THE DYBBUK. Autor: Shlomoh An-Ski. Adaptación: Miriam Hoffman. Dirección: Bryna Wasserman y Rachelle Glait. Música: Josh Dolgin. Elenco: Yariv Barsheshat, Mark Bassel, PInchas Blitt, Shauna Bonaduce, Stephen Booth, Raizel Candib, Maxime Carignan Chagmon, Cynthia Fish, Paula Wolfman Frank, Aron Gonshor, Ben Gonshor, James Gutman, Betty Kis Marer, Jesse Krolik, Edit Kuper, Bryan Libero, Burney Lieberman, Sam Stein, Stanley Unger. Dirección Musical: Jonathan Monro. Sonido: Jesse Ash. Coreografía: Jim White. Escenografía: John C. Dinning. Vestuario: Louise Bourret. Iluminación: Renaud Pettigrew. Duración: 1 hora 50 minutos (incluyendo un entreacto de 15 minutos). Representaciones: Hasta el 27 de agosto de 2015 en la sala principal del Segal Centre (www.segalcentre.org)
A 100 años de su estreno, El Dibuk, la pieza clásica del teatro idish y la más representada de ese repertorio, sigue teniendo resonancia tanto por su valor etnográfico como también por sus implicaciones religiosas sujetas a diferentes interpretaciones. Para su trabajo escrito en 1914, el autor ruso Shlomoh An-Ski ‑seudónimo de Shloyme Zanvl Rappoport (1863 – 1920)-, logró su inspiración en numerosos viajes realizados hacia fines del siglo 19 por las aldeas judías ubicadas en Europa Oriental observando las costumbres de su gente, sus tradiciones místicas, leyendas y los rituales de una cultura profundamente embebida en la religiosidad. De allí que la forma más frecuente de haber sido apreciada esta obra es a través de su enfoque folclórico.
La versión estrenada en el Centro Segal responde a una adaptación realizada por Miriam Hoffman quien ha tratado de respetar la esencia de su contenido, tal cual fue concebido por An-Ski. La historia transcurre precisamente en una de esos pueblos del este europeo donde Khonen (Ben Gonshor), un humilde y talentoso estudiante de la escuela talmúdica (yeshiváh), está enamorado de la hermosa doncella Laya (Shauna Bonaduce). Sin embargo su padre Reb Sender (Mark Bassel) aspira para su hija un candidato de buena posición económica; de allí que sale de viaje para lograr el novio adecuado. Al regresar del mismo y anunciar que ya ha logrado el hombre ideal para Laya, el atormentado Khonen trata de recurrir a los secretos de la cábala a fin de impedir que la boda tenga lugar; en su intento, cae desplomado. Es a partir de ese momento que el conflicto dramático cobra impulso cuando en el día de su enlace Laya rechaza con violencia a su novio e inmediatamente es poseída por el dibuk.
A diferencia de otras religiones, donde según las creencias una persona puede quedar atrapada diabólicamente, en el contexto judío se considera al dibuk como el alma o espíritu errante de un difunto que al haberse desprendido de su cuerpo no encuentra el lugar apropiado en el más allá por no haber cumplido su misión en la tierra; por esa razón es que busca refugio acoplándose al cuerpo viviente de otro ser humano. Es precisamente el caso de Khonen quien al morir en la plenitud de su existencia sin haber desarrollado su extraordinaria erudición, su alma se aloja en el cuerpo de su amada Laya.
La obra es densa y ciertamente tanto Bryna Wasserman como Rachelle Glait, sus dos directoras, han sido conscientes de ello; de allí que han tratado de recurrir a una puesta en escena que pudiera remontar la complejidad del relato, sobre todo para aquellos espectadores no pertenecientes a la colectividad judía. Así por ejemplo, al lego en la materia no le resultará sencillo comprender fácilmente el mecanismo de la cábala, que es una compleja disciplina de pensamiento esotérico íntimamente relacionada con el judaísmo. Asimismo, las discusiones que tienen lugar entre los religiosos congregados en la sinagoga donde transcurre gran parte de la acción, puede que no sean captadas en su totalidad; con todo, Wasserman y Glait han sabido vencer el desafío que se han propuesto rescatando el considerable nivel de espiritualidad y riqueza folclórica que emana del texto original.
Hay varias escenas de intensidad emocional; entre ellas se encuentra aquélla en la que Reb Sender suplica al gran rabino Reb Azriel (Sam Stein) para que logre expulsar el dibuk de su poseída hija; otro momento de gran tensión tiene lugar en la ceremonia del exorcismo cuando Reb Azriel intima al espíritu intruso de desprenderse del cuerpo de Laya bajo pena de ser excomulgado si no lo hace. No menos importante es el conmovedor y poético final donde las almas de los frustrados amantes encuentran finalmente la paz con su completa liberación.
El elenco de 18 actores se desempeña en forma impecable aunque por la importancia de los personajes es Bonaduce quien tiene ocasión de mayor lucimiento transmitiendo la vulnerabilidad y sufrimiento de una joven que permanece aferrada al espíritu del hombre amado. Palabras especiales merece la magnífica coreografía de Jim White que se destaca mostrando a las pordioseras entrelazadas en un vertiginoso remolino, ofreciendo una de las escenas más deslumbrantes de la pieza; al propio tiempo cabe resaltar la contribución del diseño de sonido de Jesse Ash que se manifiesta en las voces superpuestas de Laya y el dibuk en el culminante momento del exorcismo. Finalmente, la banda sonora de Josh Dolgin merece similar reconocimiento remarcando los momentos más dramáticos del relato.
Conclusión: Una esmerada producción que resalta una historia de posesión y de amor supernatural en una impecable dirección escénica de Bryna Wasserman y Rachelle Glait. Jorge Gutman