IDA. Polonia, 2013. Un film de Pawel Pawlikowski
En escasos 80 minutos el director Pawel Pawlikowski ofrece uno de los mejores dramas polacos de los últimos años. Adentrándose en la vida de una joven en procura de hallar su identidad, Ida es un film sublime que a través de su sencilla trama permite que el espectador reflexione sobre el devenir histórico de Polonia durante el siglo pasado.
La acción se ubica en 1962 y sus primeras imágenes exhiben un convento donde las monjas están sujetas a una estricta disciplina, producto de la naturaleza de la iglesia católica de esa época. Allí se encuentra Anna (Agata Trzebuchowska), una chica huérfana cuya corta existencia la pasó en ese claustro y que está próxima a tomar los hábitos. Para probar su fe, la madre superiora quiere que previamente ella salga al mundo exterior para visitar a su única pariente viva que reside en Lodz.
El encuentro de la inocente novicia y la desengañada tía Wanda (Agata Kulesza) es altamente contrastante. Cuál será la gran sorpresa de la joven cuando Wanda cínicamente la alude como “la monja judía”; de ese modo Anna se entera de que su verdadero nombre es Ida y que sus padres judíos murieron asesinados cuando Alemania ocupó el país durante los trágicos años de la Segunda Guerra Mundial.
De allí en más tía y sobrina emprenden un viaje hacia una pequeña aldea donde sus padres fueron albergados en una granja campesina de una familia católica hasta que fueron aniquilados y enterrados en ese lugar. Llegar a imponerse de estos hechos constituye para Ida toda una revelación y un natural estremecimiento emocional al constatar la existencia de un mundo cruel y completamente alejado de la realidad que vivió hasta el presente en el convento.
A través del recorrido efectuado por ambas mujeres queda reflejado la conducta ambigua del pueblo polaco que si por una parte pudo haber demostrado una actitud perseverante resistiendo el oprobio nazi, por la otra también muchos de sus habitantes no judíos colaboraron con el régimen, ya sea para protegerse o por antisemitismo. Al propio tiempo el film denota la ambigüedad moral de la conducta humana tomando como referencia el personaje de Wanda; ella, que como judía sufrió los avatares del holocausto, al convertirse en acérrima estalinista del régimen comunista actuando como jueza no tuvo reparos en condenar a la muerte a personas opuestas al sistema.
Además del contexto político el film adquiere una dimensión religiosa cuando el escepticismo de Wanda trata de crear a su sobrina dudas sobre la existencia de Dios en función de lo que ella ha venido aprendiendo de este viaje; de este modo, el remarcable guión del realizador escrito con Rebecca Lenkiewicz obliga a que Ida deba optar entre su condición de judía o bien retornar a la iglesia católica que la salvó de morir.
Mediante mínimos diálogos y con una estética austera y depurada, Pawlikowski ha logrado un documento profundamente humano que cala hondamente en el espectador. Al propio tiempo, el film es igualmente meritorio por las maravillosas caracterizaciones que sus dos intérpretes centrales han logrado de sus personajes; Trzebuchowska registra magníficamente la inocencia perdida de un ser puro y angelical descubriendo un mundo perverso, en tanto que Kulesza vuelca magníficamente la naturaleza de una persona cínica y moralmente desesperanzada cuyos vaivenes emocionales la inducen finalmente a adoptar una drástica decisión fatal.
En los aspectos formales la lograda fotografía en blanco y negro de Lukasz Zal y Ryszaard Lenczewski capta la atmósfera grisácea y lúgubre de una nación que después de la trágica experiencia del conflicto bélico queda sometida a los avatares de un régimen agobiante.
Conclusión: Un excelente drama polaco abordando los coletazos emocionales de la Segunda Guerra. Jorge Gutman