Crónica de Jorge Gutman
TRIBES. Autor: Nina Raine – Dirección Escénica: Sarna Lapine –- Elenco: Jack Volpe, Daniel Brochu, Greg Ellwand, Toni Ellwand, Lisa Norton, Andrea Runge – Escenografía: Lara Dawn de Bruijn – Vestuario: Louise Bourret – Iluminación: Nicolas Descoteaux – Diseño de Video: George Allister, Patrick Andrew Boivin — Duración: 1hora 45 minutos con adicionales 20 minutos de entreacto- Representaciones: Hasta el 20 de diciembre de 2015 en la sala principal del Segal Centre (www.segalcentre.org)
Si bien Montreal ya había conocido Tribes en una versión francesa dada a conocer por el teatro La Licorne, es ahora cuando se estrena en esta ciudad en su idioma original. Por cierto que la expectativa era considerable teniendo en cuenta que esta pieza de la autora británica Nina Raine venía precedida por elogiosos comentarios a nivel internacional.
Al efectuar su análisis, lo primero que corresponde reconocer es que su tema basado en la insuficiencia auditiva, donde la comunidad que experimenta esa limitación consigue superar el inconveniente a través del lenguaje de los signos, es muy importante y sobre todo no muy difundido. Por ello es que la obra se presta a interesantes debates sobre algunos aspectos que presenta y que producen sensaciones conflictivas para quien comenta estas líneas.
Raine presenta a una familia integrada por Christopher (Greg Ellwand), su señora Beth (Toni Ellwand) y sus tres hijos, Ruth (Lisa Norton), Daniel (Daniel Brochu) y Billy (Jack Volpe), el menor de los cuales es sordo de nacimiento. La característica de este núcleo familiar con cierto nivel intelectual es su marcada disfuncionalidad, donde sus integrantes –con excepción de Billy- mantienen diálogos en su mayor parte a base de gritos y aullidos con discusiones bizantinas utilizando un lenguaje soez de contenido sexual; parecería que una crueldad latente constituye el eje de esa unión familiar. A todo ello, Billy que ha sido educado del mismo modo que sus dos hermanos, observa tímidamente lo que sucede alrededor suyo, asomando a veces una inocente sonrisa y emitiendo algunas palabras conducentes; aunque se refleja su deficiencia, de ningún modo hay rasgo alguno que permita al público asistente creer que el resto de la familia lo discrimine; por el contario, tal como se aprecia, todos guardan cariño y respeto hacia su persona.
El aspecto que modificará la dinámica familiar es cuando Billy se enamora de Sylvia (Andrea Runge), una joven que está perdiendo el sentido de la audición y que estimula al muchacho para comenzar a emplear el lenguaje de los signos como medio de comunicación. Ese es el nudo gordiano que desestabilizará a la familia cuando Billy, en manifiesta rebeldía hacia sus progenitores y hermanos, se niega a dirigirles la palabra hablada para hacerlo únicamente a través de señas.
La actitud de Billy parecería significar que hasta el día que conoció a Sylvia, existía en él un complejo de inferioridad nunca manifestado frente a los suyos y que al estar ahora al lado de la chica que ama y con su misma deficiencia recién cobra conciencia de que sus padres lo han dejado de lado.
Lo que la dramaturga quiere plantear, aunque no lo transmita claramente, es el dilema sobre si es mejor que Billy sea tratado como una persona absolutamente normal siendo resguardado en el seno familiar y sin mayores horizontes que determinen su vida adulta, o si por el contrario permitir que el muchacho acepte su deficiencia y enfrente al mundo asumiendo los riesgos de ser considerado diferente. Ese planteo es legítimo y precisamente constituye un tema delicado porque a través de la delineación de sus personajes, queda la duda si acaso los miembros de esta controvertida familia no son más sordos que la sordera que afecta a Billy.
La obra bien intencionada no alcanza una dimensión profunda necesaria porque al dotarlo de un contenido humorístico que a veces bordea lo caricaturesco la reacción que provoca en el público es la de asistir a una comedia reidera en lugar que a un relato dramático; por otra parte, muchas de las situaciones que en su comienzo van conformando esta historia quedan sin resolver conduciendo a una resolución que aunque emotiva resulta complaciente y poco convincente.
El nivel del elenco es muy bueno distinguiéndose notablemente el trabajo de Greg Ellwand así como el desempeño de Jack Volpe, que como sordo que es en la vida real aquí logra transmitir una genuina emoción en la composición del personaje clave de esta pieza. En lo que concierne a la puesta en escena la directora Sarna Lapine sale airosa del desafío que la obra le presenta, en tanto que la escenografía de Lara Dawn de Bruijn no ofrece el grado de intimidad y calidez requerida.
En conclusión, Tribus es una pieza que expresa el importante tema de la comunicación humana dejando el mensaje de que la palabra no es el único medio de expresión. Sin ser una obra remarcable merece ser recomendada por el esfuerzo desplegado por la directora y su elenco.
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