LES AIGUILLES ET L’OPIUM – Autor: Robert Lepage – Dirección: Robert Lepage — Elenco: Marc Labrèche, Welleslely Robertson III — Decorados: Carl Fillion – Vestuario: François St-Aubin — Iluminación: Bruno Matte – Diseño Sonoro: Jean-Sébastien Côté – Imágenes: Lionel Arnould . Duración : 1hora 40 minutos (sin entreacto). Representaciones: Hasta el 18 de junio de 2014 en el Théâtre du Nouveau Monde (www.tnm.qc.ca)
Crónica de Jorge Gutman
¿Qué es lo que no es Robert Lepage? Esta pregunta viene al caso cuando se está frente a un dramaturgo, director teatral, excepcional director de ópera capaz de asombrar con los montajes escénicos que lleva a cabo como lo probó hace poco tiempo en el Metropolitan Opera House con la deslumbrante puesta de la tetralogía wagneriana de El Anillo de los Nibelungos; a ello cabría añadir la de realizador cinematográfico, actor y fundador de Ex Machina que es una compañía de producción dedicada a espectáculos de alta calidad. La recapitulación que antecede sobre los distintos aspectos que abarca su labor creativa viene al caso al juzgar la reposición de la obra Les Aiguilles et L’Opium que creara en 1991 y que siguió representándola hasta 1994, fecha en que Marc Labrèche lo ha reemplazado para seguir transmitiendo la gran riqueza de su texto.
No he visto la versión original de la obra pero lo cierto es que esta recreación de la pieza concebida por Lepage constituye un verdadero acontecimiento teatral al tener en cuenta la original e ingeniosa dirección escénica, sus jugosos diálogos y la estupenda interpretación que Labrèche hace de su personaje. La trama comienza en 1989 con el viaje que Robert, un actor de Quebec, efectúa a París a fin de participar en un documental sobre el legendario trompetista Miles Davis(1926 – 1991). Ubicándose en un hotel de Saint-Germain-de Prés, en la misma habitación que años atrás habían compartido Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir y que también lo había hecho la musa existencialista Juliette Gréco, comienzan a surgir los recuerdos que retrotrae la acción a 1949.
Ese es el año en que Davis es invitado a Francia para actuar en el Festival Internacional de Jazz de París; allí, además de descubrir los encantos de la ciudad luz el músico se encuentra fascinado con el vibrante mundo intelectual del lugar, llegando a conocer, entre otros referentes de la cultura, a Sartre y a Gréco de quien se enamora profundamente; precisamente, la ruptura sentimental con la cantante hará que Davis se vuelque a la heroína. Simultáneamente, en el mismo período, el celebrado poeta francés Jean Cocteau (1989 – 1963) arriba a Nueva York y es ahí donde escribe su famosa “Carta a los Americanos”; también la obra hace referencia a su afición al opio que se originó con la muerte de su protegido poeta Raymond Radiguet.
El valor de esta pieza teatral con sus historias de amor entrecruzadas reside en la habilidad del dramaturgo de haber sabido fusionar la presencia de dos mitos culturales del siglo XX a través de un texto brillante que no tiene desperdicios además de originar situaciones de un humor franco y espontáneo al que resulta imposible de resistir. Pero es muy importante destacar que el trabajo de Lepage se encuentra realzado por el despliegue tecnológico empleado que logra maravillas en la la utilización del espacio escénico. Valiéndose de un cubo giratorio abierto e inclinado que está adosado al escenario, el espectador tiene la sensación de estar asisitiendo a un espectáculo cinematográfico en tercera dimensión; a través de esa visión uno queda deslumbrado contemplando la habitación del hotel donde Robert se aloja, su trabajo en el estudio donde presta su voz al documental, la presencia de Miles actuando frente al público en París y su música creada para el film Ascensor para el Cadalso (1958) de Louis Malle con algunas escenas del mismo donde asoma el rostro de Jeanne Moreau, así como el departamento de Cocteau en Nueva York.
Como ya se ha adelantado, el público tiene oportunidad de apreciar la inolvidable interpretación de Labrèche donde en un doble rol, el actor logra fascinar a la vez que emocionar apelando a genuinos recursos. Como Robert, transmite la vulnerabilidad de un hombre que frente al dolor de un amor perdido trata de reponerse del mismo; animando a Cocteau, es capaz de meterse en su piel imitando con precisión sus ademanes y su aflautada voz; además, dado el contexto escenográfico, el actor se convierte en un buen acróbata con los movimientos y desplazamientos que debe realizar para mantener el adecuado el equilibrio en las diferentes escenas que se van sucediendo. Por su parte, Wellesley Robertson III anima al brillante trompetista afroamericano y aunque no le cabe diálogo alguno cumple una prestación convincente a través del lenguaje corporal. Cabe aclarar que la trompeta es ejecutada por Craig L. Pedersen.
Conclusión: Una obra fascinante, una puesta en escena deslumbrante y un actor excepcional logran aunarse para que el público de Montreal disfrute de un excelente espectáculo.