MR. HOLMES. Estados Unidos, 2015. Un film de Bill Condon
El escritor escocés Arthur Conan Doyle (1859 – 1930), quien también fue poeta y médico, estaba muy lejos de imaginar que sus historias sobre el personaje Sherlock Holmes habría de convertirlo en el detective de ficción más famoso del mundo. Las fascinantes hazañas de este sabueso, donde la mayoría de las mismas fueron narradas por su gran amigo John Watson, fueron trasladadas al cine en variadas oportunidades y ahora es el director Bill Condon quien decidió abordarlo aunque en este caso lo hace durante sus últimos años de vida. Para personificarlo convocó a Ian Mc Kellen, con quien ya tuvo oportunidad de trabajar en el muy buen film Gods and Monsters (1998); una vez más esta colaboración ha resultado ampliamente fructuosa.
Basado en el guión de Jeffrey Hatcher, quien a su vez tomó como referencia la novela de Mitch Cullin A Slight Trick of the Mind, presenta a Holmes (McKellen) de 93 años en 1947 quien acaba de retornar de Japón en un viaje que tuvo como propósito obtener una planta medicinal para contrarrestar la senilidad así como preservar su capacidad intelectual. En su casa ubicada en una zona rural de Sussex, al sur de Inglaterra, vive acompañado de la señora Munro (Laura Linney), una viuda gobernanta que lo atiende, y su hijo Roger (Milo Parker) de 14 años quien aprecia al anciano viéndolo dedicado a su labor de apicultor.
Con muy buena ilación, el relato considera dos historias paralelas que surgen de los recuerdos de este personaje cuya memoria se encuentra en considerable estado de falibilidad. El episodio más cercano lo constituye el viaje que acaba de realizar a Hiroshima donde se produce el encuentro con un botanista (Hiroyuki Senada) quien le ayuda a buscar la medicina deseada; esa visita permite al mismo tiempo que el anciano contemple lo que ha quedado de la ciudad diezmada por el bombardeo atómico de agosto de 1945.
La otra historia surge de los apuntes de Holmes y se vincula con la experiencia atravesada 30 años atrás cuando a instancias de Thomas Kelmot (Patrick Kennedy), un muy preocupado marido, recibe instrucciones de vigilar los pasos de su deprimida esposa Ann (Hattie Morahan) de quien teme que haya caído bajo los influjos de una espiritualista (Frances de la Tour) que le ofrece clases de música de un extraño instrumento. Este caso, cuyo clima se asemeja al que Hitchcock consideró en Vértigo (1958), nunca llegó a ser resuelto por el sagaz detective lo que motivó a que decidiera dejar la profesión.
Más allá de los recuerdos, el film se centra en un hombre que es conciente de su mortalidad y que viendo que el final se le va aproximando trata de conservar su lucidez mental. En tal sentido, los recuerdos del pasado que acuden a su mente pueden o no ser totalmente verídicos pero lo que el relato trasluce es la voluntad y persistencia de quien fuera el cerebral investigador para no dejarse vencer como así también para preservar su identidad personal.
Más que el desarrollo de una sustancial trama, lo que en este film predomina es la descripción psicológica de un famoso personaje en el crepúsculo de su existencia. ¿Quién mejor que McKellen para compenetrarse en la personalidad de Holmes? Con su acostumbrada solvencia profesional, el actor maravilla representando a un hombre anciano, un tanto irascible y cascarrabias, con emociones reprimidas, que trata de darle un sentido a lo que le resta por vivir, dedicando su energía a la crianza de abejas. No menos importante es cómo logra adoptar diferentes rasgos caracterológicos de su personaje según la edad que representa en las distintas épocas –presente y pasado- en que transcurre la acción.
Aunque la brillante caracterización de McKellen sea el elemento que más trasciende en la valoración del film, Condon ha cuidado que los restantes personajes también lleguen a interesar. En ese aspecto, cabe remarcar la interacción que se produce entre Holmes y Roger; convirtiéndose en su mentor, el anciano crea un sólido lazo de amistad y ternura con el adolescente que lo admira y desea seguir sus pasos; es aquí donde el joven Parker constituye toda una revelación por la frescura y espontaneidad que brinda a su rol.
Cordon ha logrado un film estéticamente bello donde se aprecia la excelente fotografía de excelente nivel de Tobías Schliessler así como también se destaca el montaje de Virginia Katz logrando una buena superposición de los diferentes tiempos e historias anexas.
Conclusión: Confirmando la gran afinidad existente entre Condon y McKellen, el público asiste a un conmovedor film sobre la etapa final de la vida del más célebre detective de ficción que el mundo ha conocido. Jorge Gutman