Comentario de Jorge Gutman
TRAVESTIES. Autor: Tom Stoppard – Dirección Escénica: Jacob Tierney –- Elenco: Greg Ellwand, Martin Sims, Jon Lachlan Stewart, Anne Cassar, Chala Hunter, Daniel Lillford, Ellen David, Pierre Brault – Escenografía: Pierre-Étienne Lucas – Vestuario: Louise Bourret – Iluminación: Nicolas Descoteaux – Diseño de Sonido/Compositor: Dmitri Marine — Duración: 2h30 (incluyendo 20 minutos de intervalo)- Representaciones: Hasta el 3 de mayo de 2015 en la sala principal del Segal Centre (www.segalcentre.org)
Esta obra que Tom Stoppard concibió en 1974 es probablemente una de sus más ambiciosas y difíciles al mismo tiempo. El propósito que ha guiado a su autor de vincular a importantes personalidades del siglo pasado en un momento dramático que el mundo estaba atravesando es ciertamente original. Ahora bien, la manera de analizar o más bien de interpretar lo que el dramaturgo americano ha querido expresar dependerá en gran parte del conocimiento que se tenga a priori de lo que la pieza relata. Quien haya leído la emblemática novela “Ulises” de James Joyce, tenga conocimiento sobre el dadaísmo de Tristan Tzara y conozca el rol desempeñado por Vladimir Lenin como líder de la Revolución Rusia, seguramente tendrá el placer de sumergirse en los dislocados vericuetos de Travesties; quien por el contrario no esté al tanto de lo que se ha señalado, tendrá algunas dificultades para captar la obra en su total dimensión.
Stoppard se centra en el personaje real de Henry Carr (Greg Ellwand), un hombre que realmente existió y que como un anciano con endeble memoria evoca acontecimientos que vivió en Zurich hace 60 años, más precisamente en 1917 cuando la Primera Guerra azotaba a Europa, con excepción de Suiza como país neutral. Desempeñándose como funcionario consular de Gran Bretaña tuvo la oportunidad de conocer a Joyce (Jon Lachlan Stewart) escribiendo su obra magna, Tzara (Martin Sims), uno de los cofundadores del Dadaísmo ‑movimiento artístico y literario opuesto a la tendencia predominante hasta ese momento- y Lenin (Daniel Lillford) que estaba haciendo tiempo en el exilio en los meses previos a la Revolución. En realidad, Joyce, Tzara y Lenin no llegaron a verse a pesar de que estaban en Zurich; en todo caso el encuentro de estas tres personalidades en el salón de la Biblioteca Central de Zurich es pura ficción pero es lo que le otorga peso a esta creación teatral. Los restantes personajes de la obra incluyen a Nadya (Ellen David), la política revolucionaria esposa de Lenin; Gwendolen (Anne Cassar), la hermana menor de Carr que es afecta a la poesía y se desempeña como asistente de Joyce; Cecily (Chala Hunter), la bibliotecaria socialista que es una devota fanática de Lenin; y Bennett (Pierre Brault), el valet de Carr quien además de atender a su amo es un excelente observador informado de lo que sucede a su alrededor.
Dentro del contexto señalado, la obra incentiva al espectador para que se involucre en las discusiones de Tzara, Joyce y Lenin sobre política, literatura y fundamentalmente sobre el papel que el arte desempeña socialmente. Al propio tiempo y teniendo en cuenta que Carr realmente había participado como actor en The Importance of Being Earnest montada por Joyce, Stoppard aprovecha la oportunidad para utilizar el mismo recurso que Oscar Wilde utilizó en esa pieza donde dos de sus personajes asumen una doble identidad; aquí, jugando a la comedia de las equivocaciones, Tzara pretende ser el hermano de Carr adoptando el nombre de “Jack”, en tanto que Carr decide llamarse “Tzara” para conquistar a Cecily.
Aunque la obra es difícil de encuadrar dentro de una categoría precisa, no sería arriesgado calificarla como un pastiche irreverente. Eso se debe a que en un principio adopta un tono realista, al poco tiempo se contempla un teatro del absurdo para después adoptar un carácter vodevilesco y caricaturesco. No faltan algunas notas descabelladamente cómicas, contemplando el strip tease de Cecily, los graciosos saltos de Joyce y las infinitas repeticiones de Tzara diciendo “da da da da” mientras invita al público para que lo acompañe en su alocución.
Nota aparte es la lingüística empleada. Si bien los personajes interactúan en inglés, Nadya se comunica con Lenin en ruso y es la eficiente Cecily quien se ocupa de efectuar la traducción pertinente. Además en algunas instancias se deja de la lado la prosa para emplear el “limerick” que es una forma poética conocida en el mundo anglosajón que se caracteriza por integrar 5 versos con un esquema de rima estricto.
De lo que antecede puede afirmarse que la audiencia asiste a una pieza que se asemeja a un cóctel utilizando una variedad de ingredientes. Teatralmente guarda consistencia porque queda la duda si los recuerdos del senil Carr responden a la realidad por él vivida o son productos de sus desvaríos mentales.
En su primer trabajo como director teatral, el respetado cineasta Jacob Tierney ha logrado que escénicamente los aspectos serios de la pieza puedan fusionarse fluidamente con sus situaciones caricaturescas. Para ello contó con un magnífico elenco donde cada uno de los actores ofrece lo mejor de sí mismo impresionando gratamente al espectador; aunque pueda resultar injusto distinguir a alguien en particular, por la dimensión de su personal es Greg Ellwand quien tiene mayor oportunidad de lucimiento.
Conclusión: Quienes deseen asistir a la representación de una obra audaz e ingeniosa, bien dirigida y estupendamente actuada, he aquí la oportunidad para aceptar el desafío intelectual propuesto por Tom Stoppard.