KILL THE MESSENGER. Estados Unidos, 2014. Un film de Michael Cuesta
La verdad desnuda puede defenestrar a una persona. Eso es lo que acontece con Kill the Messenger donde el realizador Michael Cuesta ilustra el drama vivido por un excelente periodista que al denunciar públicamente una innegable realidad sembró, sin haberlo imaginado, el camino de su propia destrucción. Aunque la historia de filmes basados en casos reales muchas veces debe tomarse con un granito de sal, en este caso es bien conocida la trayectoria de Gary Webb, un reportero que obtuvo el Premio Pullitzer y que como devoto investigador se dedicó con pasión a su profesión.
Si bien el cine reflejó en All The Presidents Men (1976) la extraordinaria labor realizada por Carl Bernstein y Bob Woodward revelando el escándalo Watergate, al menos el resultado tuvo un final feliz, aunque no lo fuera para el presidente Nixon. Sin embargo, Webb no tuvo esa suerte cuando trabajando en el San Jose Mercury News emprendió una investigación que llevaría a revelar un escándalo de gran magnitud que destrozaría su carrera.
En una excelente interpretación, Jeremy Renner anima a Webb cuando en 1996 recibe de manos de Coral (Paz Vega), una seductora amante de un traficante de drogas, un legajo estrictamente confidencial mencionando la participación que tuvo la CIA en el tráfico de drogas hacia los Estados Unidos cuyo beneficio resultante de su venta en el país, sobre todo a la población negra de uno de los barrios más desfavorecidos de Los Ángeles, había servido para financiar a los rebeldes de Nicaragua.
Con el visto bueno de su jefa (Mary Elizabeth Winstead) y del editor del periódico (Oliver Platt), Webb viaja a Nicaragua y allí entrevista en la prisión a Meneses (Andy García), uno de los principales traficantes involucrados en la operación, quien le suministra valiosa información para que pudiera proseguir su trabajo. A pesar de la advertencia recibida por un funcionario (Michael Sheen) del Consejo de Seguridad Nacional de Washington sobre el peligroso terreno en que estaba transitando, Webb persiste en lo suyo hasta que termina publicando en 1998 una serie de artículos denominados “Dark Alliance” (Oscura Alianza) que confirmaron el vínculo existente de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos con la operación previamente mencionada.
El escándalo hecho público le hizo a Webb merecedor de grandes elogios por parte de su diario como también de la opinión pública. Pero el momento de gloria de su autor fue efímero al haber comenzado una campaña de descrédito hacia su persona al señalarse que se valió de información nada fidedigna; ese hecho fue reforzado por la actitud adoptada por dos diarios poderosos como Los Angeles Times y The Washington Post quienes por celos profesionales, porque sus reporteros no tuvieron la oportunidad de informarse sobre los acontecimientos señalados, resolvieron con sus notas desprestigiar por completo al íntegro periodista. Para peor, fue muy doloroso constatar la falta de apoyo por parte de su periódico cuando por tratarse de un diario de relativa menor importancia el editor tenía intención de retractarse de los hechos publicados; eso motivó a que Webb renunciara a su puesto con la triste consecuencia de que ningún otro diario volviera a contratarlo.
Todo lo acontecido sucedió durante el gobierno de Bill Clinton donde su affaire con Monica Lewinsky tuvo mayor trascendencia para los medios de comunicación que la cruda revelación de Webb por la que resultó seriamente afectado tanto en el plano profesional como a nivel familiar.
Visto en retrospectiva uno se pregunta si realmente valió la pena que Webb hubiera encarado la investigación realizada para que el mundo se impusiera de lo ocurrido. Es imposible conocer la respuesta porque en 2004 terminó suicidándose. En todo caso, lo que no deja lugar a dudas es que el film refleja claramente la probidad e integridad moral de un individuo empeñado en no desdecirse de la dramática verdad denunciada.
Para su trabajo, Cuesta utilizó como fuente de información los libros Dark Alliance de Gary Webb y Kill the Messenger de Nick Schou, muy bien adaptados por el guionista Peter Landesman.
Conclusión: Un film que por su adecuado ritmo, calidad interpretativa y muy buen análisis de su urticante tema merece ser visto. Jorge Gutman