favor popu­lar, como fue el caso de Slum­dog Millo­nai­re (2008) que obtu­vo el Oscar al mejor film del año ade­más de haber sido recom­pen­sa­do como mejor rea­li­za­dor. De allí la gran expec­ta­ti­va que su últi­mo film Tran­ce logró gene­rar; sin embar­go, lo que brin­da aquí des­ilu­sio­na, no por­que el film sea malo sino por­que en su inten­ción de pro­por­cio­nar un ver­ti­gi­no­so cru­ci­gra­ma psi­co­ló­gi­co, Boy­le se extra­li­mi­ta incor­po­ran­do tan­tas varian­tes al rela­to que a la pos­tre frus­tra a cual­quier cru­ci­gra­mis­ta deseo­so de colo­car las pie­zas en su lugar. 

El pun­to de par­ti­da es intere­san­te don­de Simon (James McA­voy), un subas­ta­dor de arte que tra­ba­ja en una pres­ti­gio­sa fir­ma de rema­tes de Lon­dres, expli­ca acer­ca de las medi­das de segu­ri­dad que se deben adop­tar para evi­tar cual­quier inten­to de robo de las obras artís­ti­cas. Pre­ci­sa­men­te, en el momen­to en que subas­ta el famo­so cua­dro de Fran­cis­co de Goya Vue­lo de Bru­jas (1797), valua­do en más de 25 millo­nes de libras, se pro­du­ce un gol­pe maes­tro por par­te de una ban­da delic­ti­va lide­ra­da por Franck (Vin­cent Cas­sel). En ese momen­to de gran revue­lo cuan­do Simon se apres­ta a guar­dar el famo­so lien­zo en una caja de segu­ri­dad, reci­be un gol­pe en la cabe­za por el que debe ser hos­pi­ta­li­za­do. Tiem­po des­pués, cuan­do Franck y sus secua­ces com­prue­ban que el paque­te roba­do con­tie­ne úni­ca­men­te el mar­co, el espec­ta­dor se ente­ra de que Simon for­ma par­te de la pan­di­lla y que él esta­ba obran­do a modo de “entre­ga­dor”. Una nota al mar­gen de esta bre­ve sinop­sis es indi­car que el cua­dro de Goya se halla en el Museo del Pra­do de Madrid; en todo caso esta licen­cia no afec­ta el desa­rro­llo de la trama.

Vincent Cassel

Vin­cent Cassel

Como con­se­cuen­cia del acci­den­te sufri­do, des­pués de haber sido dado de alta, Simon sufre de amne­sia y no pue­de infor­mar­le a Franck dón­de ocul­tó la famo­sa tela de Goya. Es allí que Franck deci­de con­tra­tar a Eli­za­beth, una doc­to­ra exper­ta en hip­no­sis (Rosa­rio Daw­son) para que some­ta a Simon en un tran­ce y pue­da son­sa­car­le la infor­ma­ción deseada. 

Sería indis­cre­to reve­lar algo más. Sola­men­te cabe aña­dir que a par­tir de aquí el inten­to de Eli­za­beth de pene­trar en la men­te de Simon pro­du­ce un víncu­lo entre los tres pro­ta­go­nis­tas que si bien al prin­ci­pio intri­ga, len­ta­men­te el pro­ce­so comien­za a per­der efec­to. Así, las con­ti­nua­das vuel­tas de tuer­ca del guión con­du­cen al espec­ta­dor a tra­vés de un via­je psi­co­dé­li­co de memo­ria y olvi­do don­de el rela­to quie­re demos­trar su inte­li­gen­cia a cos­ta de mani­pu­lear per­ma­nen­te­men­te al obser­va­dor; como resul­ta­do, uno pier­de toda ila­ción cro­no­ló­gi­ca, no dife­ren­cia la fan­ta­sía de la reali­dad y tra­tan­do de esfor­zar­se de lle­nar las situa­cio­nes fal­tan­tes de este rom­pe­ca­be­zas cine­ma­to­grá­fi­co se lle­ga a com­pro­bar que el esfuer­zo resul­ta esté­ril, por­que el rela­to vuel­ca el table­ro cons­tan­te­men­te. En tér­mi­nos narra­ti­vos, el des­en­la­ce decep­cio­na por­que cuan­do algu­nas situa­cio­nes lle­gan a ser reve­la­das, ya nadie cree en las mismas. 

Acor­de con lo que ante­ce­de y a pesar de las bue­nas actua­cio­nes, nin­guno de los tres per­so­na­jes posee pro­fun­di­dad algu­na o ante­ce­den­tes que per­mi­tan lle­gar a cono­cer­los; ni Simon lle­ga a con­ven­cer como un exper­to en arte, ni Franck es plau­si­ble como el líder del gru­po y en cuan­to a Eli­za­beth –a pesar de su gla­mour- tam­po­co con­ven­ce como efi­caz hipnotizadora. 

Con­clu­sión: Mucho rui­do y pocas nue­ces para un film de amne­sia e hip­no­tis­mo don­de la fal­ta de cohe­ren­cia malo­gra la intri­ga narra­ti­va. A su favor, cabe reco­no­cer su diná­mi­co rit­mo, una ecléc­ti­ca ban­da sono­ra y muy en espe­cial el rigu­ro­so tra­ba­jo del direc­tor de foto­gra­fía Anthony Dod Mantle; sin embar­go, eso no com­pen­sa la fal­ta de sus­pen­so en este dra­ma impreg­na­do de fal­sas notas.  Jor­ge Gutman