DEVIL’S KNOT. Estados Unidos,2013. Un film de Atom Egoyan
Ciertamente, el horrendo acto criminal que ocasionó la muerte de 3 inocentes niños de 8 años acaecido en West Memphis, Arkansas el 5 de mayo de 1993 ha suscitado enorme interés y aún se mantiene la incógnita sobre la identidad del o de los asesinos. El cine se ocupó del caso en tres excelentes documentales realizados por Joe Berlinger y Bruce Sinofsky (1996, 2000 y 2011) y es así que poco margen quedaba para volver a referirse sobre el mismo, a menos que se hubiera agregado alguna novedad esclarecedora, que lamentablemente no ocurrió. A pesar de todo, el inteligente director canadiense Atom Egoyan consideró interesante volver a tratarlo mediante un relato de ficción; sin embargo, el film está lejos de alcanzar la intensidad dramática de los documentales mencionados y porque mientras que el último de la serie, Paradise Lost: Purgatory, culmina en 2011, Devil’s Knot finaliza con los dos juicios a los supuestos criminales que tuvieron en 1994.
El relato de Scott Derrickson y Paul Harris Boardman comienza el día de la trágica jornada donde tres niños amigos desaparecen del barrio residencial donde habitan; prontamente comienza la investigación policial donde se llega a descubrir sus cadáveres desnudos en un lago próximo al lugar donde vivían. De los numerosos personajes emergentes de este drama, la historia se concentra fundamentalmente en Pam Hobbs (Reese Witherspoon), la madre de uno de los chicos, y Ron Lax (Collin Firth), un investigador privado de Memphis. La labor de los detectives policiales conduce a la detención de tres adolescentes: Damien Echols (James William Hamrick), Jason Baldwin (Seth Meriweather) y Jessie Misskelley Jr. (Kristopher Higgins).
No es necesario entrar en minuciosos detalles sobre la forma poco eficiente en que la justicia trató el asunto responsabilizando a los tres sospechosos, pero era necesario actuar con urgencia para acallar la indignación de la población local así como atenuar en parte el dolor de los familiares ávidos de justicia. Como se había llegado a la convicción de que los niños fueron sacrificados por miembros de un culto satánico, todo hacía presumir que los acusados que mantenían afinidad con la hechicería, además de portar vestimentas en negro y sus gustos por la música metálica, encuadraban adecuadamente como los responsables homicidas; esa conclusión se ve reforzada por una obligada confesión de Misskelley. El resultado es que sin evidencia concreta que pudiera involucrar objetivamente a los acusados, Damien Echols fue condenado a la pena capital, mientras que Baldwin y Miskelley lo fueron a prisión perpetua.
Egoyan no logra que la dramatización de los hechos referidos cobre real tensión, sobre todo en las escenas del juicio donde los procedimientos de rigor resultan demasiado convencionales y un poco tediosos sin ofrecer la cuota de emoción necesaria que sí se llegó a percibir en los documentales de Berlinger y Sinofsky. Es loable la intención del realizador de considerar eventos horrorosos para analizar la repercusión emocional que los mismos producen socialmente, como lo logró magníficamente en The Sweet Hereafter (1997), pero aquí el relato se torna demasiado esquemático y anecdótico con algunas escenas que se podían haber prescindido sin alterar su contenido. Con todo, lo más objetable es que al concluir en 1994, el relato deja de lado el aspecto más importante de esta tragedia como fue la evolución de los acontecimientos en los años siguientes y el modo en que fue cambiando la percepción y el sentimiento de la población local con respecto a las dudas surgidas con relación a la culpabilidad de los reos. Solamente, en los créditos finales, se señala lo que ya es bien sabido: después de haber purgado con una culpa indebida de 18 años, en agosto de 2011 los tres convictos recobraron su libertad al aceptar someterse al procedimiento conocido con el nombre de “Alford Plea”, que permite que la persona inculpada reafirme su inocencia pero al propio tiempo admitiendo la existencia de evidencia sustancial que puede ser utilizada para su condena. Así, la libertad de los tres inocentes que sacrificaron su juventud en la cárcel se logra con el alto precio de que formalmente son considerados culpables para la ley, en tanto que los tres homicidios permanecen irresueltos.
Aunque el guión no llegue a satisfacer en la medida de lo debido, sus personajes están insuflados de considerable humanidad y eso es lo que transmiten Witherspoon como la aquejada madre que perdió a su hijo, así como Firth donde su personaje ofrece sus servicios al servicio de una noble causa al estar convencido de la inocencia de los tres muchachos. En otros roles, Alessandro Nivola convence como el marido de Pam, quien en un momento dado se convierte en sospechoso de los crímenes cometidos, así como Bruce Greenwood se destaca en el papel del juez encargado de la causa.
Conclusión: Un tema cautivante al servicio de un film de ficción episódico que sin llegar a convencer totalmente se deja ver. Jorge Gutman