RICHARD III. Autor: William Shakespeare – Traducción y Adaptación: Jean-Marc Dalpé – Dirección: Brigitte Haentjens – Elenco: Silvio Arriola, Marc Béland, Larissa Corriveau, Sophie Desmarais, Sylvie Drapeau, Francis Ducharme, Maxim Gaudette, Reda Guerinik, Ariel Ifergan, Renaud Lacelle-Bourdon, Louise Laprade, Jean Marchand. Monique Miller, Olivier Morin, Gaétan Nadeau, Étienne Pilon, Hubert Proulx, Sébastien Ricard, Paul Savoie, Emmanuel Schwartz — Escenografía: Annick La Bissonnière – Iluminación: Étienne Boucher – Vestuario: Yso — Música: Bernard Falaise – Vidéo: Éric Gagnon – Duración: 2 horas y 55 minutos. (con 20 minutos de entreacto incluido) – Représentaciones: Hasta el 7 de abril de 2015 en el Théâtre du Nouveau Monde (www.tnm.qc.ca)
Una de las grandes veladas teatrales ofrece el TNM con Richard III, la última de las cuatro obras de teatro que Shakespeare encaró sobre la historia de Inglaterra. Escrita en la última década del siglo XVI, es sin duda una de las más importantes del teatro isabelino y cuando se la representa en un idioma diferente al original es de suma importancia atender a su traducción. En tal sentido la tarea realizada por Jean-Marc Dalpé ha sido altamente satisfactoria tratando de cuidar todas las sutilezas y ambigüedades de la pieza original, respetando de este modo el sentido y espíritu que el gran Bardo de Avon deseó transmitir.
El título en inglés se complementa con la frase “La Vida y la Muerte del Rey Ricardo III”, lo que en esencia constituye el alma de la pieza. Resulta difícil resumir su contenido que por otra parte no es el objetivo de este análisis crítico sino más bien ubicar al lector no erudito en la historia de Inglaterra sobre cómo comprender y juzgar a este complejo personaje shakesperiano. Así, se puede anticipar que Richard como duque de Gloucester, es un hombre físicamente deformado, de naturaleza malvada como si estuviese llevando el diablo en su cuerpo y que para lograr su objetivo de convertirse en el soberano de su país no tendrá escrúpulo alguno en eliminar a quien fuese, aunque se trate de su propio hermano y de los hijos del rey. En suma, una oscura personalidad de quien no cabe esperar el menor sentimiento hacia ninguna de sus víctimas.
Lo primero que cabe remarcar y distinguir es la dirección escénica de Brigitte Haentjens quien una vez más reafirma ampliamente su gran pericia profesional en la realización y coordinación de todos los aspectos escénicos al haber logrado una puesta ingeniosa y cristalina.
La obra cuenta con un reparto de 20 artistas representando una treintena de roles en donde el desarrollo de la trama demanda la concentración del espectador para adentrarse en la naturaleza de los personajes; pero el esfuerzo es bien válido debido a la calidad del elenco, donde la directora ha mantenido un firme control de cada uno de sus integrantes.
En todo momento se aprecia que ha existido una evidente complicidad de Haentjens con Sébastien Ricard, al comprobar que lo que ella deseó rescatar de la figura monstruosa del repugnante personaje central es lo que el actor vuelca en su remarcable caracterización. Además del esfuerzo físico asumido para representarlo, Ricard ha logrado dominarlo por completo tanto en los momentos dramáticos como en aquellos otros en el que utiliza un humor entre sarcástico y bufonesco capaz de seducir. Así, el actor ha sabido compenetrarse brindando las múltiples facetas de un ser corrupto y ambicioso que agraciado por el don de la palabra es capaz de convencer a sus adversarios con sus mentiras e imposturas, así como cuando debe aleccionar a su ejército. Dos de los momentos cumbres del juego interpretativo de Ricard se producen en su encuentro dramático con la reina Elisabeth (Sylvie Drapeau) y posteriormente con el conde de Richmond (Francis Ducharme) que será el talón de Aquiles que lo conducirá a su defenestración. En lo que concierne al resto del elenco, además de Drapeau y Ducharme hay algunos nombres que pueden destacarse más que otros (Monique Miller, Marc Béland, Rénaud Lacelle-Bourdon) en función de la apreciación subjetiva de cada espectador, pero de todos modos es notable el calificado nivel homogéneo del mismo.
Si alguna observación merece este gran espectáculo es el de su escenografía que al ser demasiado minimalista crea un espacio vacío que transmite cierta frialdad; en todo caso ésta es una observación menor teniendo en cuenta los restantes valores de producción, como la lograda iluminación, el magnífico vestuario atemporal así como la ajustada música funcional al desarrollo de este drama que concluye con una emocionante y poética escena que queda bien grabada en la memoria del espectador.
Finalmente cabe la reflexión de cómo una obra con más de 4 siglos de antigüedad tiene amplia vigencia actual atendiendo a la manipulación, autocracia e hipocresía de ciertos políticos para controlar y mantener el poder.
Conclusión: Un clásico shakesperiano en una excelente producción del TNM.
Jorge Gutman