IRRATIONAL MAN. Estados Unidos, 2015. Un film escrito y dirigido por Woody Allen
En el cuadragésimo quinto film de su carrera profesional, Woody Allen somete al público a un planteo intelectual sobre el concepto de moralidad. Al así hacerlo, más allá de la gracia de muchos de sus ingeniosos diálogos y del humor propio que emerge de algunas situaciones naturales planteadas, este film está nutrido de un gran pesimismo al abordar un tema decididamente dramático y perturbador.
Su título, Un hombre Irracional, se ajusta perfectamente a la historia planteada por Allen. Su protagonista es Abe Lucas (Joaquin Phoenix), un autor y profesor de filosofía escéptico y desilusionado de la vida, que llega a una pequeña universidad de Rhode Island para dictar esa materia a sus jóvenes alumnos. Su estado emocional se debe al desengaño de haber comprobado que sus actos de labor humanitaria efectuados en el pasado no han tenido ecos positivos. Es así que el sentimiento nihilista que lo embarga lo transmite a la clase al afirmar que las distintas teorías filosóficas de Kant, Kierkegaard, así como la de otros filósofos existencialistas, no han contribuido a mejorar la parte oscura de nuestra civilización; de allí que para él gran parte del pensamiento filosófico no es más que una teórica “masturbación verbal”.
El poco presentable estado físico de Abe así como su inclinación por el alcohol, no representan obstáculos para ganarse el respeto del alumnado debido a su gran cultura y por exponer sus ideas sin complacencia alguna. Así, su compleja personalidad logra atraer el interés de Rita Richards (Parker Posey), una colega que insatisfecha de su matrimonio intenta y logra seducirlo sexualmente, y la de Jill Pollard (Emma Stone), una de las brillantes estudiantes de su curso. Precisamente, es Jill quien a pesar de tener un novio (Jamie Blackley) que la quiere, no puede sustraerse de la atracción románticamente intelectual de Abe con quien comparte horas extracurriculares dialogando sobre temas filosóficos.
Como en muchos de los filmes de Allen, el azar juega un rol determinante que modifica el destino de sus personajes; en este caso, eso se produce a partir del momento en que una conversación que Abe logra escuchar de gente que desconoce, lo impulsa a cometer un crimen que le hará recobrar su vitalidad de otrora y la alegría de vivir.
De este modo, el relato adopta un giro sorprendente donde la comedia romántica que inicialmente aparentaba se convierte en un absorbente e inquietante drama que plantea muchos interrogantes a los que resulta difícil encontrar respuestas adecuadas. Con su modo de pensar, Abe entiende que la eliminación física de una persona desconocida de ninguna manera constituye un acto inmoral cuando la misma contribuye a mejorar al género humano y convivir en un mundo más justo y tolerable.
Aunque el realizador ya incursionó el tema de crímenes cometidos por razones de beneficio personal en Crimes and Misdemeanors (1989) y Match Point (2005), aquí Abe no guarda ningún sentimiento de culpa ni remordimiento alguno en su conciencia porque está totalmente convencido de que su acción constituyó un aporte humanitario.
De lo que se aprecia en el film, se podría inferir de que el conocimiento filosófico no dispone científicamente de los instrumentos necesarios para probar de qué manera funciona el concepto moral en un mundo donde todo queda librado al azar. En otras palabras, aunque evidentemente el director no se asocie con el modo de pensar de Abe, deja abierto a que el público juzgue su “irracionalidad” teniendo en cuenta la elasticidad de los valores morales.
Sin la complejidad de sus trabajos mayores, Allen brinda un encomiable film donde una vez más queda confirmada su ingeniosidad en la habilidad de redactar el guión y la forma de implementarlo en imágenes. Lo más interesante es que dentro de la liviandad de su primera mitad y el tono de suspenso y dramática tensión que el relato adquiere posteriormente, el realizador ofrece un excelente ejercicio intelectual que la audiencia selectiva habrá de apreciar.
Con respecto al elenco, se reafirma una vez más de que quienes participan en los filmes de Allen se sienten totalmente a gusto con la guía y orientación por él impartida. Phoenix logra dar con el tono preciso de un hombre atormentado y que a pesar de su sociopatía permite la empatía y comprensión del espectador. A su lado, Stone capta muy bien la naturaleza de una joven que estimulada por su mentor intelectual no puede finalmente justificar su conducta; por su parte atrae la excentricidad que Posey vuelca a su rol, en tanto que Blackley, Betsy Aidem y Ethan Phillips en papeles de apoyo, redondean un reparto de primer nivel.
En los valores de producción, se destaca la buena contribución de Darius Khondji en la fotografía y la efectiva banda sonora con música de jazz.
Conclusión: Un fascinante y perturbador film para pensar y reflexionar.
Jorge Gutman