Crónica de Jorge Gutman
CYRANO DE BERGERAC – Autor: Edmond Rostand – Dirección: Serge Denoncourt — Elenco: Patrice Robitaille, Magalie Lépine-Rondeau, François-Xavier Dufour, Frédérick Bouffard, Luc Bourgeois, Samuël Côte, Annette Garant, Frédéric-Antoine Guimond, Agathe Lanctôt, Normand Lévesque, Daniel Parent, Gabriel Sabourin y Lénie Scoffié — Decorados: Guillaume Lord – Vestuario: François Barbeau — Iluminación: Étienne Boucher – Música Original: Philip Pinsky. Duración: 3 horas (con un entreacto). Representaciones: Hasta el 23 de agosto de 2014 en el Théâtre du Nouveau Monde (www.tnm.qc.ca)
Si bien el Teatro du Nouveau Monde presentó con gran éxito Cyrano de Bergerac en 1996, la producción actual que acaba de estrenarse por la misma compañía es sencillamente excepcional. Al evaluar una obra artística sucede que algunas veces las palabras no alcanzan a expresar debidamente toda la riqueza inherente que destila y ese es el caso de la actual presentación de esta pieza.
Esta obra neorromántica de Edmond Rostand estrenada en París en 1897 tiene la extraordinaria fuerza que la ha convertido en un clásico del teatro francés. Con todo requiere la presencia de un actor que pueda ser capaz de representar a un ser humano que debido a un error de la naturaleza que le ha endilgado una nariz gigantesca pueda traducir el sufrimiento que Cyrano experimenta al no sentirse lo suficientemente apuesto para atraer el corazón de la mujer que adora. Es ahí donde se destaca uno de los méritos del extraordinario director teatral Serge Denoncourt al haber sabido elegir al actor ideal para encarnar al protagonista de esta historia. Así la figura de Patrice Robitaille como Cyrano ofrece una lección de interpretación teatral descollando desde el principio hasta el desenlace de la obra. En otras palabras, sin dejar de reconocer que esta maravillosa experiencia teatral es el resultado de la labor aunada de los actores participantes y de quienes han colaborado en la producción del espectáculo, lo cierto es que lo que debe destacarse fundamentalmente es la estupenda asociación artística de Denoncourt y Robitaille.
Respetando el estilo clásico de la obra la puesta en escena de Denoncourt evidencia el cuidado permanente que el director mantiene para lograr el tono justo entre la comedia que emana del texto con los momentos dramáticos de la historia narrada. En tal sentido contó con el magnífico aporte brindado por una escenografía ingeniosa de Guillaume Lord que utilizando una monumental estructura de madera iluminada por un conjunto de velas permite que los frecuentes cambios de decorados se produzcan fluidamente sin que existan momentos muertos que distraigan la concentración del espectador; elogio similar merecen los efectos de iluminación de Étienne Boucher creando la atmósfera apropiada para las diferentes secuencias de la representación, el logrado vestuario de época de François Barbeau y la funcional música de Philip Pinsky..
Volviendo a Robitaille es difícil discernir hasta dónde el actor se sumergió en la piel del sufrido héroe por su propio instinto artístico o si bien fue Denoncourt quien le demarcó las características que debía asumir su personaje. Más allá de la disquisición apuntada, es necesario remarcar que el Cyrano que aquí se aprecia es el que emerge en toda su dimensión del texto de Rostand: un gran guerrero con amplio dominio de su espada cuando es necesario utilizarla pero al propio tiempo un ser humano que debe luchar con la represión de sus sentimientos. Es ahí donde Robitaille es capaz de mostrar la doble dimensión del personaje que encarna donde el militar fuerte que parte a la guerra es también un individuo profundamente sensible y capaz de expresar poéticamente con su pluma las cartas de amor dirigidas a su amada Roxanne (Magalie Lépine-Rondeau) pero encomendadas por su amigo Christian (François-Xavier Dufour) de quien ella está enamorada; el actor transmite una emoción irreprimible cuando en el desenlace queda revelada la humana impostura de Cyrano. Colaborando con el actor, Lépine-Rondeau ofrece una buena prestación tanto en los momentos más livianos de la obra como en los más dramáticos, dentro de un elenco inobjetable.
Conclusión: Un gran director y un extraordinario actor ofrecen con Cyrano de Bergerac una velada teatral inolvidable.