THE ACT OF KILLING. Dinamarca-Noruega-Gran Bretaña, 2012. Un film de Josh Oppenheimer
Posiblemente sea el documental más audaz, sorprendente y al mismo tiempo uno de los más dolorosos que el cine haya brindado. Si bien el genocidio de la Segunda Guerra Mundial y el de varios otros perpetrados después han sido testimoniados cinematográficamente, siempre han sido enfocados desde la mira de las víctimas sobrevivientes. En este caso El Acto de Matar recoge el testimonio de quienes los han perpetrado y las confesiones son realizadas como si se tratase de una proeza donde los salvajes asesinos son considerados poco menos que héroes. Por las razones apuntadas, este documental capta la atención constante del público pero al propio tiempo causa una profunda indignación y pena al demostrar el nivel más bajo y vil hasta donde el género humano puede llegar.
Pasando revista a uno de los capítulos más oscuros de Indonesia como país independiente, los acontecimientos narrados se centran en el genocidio que tuvo lugar en 1965 cuando el gobierno del presidente Sukarno fue objeto de un golpe de estado que llevó al general Suharto a controlar el poder. Es allí donde comenzaron a actuar los escuadrones paramilitares de la muerte con el objetivo de liquidar a los considerados sospechosos “comunistas” como así también a la minoría étnica china. Para exponer la masacre, donde por lo menos medio millón personas sucumbieron, el realizador Josh Oppenheimer recurre a entrevistas realizadas a ciertos verdugos que lejos de haber sido encarcelados, están libres y entusiastamente dispuestos a ilustrar con lujo de detalles sus actos criminales como así también de recrear dramáticamente los asesinatos.
Entre los entrevistados se destaca netamente Anwar Congo, un septuagenario cuyo físico paradójicamente se asemeja al de Nelson Mandela, Premio Nobel de la Paz. Congo no tiene reparo alguno para vanagloriarse de las hazañas de haber torturado y matado a miles de comunistas. Utilizando un tono de humor surrealista que llega causar un profundo repudio a quien lo escucha, no tiene ninguna objeción en manifestar la forma de haber ejecutado a sus víctimas; tratando de evitar el derramamiento de sangre por el “olor” que despide y para hacerlo más limpio muestra cómo empleaba una cuerda adherida a la nuca de la víctima que al irla estirando provocaba su asfixia y muerte instantánea. Complementando esta información, algunos de los otros verdugos tampoco tienen empacho alguno para referirse a los actos de violencia y asesinato de chicas menores de edad cometidos y/o bien cómo uno de ellos mató al padre de su amiga china.
El momento de mayor revulsión del relato es cuando Oppenheimer filma la transmisión de un programa televisivo donde ante un público que lo aplaude como héroe, Congo se jacta de su pasado de gangster y respondiendo a las preguntas de la periodista que lo entrevista, señala que para cometer sus crímenes en parte se inspiró en las películas de los gangsters del cine americano así como en actores a quienes mucho considera como el caso de John Wayne y Marlon Brando; precisamente esos filmes de Hollywood llegaron a apasionarlo e incluso le brindaron un placer mayor que el de matar a comunistas. Esos comentarios son aplaudidos por el público asistente como si Congo fuese una figura célebre del mundo del espectáculo.
Lo más extraño e increíble del documental se produce casi al final cuando Congo manifiesta al director haber tenido pesadillas acosándolo en los momentos en que mataba a sus víctimas. Más aún cuando en una recreación dramática él actúa como una de las víctimas, señala que sufre de miedo frente a una muerte inminente y que puede comprender de este modo a quienes él mató; Oppenheimer le retruca diciéndole que su miedo jamás puede compararse al de sus víctimas dado que ellas sabían que indefectiblemente estaban condenadas a morir en tanto que él sabe que está actuando en una película.
No se sabe si los atisbos de remordimiento de conciencia de Congo son auténticos como en ningún momento esa suerte de “mea culpa” llega a emocionar al espectador. Por el contrario, las confesiones de estos crueles asesinos que caminan con plena libertad en Indonesia y que poco menos son considerados como héroes salvadores del comunismo, llegan a repeler y perturbar profundamente el ánimo del público.
Conclusión: Un documento cruel y doloroso que parece haber sido extraído de algunas de las páginas más oscuras del medioevo presentando a crueles asesinos de nuestra época que gozan de completa impunidad y con una opinión pública que los apoya al glorificar las atrocidades por ellos cometidos. Jorge Gutman